Tensión
La habitación estaba en calma, bañada por la tenue luz de la luna que se colaba entre los cortinajes pesados del dormitorio principal. Isabella ya estaba en la cama, con los ojos abiertos, mirando el techo. Podía sentir la inquietud que vibraba en el aire, esa tensión que no se pronunciaba, pero se hacía notar.
Cuando la puerta se abrió suavemente, Viktor entró con pasos lentos y controlados. La joven lo observó desde la penumbra, su silueta recortada contra la luz cálida del pasillo.
- Vienes tarde. - dijo ella, sin necesidad de más palabras.
El joven se acercó, dejó caer con cuidado el abrigo sobre una silla y se sentó al borde de la cama. Sus manos, grandes y firmes, se entrelazaron mientras desviaba la mirada.
- Tenía que supervisar los informes sobre el mantenimiento en Viena. - respondió con voz tranquila, aunque había un dejo de tensión.
Isabella arqueó una ceja, estudiándolo.
- ¿Viena? - repitió con suave escepticismo - Elsa ha estado al tanto de las reparaciones y sabes que confío en ella para eso.
Viktor esbozó una sonrisa breve, apenas perceptible.
- Lo sé. Pero quise asegurarme personalmente. Ya sabes que prefiero no dejar nada al azar.
La joven no dijo nada, pero sus ojos azul profundo brillaron con la mezcla de amor y desconfianza.
- ¿No me contarás que pasa? - preguntó en un susurro, casi para sí misma.
- No esta noche, cariño. - respondió él, apoyando la frente contra su mano - No quiero preocuparte.
Isabella se volvió para mirarlo de frente, tocando su mejilla con delicadeza.
- Pero ya lo haces. – murmuró - Aunque finjas lo contrario, lo siento. Siempre lo siento.
Viktor la tomó en brazos con ternura contenida, acomodándola contra su pecho.
- Prometo que pronto podrás saberlo todo. - dijo con voz firme y sincera - Pero esta vez debo hacerlo solo.
La mujer cerró los ojos y dejó que su respiración se sincronizara con la de él.
- Entonces quédate conmigo. – pidió - Quiero estar contigo.
El silencio que siguió fue un pacto silencioso. Mientras la ciudad y el mundo continuaban su incesante cambio afuera, ellos se aferraban al único refugio que aún les quedaba: el uno al otro, aunque con puertas cerradas y palabras no dichas.
Preocupación
El amanecer se filtraba a través de los ventanales altos de la mansión, tiñendo de dorado las paredes y el mobiliario antiguo. La casa parecía respirar un aire diferente, como si ella misma presintiera el cambio inminente. En la biblioteca, Viktor guardaba papeles y documentos con manos que apenas disimulaban la prisa contenida. Su mirada, sin embargo, se perdía a menudo en la ventana, como buscando algo más allá del horizonte.
Isabella lo observaba desde la puerta, notando la sombra que crecía en sus ojos, el silencio que ahora llenaba los espacios donde antes había risas y planes compartidos.
- Has estado distante. - dijo al fin, con la voz suave pero firme - ¿Qué sucede?
Viktor se volvió, sus ojos mostraban ese brillo de tristeza contenida.
- Me cuesta separarme de ti. - respondió, con una sonrisa que no alcanzó a sus labios - Pero pronto pasará.
Isabella quiso preguntar más, exigir la verdad, pero el peso en su pecho le dijo que no lo haría ahora. Aquel “pronto” resonaba con una certeza que la inquietaba.
Mientras tanto, en los corredores, Markel y Adelheid intercambiaban miradas cargadas de preocupación. Adelheid fue la primera en romper el silencio.
- Isabella no sabe lo que Viktor se dispone a hacer. - susurró, mirando hacia la puerta por donde se habían separado - Y temo que no regrese.
Markel apretó la mandíbula, consciente del dilema.
- No podemos decirle nada. - replicó con voz grave - Desobedecer al líder del clan no es una opción. Pero debo admitir que esto me pesa.
Los dos escoltas compartían la carga de un secreto que podía quebrar la frágil estabilidad que Isabella aún mantenía.
En la mansión, Viktor preparaba su equipaje, cada objeto meticulosamente elegido. La despedida estaba cerca, aunque ni él ni Isabella se atrevían a nombrarla en voz alta.
Cuando finalmente Isabella se acercó para ayudarlo, sus manos se rozaron y un silencio denso llenó el cuarto. Ella pudo ver, en la mirada de Viktor, la batalla interna que libraba: el deber y el amor en guerra silenciosa.
- Vuelve pronto. - susurró y por primera vez, en esa simple frase, hubo un dejo de súplica.
Viktor asintió, pero no prometió nada. Sabía que no podía hacerlo.
La partida era inminente y con ella, la ruptura de un equilibrio que había durado demasiado tiempo.
Mansión en las Afueras de Londres - Al Día Siguiente
Isabella llegó a la editorial en un día que parecía igual a tantos otros, pero una sensación extraña se apoderó de ella apenas cruzó la puerta. Viktor había viajado cientos de veces sin ella, pero esta vez, algo era distinto. El aire se sentía denso, cargado, como si la casa misma contuviera la respiración.
Subió las escaleras con paso firme y se dirigió al estudio de Viktor. La habitación estaba inusualmente ordenada, casi demasiado perfecta. No había documentos dispersos, ni la pila habitual de papeles y notas. Su computadora personal descansaba intacta sobre el escritorio, sin un solo archivo abierto ni un rastro de la prisa de los últimos días.
Un frío la recorrió.
Subió hasta la habitación principal. Entró al vestidor, donde todo estaba en su lugar, demasiado pulcro para ser casualidad. En la cómoda, sus dispositivos estaban dispuestos con una precisión que parecía deliberada: su celular, el reloj inteligente, la Tablet, todos alineados como piezas en un tablero.
El corazón le latió con fuerza, una alarma que la hizo contener la respiración.
Corrió hacia la habitación de Adelheid. Allí todo estaba en orden, excepto por un detalle que la hizo estremecer: el celular y demás dispositivos estaban sobre la mesa de noche, cerrados con cuidado. No debía haber señales de que alguien podría estar localizando a Viktor o a ella.
Con un nudo en la garganta, se dirigió a la habitación de Markel. La escena se repitió: todo limpio, ordenado, pero sin rastro de tecnología fuera de lugar. Un jadeo ahogado escapó de sus labios cuando comprendió lo que todo eso significaba.
Bajó las escaleras rápidamente, casi corriendo, hasta llegar a la puerta reforzada en el sótano. Allí, en el lugar que habían adaptado como sala de preparación y entrenamiento, buscó las cajas con los viales de su sangre. Desde la guerra, ella había preparado esos viales para Viktor, por si alguna emergencia lo exigía.
Pero las cajas no estaban.
Un frío helado le atravesó el pecho. El silencio era ensordecedor.
Cuando se giró para marcharse, una carta sellada llamó su atención sobre la mesa. El sello inconfundible de Viktor, impreso en cera roja.
“A mi edelweiss,” leyó con voz temblorosa.
Sus dedos temblaron mientras rompía el sello con cuidado y comenzó a leer:
“Cuando encuentres esto, ya nos habremos ido…
Te he amado desde el primer día y no seré yo quien te obligue a dejar la vida que has elegido.
Esperé a que me abrieras tu corazón, pero no pude romper el hierro con el que lo has rodeado.
Te amo y te amaré por toda la eternidad.
Mi Sangre del Viento, mi consorte, mi alma.
Lamento no haberte dicho la verdad...
Viktor.”
Las lágrimas le nublaron la vista, un peso insoportable que aplastaba su pecho. La distancia que Viktor había puesto no era solo física; era la rendición silenciosa de un amor que no pudo ser.
Isabella sintió que algo dentro de ella se quebraba y, sin embargo, una chispa de fuego indomable se encendía: el tiempo para quedarse atrás había terminado.