-- Leonardo llegó a su mansión con el ceño fruncido y los puños apretados. Sus hombres lo siguieron en silencio, sabiendo que no era el momento de hablar. La nariz dislocada palpitaba con cada latido de su corazón, pero eso no era lo que más le dolía. Había recibido golpes antes, se había roto huesos en peleas y guerras de poder, pero ninguna herida física le ardía tanto como la indiferencia de Aymara. Ella no había dicho nada. Ni una palabra. Ni una maldita mirada de preocupación. La primera mujer que le hacía sentir que no valía nada. Sus pasos resonaron con furia cuando entró a la sala principal. Tiró su chaqueta sobre el sofá y se dirigió al bar, sirviéndose un whisky doble. El cristal tintineó en su mano mientras lo bebía de un trago, sintiendo el ardor bajar por su garganta. —Ba

