Las chicas se miraron e intercambiaron una mueca resignada y amenazante. Su destino estaba sellado. —Muy bien —dijo Martín—. ¿Tienes alguna idea del mejor castigo para ellos? Jack se acarició la barba mientras miraba del pequeño cuerpo desnudo de Jennifer al de Elizabeth, donde ella estaba parada pacientemente junto a su abuelo, con las manos cruzadas tras la espalda y sus espléndidos pechos y coño en plena exhibición en una representación teatral de una chica bien educada que era tan falsa y exagerada que rayaba en la parodia. Le divertía que Martin pareciera incapaz de percibir la profunda travesura de su nieta, y solo estaba completamente convencido de que el castigo era necesario para las niñas una vez que Jennifer confesara y él pudiera intentar nombrarla como la instigadora. Pero

