—Muy bien —respondió—. Para empezar, no se permiten suéteres; así que, por muy bonito que sea ese cárdigan, quíteselo, por favor, y déjelo aquí, en el escritorio, a mi lado.
Abigail sintió que se le quitaba un peso de encima al darse cuenta de que su incumplimiento involuntario de las normas del uniforme podía corregirse tan fácilmente; estaba perfectamente bien sin usar su suéter hoy, si esa era la prenda de vestir ofensiva, y su rostro se iluminó y sus dedos bailaron por su pecho de botón a botón mientras se apresuraba a demostrar su deseo de cumplir con las reglas, que sabía que solo se habían establecido con su éxito como estudiante en mente.
Se quitó el cárdigan de los hombros y lo dobló con cuidado antes de dejarlo sobre el escritorio junto al Dr. Andrew. Luego regresó para pararse
