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"El pecado no es perjudicial porque está prohibido, pero está prohibido porque es dañino" Benjamin Franklin Un cumpleaños puede significar mucho, pero aquí es un año más en el que puede que esperes la muerte o te consagres más. Mis mañanas son iguales, y aunque para mí sea un día especial, es uno común y corriente ante los ojos de los demás. Me levanto en la mañana apenas empieza a salir el sol, debo realizar mis oraciones al señor, asearme y dirigirme a ayudar a mi madre a preparar el desayuno. Solo somos nosotras dos y mi hermano, aunque él es algo más independiente ya que está en edad de buscar a su esposa, su compañera de vida como dice nuestro sacerdote. A los dieciocho años cuando empiezas el nuevo nivel de estudios tomas la decisión de entregarte completamente a voluntad de nuestro señor, o empezar una vida culta en familia. Y a pesar de haber evadido lo más que podía esa decisión ya que él ya tiene 19, ha elegido la segunda opción. Mi madre canta un poco en voz baja como siempre:  “Tantum ergo sacramentum Veneremur cernui, Et antiquum documentum Novo cedat ritui. Praestet fides supplementum Sensuum defectui.” A pesar de no tener un nombre acorde a su talento, mi madre tiene dotes artísticas del canto, cada uno de nosotros posee un nombre dependiendo el carácter, talento, futuro, o aspectos físicos, son dados dependiendo tu posición en la ciudad, en nuestro caso fue por el mismísimo Cardenal, ya que nuestra familia tiene antepasados de suma importancia y pertenecientes del clero de la iglesia como mi madre; Aide: Familia importante. —Feliz cumpleaños hermana, —besa mi frente de manera dulce. Pocas veces lo hace y menos cuando estamos con gente presente, no es debido, o eso dicen. Sus ojos miel destellan mientras toma su maleta y sale del lugar, como siempre, entre sus misterios, de los cuales, mi familia siempre ha estado llena. —Aria, sé obediente, es hora de ir a tus clases—ordena mi madre de manera delicada guardando los alimentos en mi bolso, me regala un beso en la frente junto la bendición que recibo cada vez que salgo de mi hogar. Otranto es una ciudad tanto iluminada como oscura, en las mañanas o apenas cuando sale el sol, se logran admirar los árboles y pequeñas colinas alrededor que nos impiden salir al exterior. ¿Por qué no salir al exterior? No se sabe con exactitud, solo dicen que hay: peligro. Nos protegen de lo que sea que haya allá afuera, de la maldad y el pecado del mundo según muchos.  Las casas todas son iguales desde la parte externa, solo las diferencian los colores o que sean de piedra; con los nombres de los que viven en la casa en la parte de afuera en una lápida. Nuestro deber es cumplir con las órdenes dadas por nuestros señores, crecemos con ese pensamiento y morimos con él, pero a esta edad, dudo mucho que me llegue a importar. Lo único en lo que he llegado a pensar en los últimos días es en qué podría hacer, pero aquí las posibilidades son limitadas, y no quiero ser monja. Ser parte del comité especial de la ciudad cada vez suena más vacilante siendo mi madre parte de este, sumos secretos y decisiones que se atraviesan cada vez, decisiones por las que mi familia pasó perdiendo a mi padre, quien incumplió órdenes del señor. —Buenos días Aria—saluda Caleb, un compañero de escuela, aunque no comparto clase con él ya que hombres y mujeres van separados, pero nos permiten la comunicación. Pero está completamente prohibido el contacto entre nosotros, como si tuviéramos ciertos paracitos.  Sin demostrar emoción alguna, sentimiento o cariño, eso es prácticamente inexistente para nosotros, posible solo en la intimidad del matrimonio. —Buenos días Caleb—le devuelvo el saludo con una mínima mirada ya que el sacerdote nos observa sigilosamente en la entrada donde nos solemos separar; lado derecho para hombres, izquierdo para mujeres. Las grandes columnas grandes romanas rodean el lugar junto una fuente del año 1300 d.c hecha en piedra y un ángel en la parte superior. Los vitrales de colores grandes ilustrando algunos santos, lúgubres arcos apuntados y muros delgados, yacía yo observando a cada joven con su uniforme, hombres con pantalón n***o detallado y camisa blanca y corbata, mujeres con vestido blanco y suéter n***o. Pasando por el corredor donde varios solo leían libros antiguos o las propias biblias entro al salón de la servidora Idora, y como su nombre lo indica, el orden es primordial, contando la puntualidad. Tomo asiento al lado de una de las pocas amigas que puedo tener, ya que el sentido de la amistad puede llegar a ser peligroso y darnos a conocer pensamientos ocultos para nuestro ser. Básicamente, la soledad es una compañera eterna al estar en este lugar. —Hoy continuaremos con nuestro estudio interno, hay un tema especial para ustedes jóvenes, conocidos por todos, pero de suma importancia para el resto de sus vidas. El monje Póntico escribió en griego sobre los ocho vicios malvados, una lista de ocho vicios o pasiones malvadas fuentes de toda palabra, pensamiento o acto impropio, contra los que sus compañeros monjes debían guardarse en especial. Dividió los ocho vicios en dos categorías. ¿Alguien podría decirme cuáles son? –Alza sus anteojos redondos para observar a la clase de trece personas, todas jovencitas entre los quince y diecisiete años.  Su traje n***o algo voluptuoso y pegado al cuerpo con detalles dorados se mueve por la brisa fresca que entra por el lugar comparándose con el silencio tenue que nos acompaña. —Belisa, responda por favor—La chica más alta, como su nombre indica, se levanta de su asiento dispuesta a responder. Su cabello castaño oscuro se mueve por su coleta alta estirando un poco su rostro. —Son tres vicios hacia el deseo de posesión: gula y ebriedad avaricia, lujuria. Cuatro vicios irascibles, que ―al contrario que los concupiscibles―, no son deseos sino carencias, privaciones, frustraciones; ira, pereza, tristeza y orgullo. —Hace que tome asiento con un ademán y el rostro en suma desesperación aparente ante las palabras de mi compañera. —Esos, pecados como los describe el monje, son la cosa más horrenda, es un esclavista del pecado, esta vez, describiremos uno por uno, deberán entenderlos con la palabra del señor en mano, y entender, lo peligrosos que son, podrán acabar con su vida, llevándolos en segundos…a la muerte—Sus palabras no solo sonaron hasta cierto punto tétricas y escalofriantes, una curiosidad inundo el ser de varios de los presentes, al preguntarse qué significaba cada una de esas palabras y era un honor poder estudiarlas. >>La gula y ebriedad—los primeros pecados, pronuncia de manera fuerte la gula. Somos conocedores un poco de ellos, por las bases que fueron dadas por nuestros padres, de lo que es bueno y malo, de lo que debemos hacer y lo que no y esta entra en ellas. —La gula es la acción de comer o beber abundantemente y sin necesidad. La gula es el deseo excesivo, exagerado y descontrolado por la comida y la bebida generando un vicio. Se suele identificar la gula con una persona glotona que indica alguien que come vorazmente pero sin hambre—Niega varias veces con la vara en mano haciendo señal a la comida que hay en un estante, se ve apetitosa pero no hay hambre en nosotros, tenemos una hora específica para comer, para dormir, para jugar y estudiar, todo por órdenes del señor. —Tendrán que entender, que esto es una base para lo que viene después, los desgarra poco a poco desde adentro, en la decadencia de la vida y la respuesta de maldad en los ojos al escuchar una respuesta negativa de otro, deben aceptar lo debido y acceder ante las órdenes del divino. –La mujer pasa de un lado a otro haciendo señal a lo que se debe comer, pero me es imposible entender con claridad, cómo sería sentir eso, qué sería de nosotros si no pudiéramos comer, o quizás pudiésemos degustar de algo diferente a todos los alimentos dados y correctos que debemos ingerir. — ¿Es por eso que vivimos aquí? –pregunta una de las chicas. —Vivir aquí es un privilegio, alejados de las tentaciones y la maldad de lo que es el mundo. Seres perversos, llenos de oscuridad. Estamos a salvo aquí. La hora de salida se avisa con el cantico de los niños del coro, a quienes les quitaron su varonía para poder cantar siempre las notas altas necesarias en el coro, conocidos como: Castrato. Es una denominación que se utiliza para referirse a los jóvenes cantantes sometido desde niños a una castración para conservar su voz aguda ya que después cuando empiezan con su adolescencia no les es posible llegar a ciertas notas. En parte, vale la pena, sus voces angelicales son la gloria eterna, poder escuchar: “deste, fideles, laeti, triumphantes, Venite, venite in Bethlehem: Natum videte Regem Angelorum” Paso al lado de varios jóvenes quienes comparten historias o lecturas, y así mismo entro a la biblioteca Cuórum para poder descubrir más. Saber de historia y entender tantas cosas que no pueden explicarme en clase. A las mujeres no se nos permite llegar a ciertos documentos, pero, hay un lugar especial en la biblioteca donde se hallan escondidos libros antiguos que he logrado descifrar al haber aprendido latín y griego—obligación de varias familias en el lugar. “Et in fummo boni et mali: inveni in simplicitate cordis et in tenebris locus in quo inventus est lux intellectus eventually” (Y en mi rebatimiento del bien y el mal, encontré la simplicidad de la vida, en un lugar oscuro donde al final encontré la luz del entendimiento) Esa frase ha quedado impregnada en mi mente, y cada vez que vengo deseo repetirla para poder entenderla y memorizarla, a pesar que nunca lo he logrado, no porque no entendiese el idioma, sino por lo que hay detrás de ella, de su verdad, y de lo que deseaba transmitir el escritor en este libro. Me acomodé un poco para seguir mi lectura, pero algo más captó mi atención: una carta de papel poco amarillento antiguo con un sello rojo en la mitad se encontraba dentro del libro. Observé por ambos lados y no había nadie a mí alrededor; solo estaba yo entre la gran cúpula blanca y los vitrales azules brillantes junto los estantes de madera, los libros y escritos antiguos. Mi de batimiento entre abrirla y no me persiguió, por lo cual tomé la carta, dejé el libro en el lugar de siempre y caminé lo más rápido que pude, pensativa en lo que era correcto, si debía en verdad dejar la carta dentro o no. Era un libro que leía hace poco de un mes, y nunca había visto la carta hasta el día de hoy. Salí algo atemorizada ante aquello que pudiese suceder, sentía que todos me observasen como con un sentimiento de culpabilidad del cual no había presidido antes. Sintiendo aun los ojos de todos, entro a la casa descansando mi cabeza en la puerta de madera de poco más de tres metros. Mi respiración agitada y mis manos temblorosas sosteniendo mis libros. — ¿Por qué tan alterada?—la voz de mi hermano llega a perturbarme un poco más de lo que estaba, haciéndome abrir los ojos por la sorpresa sintiéndome de nuevo algo extraña. —. ¿Sucede algo Aria?—insiste levantándose de la mesa.  Lo observo detenidamente por algunos segundos tratando de encontrar mi propia calma, que parece haberse perdido desde hace un tiempo. Niego un par de veces, porque sé que si llegase a decirle algo, estaré en problemas, y no solo con él, sino con mi madre, no es muy amiga de los problemas en los que nos impliquemos. —Que tengas una buena noche Dan— respondo. Como su nombre lo dice, es un hombre que sabe juzgar, y seguramente estará pensando cosas acerca de mi comportamiento que no pasarán por alto. Subo a mi recamara, la cual está en el segundo piso. Nuestra casa es una de las pocas que cuenta con más de un piso, por el nombre de mi familia, algo sin sentido ya que se supone, que aquí no existen clases sociales. Nuestros hogares se componen de un primer piso amplio, como el de muchas casas en la ciudad, pero mayormente decorados y mejorados para los agentes y personas de rango alto, como mi madre. Mi habitación es algo pequeña, no puedo pedir más, no estoy en derecho alguno de hacerlo, los jóvenes no podemos hablar u opinar mucho, y eso ahora cada vez se vuelve más tedioso, pero no puedo decirlo. Me siento en el sillón que hay junto a la ventana, es difícil poder ver la luna ya que estando en un lugar tan apartado por todo, apenas logramos ver correctamente la superficie, todo por nuestra seguridad, no solo física sino espiritual, me trajeron aquí cuando apenas cumplía cuatro años. Han pasado trece años y cada vez se me hace más difícil, no solo recordar a mi padre, sino de lo que alguna vez fue mi vida allá afuera. Desearía recordar más, pero todos buscan que nos olvidemos de eso, o que simplemente nazcamos aquí y no sepamos nada del exterior, pero en mi condición, eso es más que difícil. Abro el sobre ya que de repente una clase de corriente corre por mi cuerpo invitándome a saber qué hay dentro, pero no es más que un papel amarillo, con letra común, pero su contenido, puede meterme en problemas y ser también, un escape.  Pero esto me daría más problemas de lo que imaginaría.              
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