Un mes había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Los días en el hotel se convirtieron en una rutina monótona, y la tensión con la gerente era cada vez más difícil de manejar. Valeria y yo habíamos ahorrado lo suficiente para dar el siguiente gran paso: alquilar nuestro propio departamento cerca del centro. La idea de tener nuestro espacio nos llenaba de emoción, como si cada día nos acercáramos un poco más al futuro que habíamos imaginado juntos. El día de la mudanza fue casi una pequeña celebración de nuestra libertad. Cargar las cajas, armar los muebles, todo formaba parte de un ritual que nos hacía sentir más fuertes, como si cada pequeña tarea fuera una victoria. Nuestra nueva casa era modesta—una pequeña cocina, una habitación, un baño—pero para nosotros era un verdadero hogar, nues

