El silencio en la sala era intenso después de que apagó el televisor. Las imágenes explícitas aún revoloteaban en mi mente, mezcladas con sus explicaciones claras y directas.
—¿Querés preguntarme algo más? —dijo de repente, como si hubiera leído mis pensamientos.
Tragué saliva, tratando de ordenar las palabras en mi cabeza.
—Sí… Es que, bueno… dijiste que habías probado eso, el sexo anal.
—Ajá, —respondió, sin inmutarse—. ¿Qué querés saber?
—¿Te gustó? —pregunté.
Se tomó un momento antes de responder, como si estuviera evaluando la mejor manera de explicarlo.
—A veces —dijo con una pequeña sonrisa—. La primera vez no fue gran cosa, porque ninguno de los dos sabía lo que hacía. Pero con el tiempo aprendí a disfrutarlo. Cuando se hace bien, puede ser muy placentero.
Mi curiosidad seg
