—Querida Elizabeth, ¡qué alegría verte! —dijo la nueva y resonante voz—. ¡Cómo has crecido! ¿Cuánto han pasado? ¿Casi cuatro años?
—¡Yo también me alegro mucho de verte, tío Jack! —La voz frenética y emocionada de Elizabeth se apagó por un momento, y Jennifer supuso que estaba abrazando al hombre—. Fue justo antes de irme a la escuela en Chicago, así que, ¡sí! Pero papá, pensé...
Jennifer, con su joven cuerpo desnudo y recién orgásmico, reluciente bajo una capa de sudor, permaneció inmóvil, sin atreverse a respirar, como si se estuviera escondiendo de un T-Rex. Sabía que era ridículo, pues seguro que los hombres ya la habían visto, pero parecía lo más natural estando atada y con los ojos vendados. Aunque, claro, era prácticamente lo único que podía hacer. ¡Madre mía, estaban en apuros!
