Dave la tomó por los hombros y la calmó. —Lo siento, Emily, pero no; tomaremos un café aquí. Dime qué te preocupa, cariño. Con aspecto de estar a punto de morir, la pobre muchacha señaló al muchacho detrás del mostrador, un joven alto y desgarbado, con una mata de pelo oscuro y rizado y una sonrisa relajada e inteligente que competía por la atención con los bíceps sorprendentemente esculpidos que llenaban las mangas de su polo detrás de su delantal. La escuchamos mientras explicaba que él era un estudiante de último año en la universidad, asistente de profesor un par de años mayor que ella y facilitador de algunos de sus grupos de estudio de ecuaciones diferenciales; y resultó que ella estaba muy enamorada de él. —Es listo, gracioso y muy listo... y muy... guapo... y siempre es amable

