Me recorrió los hombros y los brazos con las manos, y se metió la mano entre las piernas para juguetear con su coño mientras la follaba suavemente. De repente, se animó, con un brillo en los ojos. —Papá, ¿puedo enseñarte algo genial que me enseñó un hombre el otro día? ¡Quieto...! Apreté mi pene hasta el fondo y me detuve, y ella frunció el ceño, concentrada. Un momento después, me asombró sentir cómo sus músculos vaginales empezaban a masajear mi pene con contracciones rítmicas y ondulantes, casi como si estuviera succionando con la boca. Fue tremendamente excitante y una sensación increíble. Respiré hondo y me relajé, dejando que mi orgullosa hija presumiera de su nueva habilidad. —Niña, qué rico se siente —murmuré, y todo mi cuerpo empezó a temblar al disfrutar del delicado e íntimo

