Un encuentro ardiente

1373 Words
Dante llegó a su casa más tarde de lo habitual, aún sintiendo el ardor en su brazo y parte del pecho por la quemadura. Se quitó la camisa con gesto irritado y observó su reflejo en el espejo del baño. La piel enrojecida le recordaba el accidente con la mujer del café… Aymara. —Tch… esa fiera salvaje —murmuró para sí mismo con una media sonrisa. Se pasó una mano por el cabello, sintiendo la tensión del día acumulada en su cuerpo. No solía quedarse tanto tiempo en un mismo lugar sin razón, pero la chispa en los ojos de esa mujer, su actitud desafiante y su forma de moverse lo habían mantenido más tiempo del debido en aquel café. Decidió que lo mejor era atender la herida antes de que comenzara a molestarle más. Se puso una camisa ligera y condujo hasta una clínica privada, donde un médico le revisó la quemadura con aire profesional. —Es superficial, señor Marcini. Con una crema y un par de días sin exposición al sol, estará como nuevo —informó el doctor mientras le aplicaba el ungüento. Dante asintió con impaciencia. —Bien. Termine rápido. El doctor enarcó una ceja, pero no dijo nada. Era sabido por todos que Dante Marcini no era un hombre al que le gustaran las esperas innecesarias. Cuando finalmente salió de la clínica, encendió un cigarrillo y se apoyó en su auto, inhalando con calma el humo mientras su mente volvía, sin poder evitarlo, a la imagen de Aymara. "Qué maldito nombre más exótico…" Cerró los ojos por un momento, recordando la forma en que sus caderas se habían curvado al girarse furiosa, el brillo de su piel bajo la luz del café, la intensidad en su mirada. Un deseo casi primitivo se encendió en su interior. Dante no era un hombre que se dejara llevar por caprichos, pero había algo en aquella mujer que despertaba un interés más allá de lo habitual. Quizás debía volver al café. No porque quisiera disculparse, claro. Sino porque quería volver a verla. ________ Aymara siguió con su trabajo en el café como si nada hubiera pasado, aunque, en el fondo, la vergüenza seguía latente. Cada vez que pensaba en aquel hombre y en el accidente, sentía que el calor subía por su cuello. Mara, la dueña del café, notó su incomodidad y decidió tranquilizarla. —No te preocupes, cara mia. Dante es como un sobrino para mí, pero tiene poca paciencia y es un poco arrogante, lo admito. No te tomes su actitud tan en serio. Aymara suspiró, sintiéndose un poco mejor. —Gracias, señora Mara. No quiero problemas con clientes importantes… y él se veía importante. La mujer soltó una carcajada suave. —Dante es más que importante. El y su familia pesa en Sicilia. Pero no te preocupes, él casi nunca viene al café. No tendrás que verlo seguido. Aymara sonrió con cierto alivio. —Eso es un gran consuelo. Esa noche, al llegar a casa, como de costumbre, se sentó con su hermana Anaís en la sala para contarle su día. No pasó mucho antes de que mencionara el incidente con Dante. —¿Me estás diciendo que un tipo te palmó el trasero y que, además, era guapo? —preguntó Anaís con una ceja arqueada y una sonrisa divertida. —¡No fue así! —protestó Aymara, cruzándose de brazos—. Fue un accidente, pero él insistía en que no me había tocado. —Ajá, un accidente —repitió Anaís con tono burlón, mientras se tumbaba en el sofá con una almohada entre los brazos—. Pero dime… ¿era guapo? Aymara frunció el ceño, lista para negar cualquier cosa, pero se quedó en silencio por un momento. Hasta ahora no había pensado realmente en el rostro de ese hombre. Sin embargo, al cerrar los ojos, las facciones de Dante Marcini aparecieron en su mente con claridad: la mandíbula fuerte, la nariz recta, los ojos oscuros e intensos… Sí, era guapo. Soltó un suspiro resignado. —Era guapo… demasiado guapo, para ser honesta. Anaís se incorporó de inmediato, con una expresión triunfal. —¡Lo sabía! Si no lo hubieras considerado, ni siquiera lo habrías pensado tanto. Aymara, esto es una señal. Tienes que conseguirte un novio. —¿Qué? —Aymara parpadeó, confundida—. No tiene sentido lo que dices. —¡Claro que sí! —insistió Anaís—. ¡Tienes 24 años y ni siquiera has intentado salir con alguien! Mira, yo he tenido algunos novios desde que llegamos, me he divertido, he aprendido lo que me gusta y lo que no. ¡Tú no te das ni una oportunidad! Aymara bufó y rodó los ojos. —No es que no quiera, Anaís, pero yo creo en el amor real. Cuando conozca al hombre ideal, mi alma lo sabrá. Anaís la miró con ternura y negó con la cabeza. —Eres una romántica empedernida, hermana. —Y tú una aventurera sin remedio —replicó Aymara con una sonrisa. Anaís le lanzó la almohada. —Quizá el universo está conspirando para que conozcas a alguien. Quién sabe… a lo mejor ese Dante vuelve a cruzarse en tu camino. Aymara se rió, sin imaginar que esas palabras, más pronto de lo que creía, se volverían realidad. ____ Días después... Aymara creía que no volvería a ver a aquel hombre, pero el destino tenía otros planes. Apenas unos días después del incidente en el café, Dante regresó. Esta vez, no llegó por cortesía a la viuda ni por simple antojo de un buen café, sino con la excusa de que deseaba probar nuevamente aquel postre de almendras que servían en el lugar. Al entrar, sus ojos buscaron de inmediato a la fiera de cabello azabache. No tardó en encontrarla. Aymara estaba detrás del mostrador, organizando unas tazas, ajena a la presencia del italiano que ahora se acercaba con una sonrisa apenas perceptible. —Espero que hoy no termines bañándome en café —murmuró Dante con tono burlón, apoyándose en el mostrador. Aymara levantó la mirada y lo vio allí, con su porte impecable y aquella aura de arrogancia que parecía envolverlo. Se tensó de inmediato, pero no se dejaría intimidar. —Si no se me acerca demasiado, no habrá accidentes —respondió ella con firmeza, aunque sintió un leve calor subir a sus mejillas. Dante soltó una leve risa y negó con la cabeza. —Me alegra saber que eres precavida. Aunque debo admitir que aquella quemadura casi valió la pena —dijo con un destello de picardía en los ojos. Aymara frunció el ceño, sin saber si lo decía en serio o solo intentaba molestarla. Pero antes de que pudiera replicar, Mara, la dueña del café, apareció. —¡Dante! No esperaba verte tan pronto. ¿Qué te traes entre manos, eh? —bromeó la mujer, dándole una palmada en el brazo. —Solo vine a disfrutar de un buen café y del ambiente. ¿Es un crimen? —respondió él con su usual actitud despreocupada. Mara rió y se giró hacia Aymara. —Querida, sírvele un espresso doble y un cannoli. Invita la casa. Aymara apretó los labios, molesta por tener que atenderlo personalmente, pero no podía negarse. Sirvió la orden con precisión y la llevó hasta la mesa donde él se había acomodado. —Aquí tiene. Espero que no haya ninguna queja esta vez —dijo con formalidad. Dante la observó mientras colocaba la taza frente a él. Sus dedos rozaron los de Aymara por un breve instante, y aunque fue solo un segundo, ella sintió un ligero escalofrío recorrerle la piel. —No me quejaré… a menos que quiera darme otra bofetada —dijo en un tono bajo, casi como un reto. Aymara lo miró con incredulidad. —¿Siempre es tan engreído? Dante sonrió. —No. Contigo hago una excepción. El aire pareció cargarse de algo indescriptible, una tensión electrizante que ninguno de los dos esperaba. Por primera vez en mucho tiempo, Aymara sintió que su corazón latía más rápido por la presencia de un hombre. Y Dante, por su parte, supo en ese instante que volvería a ese café muchas más veces de las que estaba dispuesto a admitir.
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