El sol se filtraba tímidamente por las cortinas, anunciando un nuevo día, pero todo lo que sentía era un peso en el pecho, como si la noche anterior no me hubiera dejado respirar del todo. Valeria seguía dormida a mi lado, su respiración tranquila y su rostro relajado. La observé por un momento, luchando contra la urgencia de confesar lo que había hecho, pero el miedo me paralizaba. ¿Cómo podía mirarla a los ojos y decirle que la había traicionado? No, no podía. No ahora. Me levanté con cuidado, evitando despertarla, y me dirigí a la cocina. El aroma del café recién hecho pronto llenó el pequeño departamento, pero en lugar de reconfortarme, solo acentuaba la sensación de inquietud que me acompañaba desde que salí de Belanova. Me senté en la mesa, mirando la taza humeante delante de mí, p

