O L I V I A Tomo la taza de té que la mujer frente a mí amablemente me ofrece y le dedico una pequeña sonrisa. —Gracias, señora Miles. —dije antes de beber un sorbo. —De nada, pequeña. —responde con una sonrisa maternal—. Debo seguir haciendo la limpieza. Nos vemos después, cariño. La despido con la mano y escucho sus pasos subiendo por las escaleras, seguramente dirigiéndose a las habitaciones. Aunque supongo que la mía no es necesaria, ya que me encargo personalmente de ordenarla; odiaría sentirme como un peso más para esa mujer ya mayor. La señora Miles ha trabajado con la familia Hayes desde que Sebastian era un niño pequeño. Es la única con la que tengo permitido hablar, sin embargo, no tenemos tiempo suficiente para más que ella preguntándome de vez en cuando al día si tengo ham

