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Danika Gray, Centro de Procesamiento de Novias Interestelares - Miami, FloridaUnas manos cálidas y fuertes sostuvieron mi cuerpo desnudo en su lugar. Los grandes y ásperos dedos estaban envueltos alrededor de mis caderas desde atrás. El calor me inundó desde el musculoso pecho que estaba presionando mi espalda. Mis piernas estaban abiertas, envueltas sobre los muslos del macho en el que estaba sentada, con mi v****a abierta y expuesta.
Mi pulso se aceleró, mi piel temblaba en anticipación de… algo.
—¿Aceptas mi reclamo, compañera? ¿Te entregas libremente, a mí y a mi segundo, o deseas elegir otro macho principal?
Ummm, ¿no? Quería decirle a este hombre, quienquiera que fuera, que no tenía ninguna intención de aceptar su reclamo sobre nada, pero el cuerpo que yo parecía estar ocupando se estremeció de necesidad ante el profundo timbre de su voz, mi —su— núcleo palpitaba, mojada en señal de bienvenida.
—Sí. Sí, acepto su reclamo, guerreros —la voz no era mía, pero yo sentía cómo se sentía ella. Dolorida, vacía, desesperada.
Amada. Adorada.
Segura.
Esa no era yo. Yo no había sentido nada similar en más años de los que podía contar.
—Date prisa — yo, o ella, susurró.
Detrás de mí, una segunda voz masculina murmuró en mi oído:
—Que codiciosa eres, pequeña compañera.
Desde algún lugar a nuestro alrededor, un coro de voces masculinas habló al unísono:
—Que los dioses sean testigos y te protejan.
No tenía idea de lo que estaba pasando, pero reconocí el tono de promesa en la voz masculina. También lo reconocía este cuerpo. Un suave gemido escapó de mi garganta cuando sus manos se movieron desde mis caderas hasta mis senos para sujetarlos. Él arrancó y tiró de mis sensibles pezones mientras yo envolvía mis tobillos alrededor de sus pantorrillas.
Me senté en su regazo. Contenta de estar allí.
¿Era eso un pene enorme presionando contra mi culo?
Oh, Dios. Sí, lo era.
Debería haberme sorprendido, en cambio, una lujuria cruda me invadió y, de alguna manera supe que había dos amantes. Dos machos. Ambos míos.
¿Y esta mujer? ¿Este cuerpo? Ella estaba más que codiciosa, cómoda y segura en sus brazos. Ella los quería a los dos dentro de ella, ahora mismo.
—Levanta los brazos por encima de tu cabeza. Reclínate. Envuélvelos a mi alrededor y no te sueltes —esa voz susurró de nuevo en mi oído la orden que yo estaba ansiosa por obedecer.
Hice lo que me ordenaron. Eché pechos hacia adelante y arqueé la espalda.
—No te muevas sin mi permiso, compañera.
Un destello de descaro se movió a través del cuerpo femenino que habitaba, y entonces ella se centró en el sonido de las voces masculinas cantando a nuestro alrededor.
Traté de abrir los ojos, pero la sola intención no fue suficiente ya que mi cuerpo no obedecía mis órdenes sino las de ella, quienquiera que fuera. Ella mantuvo los ojos cerrados, y supe que era porque su macho principal, o lo que sea que eso significase, le había ordenado que no los abriera y ella quería complacerlo. Yo deseaba el placer que ella era consciente que recibiría si cooperaba.
Lo deseaba desesperadamente.
—¿Me aceptas como tu segundo, compañera? ¿Me reclamas como tuyo?
—Sí. Eres mío. Ambos son míos. Dense prisa.
La primera voz carcajeó entre dientes, mucho más cerca ahora, directamente en frente de mí. El roce caliente de su risa besó mis labios como un fantasma.
—Levanta sus pezones para mí, segundo.
—En un momento. Primero debo penetrar su culo, debo hacerla mía.
Espera. ¿Qué...?
El hombre debajo de mí se movió y usó sus fuertes manos para levantarme desde mis caderas. Él me acomodó y me recostó contra él hasta que sentí la presión de su duro m*****o en mi apretada entrada.
—¿Estás lista para mí?
No.
—Sí —yo—ella—respondimos, incluso moviendo mis caderas para tomar la punta de su pene en mi interior.
Fue su turno de gemir cuando usé las manos que había enredado en su cabello para acercarlo más a mí, moviendo mis caderas en un pequeño círculo, llevándolo más profundo, centímetro a centímetro.
Su enorme pene se deslizó con facilidad, haciéndome sintiendo una especie de hormigueo lubricado dentro de mi culo. Con un sonoro sonido, él se deslizó profundo, haciéndonos gemir a ambos. Este cuerpo acogió con agrado la sensación, la conocía bien. Esperaba más. Deseaba más. Lo necesitaba.
Mi v****a se agitó y palpitó, vacía.
El hombre frente a mí chupó primero un pezón y luego el otro con su boca mientras mi cuerpo apretaba el duro m*****o que me llenaba por detrás. Él succionó y apretó mis pezones con su lengua. Él me atormentó con placer hasta que incluso las voces se desvanecieron y no hubo nada más que ellos, mis compañeros.
Moviéndose desde mi pecho hasta mi vientre, mi macho principal me besó por todas partes con su toque caliente y persistente, tomándose su tiempo mientras tanto mi segundo como yo esperábamos. La anticipación crecía hasta que sentí que iba a explotar si él no me penetraba pronto, si no llenaba mi v****a con su m*****o erecto. Sino lo introducía en mi interior con el ritmo implacable que yo necesitaba.
De alguna manera sabía que él se estaba tomando su tiempo, provocándome, haciéndome esperar. Ambos estaban en mi mente; sus emociones y su deseo por mí no tenía límites.
Yo era todo para mis compañeros. La vida y la muerte, incluso su aire. Ellos me adoraban, me apreciaban.
Sentí el amor, caliente, doloroso y desconocido verterse en mi alma como si fuera lava fundida, dejando un camino de agonía y dicha; todo en uno.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, o sus ojos, no sabía quién estaba llorando, pero el beso de mi compañero se suavizó y un dedo se deslizó en mi húmedo calor.
—¿Estás lista para mí, compañera? ¿Lista para ser nuestra para siempre?
—Por favor —esta vez, cuando la voz femenina respondió, yo estuve completamente de acuerdo. Yo quería gritar, ¡Cógeme! ¡Hazlo! Tómame. Necesito pertenecerle a alguien...
Él me continuó, penetrándome primero con un dedo y luego con dos. Tres. Cuando yo estaba al borde de la liberación, él se movió para arrodillarse entre mis piernas, todavía abiertas en el regazo de mi segundo compañero.
Él empujó su pene lentamente. El estiramiento me obligó a gemir —a ella— cuando finalmente… finalmente él me llenó con su dura longitud. Me estiró —a ella— hasta el límite. Tenía a un compañero enterrado profundamente hasta las bolas en mi v****a, y el otro en mi culo.
Él retrocedió una vez. Dos veces. Empujó más profundo. Más fuerte. Más rápido.
Mi segundo jadeó ante la fricción, ante la presión del pene de mi compañero principal frotando las paredes de mi v****a y la delgada barrera entre ellos.
Sus sensaciones combinadas y su placer se vertieron en mi mente. Mi cuerpo explotó y el orgasmo me atravesó como si un cartucho de dinamita hubiera sido encendido dentro de mi v****a, todo mi cuerpo se arqueó, buscando más, necesitando más...
—¿Señorita Gray? ¿Señorita Gray? ¿Puede escucharme?
¡Nooooo!
El cántico se desvaneció, al igual que el calor del toque de mis compañeros y su olor. Las emociones también desaparecieron, el fuego de pertenencia que había ardido tan brillantemente desapareció por completo, el dolor de amar tanto a alguien se disipó como la niebla bajo el brillo del día. De alguna manera, la ausencia me dejó sintiéndome aún más sola y más fría de lo que había estado antes.
Ahora conocía lo que podía llegar a ser, lo que otras personas tenían, deseaba haber permanecido ignorante. Yo estaba acostumbrada a la fría realidad de mi vida. Pero mis—no, sus— compañeros habían despertado una parte de mí que yo había sepultado hacía mucho tiempo. La parte necesitada. La parte débil.
—¿Señorita Gray? Por favor, asienta con la cabeza si puede oírme.
La visión, o el sueño, se desvaneció por completo, y me di cuenta de que estaba sentada en una silla no tan blanda parecida a la del consultorio de un dentista, o tal vez un sillón reclinable de cuero duro. La cantidad de aire que sentí en mis piernas y pies me recordó que estaba usando algo similar a una bata de hospital.
El centro de pruebas del programa de Novias Interestelares. Claro, estaba en Miami, Florida. A casi a dos mil cuatrocientos kilómetros de la pequeña ciudad en el norte del estado de Nueva York que alguna vez había sido mi hogar.
“Salud, Historia y Caballos”. Ese era nuestro lema pueblerino. Patético.
No quería volver nunca jamás.
—¿Señorita Gray?
La realidad se negó a esperar. Abrí los ojos, irritada porque mi cuerpo todavía se sentía pesado y necesitado. Mi v****a estaba mojada y mis pezones eran puntos duros debajo de la bata. Esto apestaba.
—Estoy aquí —traté de levantar una mano para despejar mi cabello de mis ojos y las esposas de la silla de procesamiento me detuvieron.
Me había olvidado de eso también por un breve y feliz momento. Después de todo, yo era una criminal.
—Excelente.
Giré mi cabeza y levanté mi mano libre para limpiar el ofensivo pelo de mi cara. La mujer que hablaba se llamaba alcaide, qué apropiado, y ella era una de las personas a cargo de ayudar a encontrar parejas alienígenas para mujeres humanas y enviarlas fuera del planeta. Lo que me parecía una idea estupenda. Yo no tenía nada aquí. Ya no.
Antes de lo del sueño, esperaba tener libertad para vivir mi propia vida. Nada más.
Esos dos hombres habían cambiado eso. Ahora estaba llena de sueños, de esperanza.
Yo odiaba la esperanza. Era la peor emoción jamás inventada. La maldición de Dios sobre el mundo. La zanahoria frente al burro proverbial ... yo.
—¿Funcionó? Porque he escuchado que esas aplicaciones de citas por computadora nunca funcionan —a decir verdad, realmente no pensaba que esto funcionara mucho mejor.
—Oh, sí. Tus resultados son excelentes. Has sido emparejada con un hombre de Prillon Prime.
—¿Solo uno? —¿era ese un tono de decepción en mi voz? No. No era posible.
—Sí. Estás emparejada con tu macho principal. Él elegirá a tu segundo compañero, y juntos te reclamarán.
—¡Oh! —Mi corazón dio un vuelco y flotó en mi pecho como un globo lleno de helio. Le dije que se calmara, pero no me escuchó.
Yo había sido emparejada con uno, pero él traería a un amigo. Justo como en el sueño.
Froté mis muslos; las réplicas de mi orgasmo aún me hacían casi imposible quedarme quieta. Yo quería más. Mucho más.
No había prestado mucha atención al material informativo que habían repartido en la prisión de mujeres. Recordaba vagamente haber leído algo sobre los hombres de Prillon, extraterrestres y compañeros, apareándose en parejas y compartiendo a su mujer. O a su hombre. Su compañero, quien sea que resultara ser. Un trío.
Mi mente fue directamente a la visión de tres hombres totalmente excitantes haciéndomelo, y casi gemí en voz alta. Mi ansiosa v****a latía al ritmo de mi hiperactiva imaginación. ¿Qué haría yo en un trío?
Maldición. Quizás debía haber sido emparejada con Viken. También leí sobre ese lugar. Tres compañeros excitantes. Su semen hacía algo en el cuerpo de su pareja que los ponía tan calientes que ellos apenas podían pensar con claridad. Al menos, esa es la idea que recordaba al leer uno de los relatos personales de la novia anterior de haber sido emparejada allí.
No. Cállate, Danika. ¡Dios! Yo no necesitaba tres compañeros. Siendo completamente honesta, ni siquiera necesitaba uno. Pero lo deseaba.
Quizás yo había estado en prisión demasiado tiempo. Si eso no hubiera sido un hecho malditamente cierto, me habría reído de la idea. Yo estaba muy, muy agotada de masturbarme sola en mi celda. Nunca me habían gustado las mujeres, por mucho que hubiera deseado lo contrario un par de veces durante los últimos años. Lo había intentado. No pude pasar del primer beso. Simplemente no era lo mío. Yo deseaba lo que deseaba.
Y yo amaba los p***s, los pectorales grandes y las voces graves y rugientes. A los hombres que olían a hombres. Unos compañeros dominantes y musculosos que serían lo suficientemente grandes como para protegerme de todos los monstruos que existieran. Estaba completamente cansada de luchar. Jodidamente cansada de este planeta y de toda su mierda.
—Señorita Gray, ¿tiene alguna pregunta? —la alcaide me estaba parpadeando y me di cuenta de que yo había estado mirando al vacío. Sus brillantes ojos azules me recordaban al chicle azul, el cual era mi favorito. Una explosión de menta azul. Era un buen chicle. Uno realmente bueno. Tan fuerte que despejaba mis fosas nasales en segundos.
—Entonces, ¿fui emparejada con uno, pero él elegirá al otro? ¿Qué sucedería si no me gusta el segundo?
—No te preocupes. Eso casi nunca es un problema. Tu compañero elegirá un hombre que considere digno de ti.
No me sentía muy digna de nadie en este momento, pero no le proporcionaría esa información. Esto se trataba de no volver a esa celda de prisión que parecía ser el infierno sobre la tierra, nada más.
—¿Y ahora qué? —pregunté. Esta alcaide era joven; si tenía que adivinar, me sorprendería que ella tuviera treinta años. Pero sus ojos azul pálido eran amables y su piel de marfil era literalmente impecable. Ella tenía su cabello castaño oscuro peinado en un moño, así que no podía ver mucho más, pero ella era hermosa. Además de eso, tenía un increíble acento francés; algo sumamente injusto. Me preguntaba por qué ella no estaba emparejada. ¿Por qué trabajaba en un lugar como este cuando podía marcharse, conseguir un compañero alienígena excitante y emprender su propia aventura?
—¿Alcaide Egara? ¿Puede pasar ahora? —el nombre de esta joven estaba bordado en su uniforme granate del Programa de Novias Interestelares. Alcaide Bisset. Cuando ella se dio vuelta, vi a otra mujer entrar en la habitación. Parecía tener casi la misma edad, pero con unos ojos grises y tristes.
—Observé el procesamiento de la señorita Gray. Hiciste un excelente trabajo, aunque para comodidad de la novia, sugeriría desconectar a la próxima candidata de los procesadores neuronales unos segundos antes, más cerca del comienzo de su liberación inicial.
Esperen. ¿Qué? No. Sin embargo, incluso mientras pensaba en la protesta, mi cuerpo se movió en la silla de exámenes, buscando en vano, algo contra lo que frotarse. Nunca había estado tan excitada en mi vida.
—Por supuesto, alcaide Egara. Gracias.
La alcaide más experimentada sonrió amablemente y luego se volvió para mirarme.
—La alcaide Bisset ha hecho un excelente trabajo. Tu coincidencia es del noventa y nueve por ciento. Vemos eso con un porcentaje muy pequeño de nuestras novias.
—¿Noventa y nueve por ciento? ¿Qué significa eso?
—Significa que tu compañero será absolutamente perfecto para ti —la alcaide Bisset sonrió, juntando las manos frente a su rostro como una porrista animando a su equipo.
La alcaide Egara me observaba con una intensidad que reconocía. Ella no era una mujer que soliera extrañar mucho. Las de su clase eran peligrosas por dentro, como si alguna vez ella hubiera estado en prisión.
Por otra parte, ¿quién podía saberlo? Yo no sabía mucho sobre las cosas en estos días.
—Está bien. Noventa y nueve por ciento suena genial. ¿Y ahora qué?
La alcaide Egara se volvió en dirección a la alcaide Bisset con las cejas levantadas y una mirada expectante.
—¿Y ahora qué, alcaide?
—¡Oh! ¡Lo siento! Por supuesto —la alcaide Bisset se apresuró a llegar a una mesa y levantó una Tablet de la superficie lisa. Ella la cargó caminando hasta pararse junto a mi cama mientras leía.
—Señorita Gray, ¿se encuentra actualmente en un matrimonio legal o un acuerdo de unión reconocido por alguna nación soberana del Planeta Tierra o de cualquier otro planeta de la Coalición Interestelar de Planetas?
—¿Qué? No —miré a la alcaide Egara, quien asintió en señal de aprobación—. Estas no son las preguntas que leí en el folleto —de hecho, me había tomado el tiempo de leer las preguntas legales y las condiciones requeridas para las posibles novias. Y esta no era una.
—El Prime ha negociado nuevos términos para las novias humanas en función de las solicitudes de varios guerreros que esperan una pareja, en particular los de La Colonia.
—¿Qué?
Ella negó con la cabeza hacia mí.
—Solo escucha y responde las preguntas, por favor.
La alcaide Bisset continuó:
—Tras la celebración de un contrato nupcial, ¿das fe de que no estás dejando atrás a ningún niño que esté legalmente bajo tu protección?
—No tengo hijos. Pero, ¿y si los tuviera?
Ella miró hacia arriba, con su pálida y seria mirada.
—Los niños habrían sido ingresados en los protocolos de emparejamiento. Se requeriría un documento legal reconocido por su sistema judicial, que establezca que la novia tiene derecho a trasladar al niño, o niños, a otro planeta. Pero como no tienes hijos, eso no es un problema.
—Entonces, ¿por qué me preguntas de nuevo?
—Protocolo —contestó la alcaide Egara—. Al Prime no le agradan los errores que podrían afectar a sus guerreros. Por lo tanto, confirmamos tu estado varias veces.
—Está bien. No tengo hijos, y no estoy casada legalmente con nadie. ¿Algo más?
—¿Das fe de que tiene más de dieciocho años?
—Tengo veintitrés. Sabes eso. Tuve que darte mi certificado de nacimiento.
—Protocolos, señorita Gray.
Burocracia. Reglas.
Mentiras. Yo había pasado por el sistema de tutelas estatales. El sistema judicial. El sistema penitenciario. Y ahora esto. Ya había pasado la edad de creer cualquier cosa que estas mujeres me prometieran.
No podía mantener la boca cerrada. Ese era uno de mis defectos. Tenía que desafiar a la autoridad.
—¿Y si tuviera sesenta años?
—Una vez más, Prime Nial negoció varios cambios en los protocolos habituales de las novias. La Coalición Interestelar de Planetas tiene equipos médicos avanzados, y muchos guerreros están más interesados en una amante y en compañía que en la edad o el potencial de tener hijos de una pareja. Como dijiste que prefieres no tener hijos, esa preferencia se ingresó en el sistema y se te asignó un compañero con una preferencia similar.
—Esto no es una aplicación de citas.
La alcaide Egara ahora parecía seriamente ofendida; su ceño formó líneas profundas entre sus cejas.
—No, señorita Gray, no lo es. Somos responsables de emparejar a nuestras novias con los guerreros y luchadores más honorables de la Coalición. No cometemos errores. Ellos ya han sufrido bastante —girando sobre sus talones, ella asintió con la cabeza a la alcaide Bisset—. Inicia su procesamiento. Recibí la confirmación de que su compañero está en La Colonia —ella me miró—. Buena suerte, señorita Gray. Como siempre, si no acepta a su pareja y desea ser emparejada con otro, su elección será respetada y será emparejada con otro macho de Prillon.
Sí, claro. Como si yo fuera a creer en eso. Pero realmente ya no importaba. El dinero que había recibido por ser novia iba a pagar el título universitario de mi hermano menor y le dejaría lo suficiente para pagar una casa. Era lo único que yo podía darle ahora. La oportunidad de tener una vida normal, una vida que me había sido arrebatada.
—Tendrás treinta días junto a tus compañeros para tomar tu decisión final.
—¿Y todo depende completamente de mí? ¿Ellos no pueden simplemente rechazarme e ir tras otra persona?
La alcaide parecía realmente sorprendida de que yo propusiera tal idea.
—Oh, no. Tú eres su compañera, la mujer perfecta para él. Las novias interestelares representan un gran honor y un regalo para los guerreros y luchadores que sirvieron en la guerra contra la Colmena. Él nunca te abandonaría voluntariamente.
Otra cosa que yo no creía posible, pero no había razón para discutir. Yo iría al espacio, a un nuevo planeta, en cualquier caso.
—Está bien, pero no entiendo. ¿Cuándo partiré? ¿Una nave vendrá a recogerme?
La alcaide Bisset aplaudió dos veces, claramente emocionada por algo.
—Me moría de ganas de tener la oportunidad de hacer esto —ella presionó sus dedos contra la Tablet y la pared junto a mi silla se abrió para revelar una gran piscina azul rodeada de una iluminación suave. Parecía el interior de un spa de lujo.
—Relájese, señorita Gray.
Mi silla se movió, deslizándose hacia un lado, y noté que las marcas en el piso me llevaban directamente al agua azul, con silla y todo.
Unos segundos más tarde, estaba sumergida hasta el cuello en el cálido líquido azul, y una sensación de satisfacción y alivio me invadió de inmediato.
—Eso es, señorita Gray. Relájese. Ahora colocaremos la UPN. Permanezca quieta.
Un extraño brazo robótico se movió hacia mí y la punta tocó mi cabeza directamente detrás de mí oreja. Un fuerte estallido de dolor me sobresaltó.
—¿Qué fue eso?
—Es tu unidad de procesamiento neuronal. Para cuando llegues a La Colonia, la UPN se habrá integrado con los centros de lenguaje de tu cerebro y te ayudará a coordinar la traducción de idiomas en tiempo real en todos los planetas de la Coalición.
¡Cielos! Pero… ¡ay!
—Esa fue la peor parte. Duerme. Cuando te despiertes, estarás en La Colonia con tu nuevo compañero.
—¿Ahora? ¿Justo ahora?
—Por supuesto.
—No estoy lista.
—Lo estás. Tu procesamiento comenzará en 3… 2… 1…
El mundo se oscureció.