El silencio que había envuelto nuestra relación en los días posteriores a nuestra conversación se sentía como una pared infranqueable. No hablábamos de lo que realmente importaba, de la tensión que se había instalado entre nosotros, creciendo día a día. Mateo seguía comportándose como si nada estuviera mal, pero yo sabía la verdad. Cada vez que lo miraba, cada vez que lo sentía alejarse un poco más, mi corazón se rompía un poco más. Era como si una grieta invisible se hubiera formado entre nosotros, una grieta que solo se hacía más profunda con el paso del tiempo. Mateo no tardó en encontrar excusas para salir por las noches, excusas que, aunque a simple vista parecían razonables, no lograban ocultar la verdad que yo ya conocía. Cada vez que se marchaba, sabía que iba a verla, a Camila. N

