Entre las Ruinas del Tiempo – Siglo XXI
La bruma londinense se alzaba como una vieja amiga sobre los campos verdes de Westmoor Estate, la mansión que dominaba las afueras al suroeste de la ciudad. Tenía un aire clásico, de líneas aristocráticas, pero estaba equipada con tecnología de punta: seguridad silenciosa, cristales blindados y una red de inteligencia que se extendía más allá de los muros de su biblioteca.
Desde el ventanal de su estudio en el segundo piso, Isabella contemplaba las luces de Londres titilando a lo lejos.
Detrás de ella, el reloj antiguo marcaba las 11:47 p.m.
La ciudad nunca dormía, pero ella sí necesitaba silencio. Al menos por unos minutos.
Afuera, los árboles se mecían suavemente con el viento de marzo. A pesar de los siglos, la primavera seguía oliendo igual.
Vestía una bata de seda negra, bordada con hilos plateados. En una mano sostenía una copa de vino oscuro, que no era precisamente vino. Sus ojos, de un gris profundo, brillaban a la luz tenue de la lámpara de escritorio.
Habían pasado más de cien años desde la última vez que pisaron Ashcombe Hall. Y aún no había un solo día en que ella no recordara.
La puerta se abrió con discreción. Adelheid entró con su andar firme y elegante, con un gesto medido que revelaba tanto respeto como vigilancia.
- Mi señora, - dijo suavemente - Su Excelencia le espera en la biblioteca. Markel acaba de volver de París. Tenemos noticias sobre los movimientos del archivo perdido.
Isabella giró el rostro, intrigada.
- ¿El archivo de Mond? - preguntó.
Adelheid asintió.
- Alguien lo activó desde Edimburgo hace tres noches. Una firma arcana vinculada con los antiguos círculos de investigación. Markel cree que no fue un accidente.
Isabella apoyó la copa en la repisa de mármol junto al ventanal.
- Entonces es hora de abrir esa línea de nuevo. - dijo, más para sí misma que para Adelheid - El pasado… nunca muere, ¿verdad?
Adelheid la observó un instante, como solía hacerlo y se inclinó ligeramente antes de retirarse.
Estudio de Viktor - Primer Piso
En la biblioteca, Viktor estaba de pie, hojeando un viejo volumen de cubierta de cuero. No había cambiado en su porte: alto, imperturbable, con la elegancia atemporal de un aristócrata que ha visto imperios caer y levantarse. El traje oscuro hecho a medida lo hacía aún más imponente, pero sus ojos, al verla entrar, se suavizaron.
- ¿Noticias? - preguntó, cerrando el libro.
- Adelheid dice que el archivo Thorne fue activado. - respondió ella, acercándose - ¿No te parece curioso que sea justo ahora?
- El siglo XXI está lleno de curiosidades. Clonación, IA, humanidad jugueteando con el poder que no entiende… Es cuestión de tiempo que vuelvan a abrir puertas que deberían permanecer cerradas.
Isabella se detuvo frente a la estantería más alta. Pasó los dedos por el lomo de un libro encuadernado en rojo.
- Y sin embargo, aquí estamos nosotros. Siguiendo adelante.
Viktor se acercó, colocó una mano en la cintura de ella, con una ternura que no había envejecido.
- Tú eres mi única certeza entre siglos de cambios, mi pequeña Edelweiss.
Isabella lo miró de reojo, esbozando una sonrisa.
- Y tú eres el único que sabe cuándo hablar... y cuándo callar.
Markel apareció en el umbral, impecable en su atuendo n***o, con la expresión seria de quien ha vivido demasiadas vidas en una sola.
- Interceptamos una conversación. - informó sin rodeos - Alguien menciona a “los herederos de Ashcombe”. Y no es un nombre que uno escuche por casualidad.
El silencio cayó como una tela densa.
Isabella se giró lentamente, su expresión endurecida.
- ¿Dijeron un nombre?
Markel negó.
- Aún no. Pero lo sabremos.
Viktor entrecerró los ojos.
- Entonces es hora de mover nuestras piezas.
Páginas Prohibidas
La sala de reuniones de Nox & Thorne Publishing, la editorial que Isabella y Viktor poseían desde hacía más de seis décadas, tenía paredes insonorizadas, ventanales polarizados y una mesa de ónix circular en el centro. Lujo discreto. Poder contenido.
En la pantalla frente a ellos, el archivo estaba abierto. Un manuscrito enviado por correo electrónico desde una dirección anónima, con el título provisional:
“Los Hijos del Hielo”
Isabella hojeaba las páginas virtuales una a una, el ceño fruncido, el rostro impasible como una estatua tallada en mármol. Pero Viktor, sentado junto a ella, captaba las señales sutiles: la presión con la que sostenía la Tablet, la forma en que no parpadeaba.
Markel y Adelheid estaban de pie al fondo de la sala. Vigilantes. Como siempre.
- Esto no es una novela cualquiera. - murmuró Viktor finalmente, con voz grave - Menciona el pasaje helado bajo los glaciares de Vorarlberg. Describe el símbolo del linaje de Vodrak, el que sólo aparece en los anillos del círculo ducal… y en tu brazalete, cariño.
La mujer asintió, sin apartar la vista de la pantalla.
- Y los ojos. Blancos, casi traslúcidos. La piel que no envejece. Los reflejos acelerados. Todo está allí… demasiado preciso para ser ficción.
- ¿Cuántos humanos conocen estos detalles? - intervino Adelheid con el tono helado de los que fueron criados para cazar y proteger. Nuestros cuidadores diurnos son leales. Lo han probado.
- No creo que sean ellos. - respondió Viktor con firmeza - Los pocos que nos conocieron están muertos. O fuimos nosotros quienes los silenciamos. Este autor está tomando algo… real.
Markel se adelantó y colocó sobre la mesa una carpeta.
- Ubicamos al posible autor. El manuscrito llegó desde un servidor cifrado en Suiza, pero rastreamos la fuente original. El documento fue subido desde una red privada asociada a un grupo universitario de estudios alpinos. Uno de los miembros, un joven historiador llamado Willem Redgrave, desapareció hace seis meses durante una expedición en los Alpes austriacos.
Viktor alzó una ceja.
- ¿Desaparecido?
- Oficialmente. Pero hace tres semanas apareció en Londres. Vivo. Y con una editorial interesada en publicarle el libro.
Isabella cerró el archivo.
- ¿Y qué más sabemos de él?
- Estudió genealogía, folclore europeo y simbología oculta. Su tesis fue rechazada por teorías consideradas “demasiado fantasiosas”: hablaba de castas inmortales ocultas entre linajes nobles y de un clan perdido bajo la nieve. Hasta que alguien financió su viaje.
- ¿Quién? - preguntó Viktor.
Markel vaciló un segundo.
- Una fundación privada… propiedad de un descendiente Ashcombe. Bajo otro nombre.
El silencio fue absoluto.
Isabella se apoyó lentamente en el respaldo del sillón y habló con voz baja, pero cargada de una furia ancestral:
- Sabía que no se iría al infierno sin arrastrar a alguien con él.
Viktor entrelazó los dedos sobre la mesa. Su expresión era de cálculo puro.
- Si esto llega a imprimirse, no solo descubrirán el ducado. Habrá expediciones, drones, infiltraciones. Los jóvenes del clan... están en peligro.
Adelheid dio un paso adelante.
- Puedo eliminar al autor. Silenciosamente. Nadie lo relacionará con ustedes.
Pero Isabella negó con un gesto.
- Aún no. Si lo matamos, el libro se vuelve leyenda. Se vuelve prueba oculta. Prefiero que se vuelva mentira.
- ¿Y cómo lograremos eso? - preguntó Markel.
Isabella sonrió, apenas.
- Publicándolo nosotros. Bajo otro nombre. Con detalles cambiados. Que parezca lo que los humanos quieren: fantasía. Folklore. Haré que lo editen, que lo “mejoren”. Lo pondremos en las vitrinas de todas las librerías. La verdad, disuelta entre mentiras.
Viktor se giró hacia ella, sorprendido. Pero luego asintió. Comprendía su lógica.
- Y mientras tanto, investigaremos si alguien más ha encontrado los pasajes. Enviaré una orden al abuelo para que se coordine con los cuidadores diurnos.
- Y nos aseguraremos de que Willem Redgrave no vuelva a escribir otra línea. - añadió Isabella - Que este libro sea su primer… y último legado.
Mientras se dispersaban, una sensación densa permanecía en la sala.
Porque sabían que no era casualidad. Alguien los estaba buscando. Y esta vez, era un enemigo que no usaba armas. Usaba palabras.