—¿Puedo? —Me preguntó Samantha que permanecía parada en la entrada. —¡Qué pregunta! —Exclamé torciendo los ojos al no dar cabida a tan absurda pregunta—. Ya estás adentro, y lo peor no tienes porqué pedir permiso. —No me gusta abusar, lo sabes; además, es mejor para evitar malos entendidos —Adujo en su acostumbrado tono de voz sutil que por como se fueron sucediendo las cosas entre los dos, había dejado de percibir. —Ya, déjate de tonterías, pasa —Le ordené acercándome para abrir más la puerta y dejarle pasar para cerrarla. —Ven mi amor —Llamó a Iara. La ignoró y volvió a rodear mi cuello con sus pequeños brazos. —¡Está extraña la pioja! —Me dijo mirándola de lado. —¡Bueh! Si no la entiendes tú, menos yo —Comenté—. Toma asiento, por favor —Le pedí señalándole el sillón donde estuv

