De solo escuchar la voz de Samanta cuando repunté en la esquina que da hacia la cocina sentí que algo adentro de mí se encendió. Mis oídos no daban crédito a lo que estaba escuchando, cómo es posible que ella sabiendo lo recatada que es a Akais, se atreva a someterla a ese tipo de interrogantes.
Si ya venía molesto desde que salí de la habitación, Samanta en su insistencia por no sé qué es lo que quiere lograr terminó de alterarme.
—Ya no se pongan a discutir esas cosas de aquí por favor — advirtió Iliang—. Más bien, mírenla a ella, considérenla, la pobre está muerta de la pena.
—Eso mismo debiste haber hecho desde el principio —Acusó Leroy a Iliang—, para evitar que la imprudente de tu amiga la sometiera a este tipo de interrogantes, no podía quedarme callado ¡Qué crees tú!
—Sí, sí, y
