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Aymara nunca había pisado Dubái en su vida, y ahora, allí estaba, descendiendo de un jet privado, con un vestido de diseñador que Dante había escogido para ella. Sus sandalias costaban más que el sueldo de un año en su antiguo trabajo, y el bolso que llevaba en la mano probablemente valía lo mismo que un auto de lujo.
Pero nada de eso importaba porque lo único en lo que podía pensar era en el calor.
—Dante, por el amor de Dios, ¿acaso estamos dentro de un horno? —susurró, quitándose las gafas de sol para limpiarse la frente.
Dante, imperturbable como siempre, ni siquiera parecía estar sudando.
—Es Dubái, amor. Es normal.
—Normal para quién, ¿para un camello?
Franchesco, que venía justo detrás de ellos, soltó una carcajada.
—Me gusta esta chica.
—No te emociones, Franchesco —mu
