El Regreso al Clan
El portón de hierro chirrió al abrirse ante ellos y Viktor y los demás atravesaron el umbral que separaba el mundo exterior de la fortaleza ancestral. La atmósfera dentro era fría y densa, pero en el interior del castillo una tenue calidez provenía de los grandes candelabros que colgaban del techo y de las chimeneas encendidas en los salones.
En el salón principal, Tharion esperaba, apoyado en un bastón tallado en madera de roble, sus ojos cansados, pero vivos reflejaban siglos de sabiduría y batalla. Su rostro surcado por arrugas hablaba del peso de los años y de la responsabilidad de mantener el ducado a salvo.
- Viktor, mi nieto. - su voz retumbó con firmeza a pesar del cansancio cuando lo vio entrar - Al fin regresas. ¿Y los demás? ¿Cómo están?
Hans hizo una leve reverencia mientras Viktor respondía, con una máscara de calma que apenas ocultaba su preocupación.
- Estamos bien, abuelo. La situación se complica, pero seguimos vigilantes.
Tharion frunció el ceño, señalando un mapa extendido sobre la mesa de piedra, donde pequeños drones zumbaban sobre la barrera dibujada con tinta invisible para ojos humanos.
- Estos malditos drones no cesan. Ni nuestros mejores guardianes pueden neutralizarlos todos. Se infiltran, detectan y transmiten... No es un enemigo cualquiera.
Viktor asintió, su mente repasando las posibles soluciones y alianzas.
- ¿Y Elira? - preguntó Tharion con un brillo esperanzado - ¿Ha venido con ustedes?
- No. - mintió Viktor sin vacilar - Se quedó en Londres, atendiendo asuntos urgentes de la editorial. No podía abandonar sus responsabilidades ahora.
El silencio llenó el salón por un momento, mientras Tharion evaluaba la respuesta.
- Bien, entonces descansa un poco. Mañana será un día importante.
Viktor sintió el peso de la misión en sus hombros, consciente de que cada decisión afectaba no solo a su familia, sino a todo el linaje que protegían.
La Ausencia de Viktor
La cuchara temblaba en la mano de Isabella.
No por frío.
La joven la dejó caer en la taza intacta de sopa sobre la bandeja de plata, donde el vapor ya no se alzaba, sino que se deshacía lentamente como el ánimo que la mantenía en pie. El reloj de péndulo en la sala marcó las tres de la madrugada con un sonido apagado. Nadie respondió al eco de la campana. La mansión Von Draak, encaramada en lo alto de una colina, se había convertido en una tumba de mármol sin voz desde que Viktor partió.
Isabella se aferró a su bata de seda negra, cruzando los brazos sobre el pecho. El ventanal daba a una ciudad iluminada y despierta. Londres era un enjambre constante, pero sus luces no lograban calentarle los huesos.
Sin él, no podía dormir.
Lo había intentado. Dormir sola era imposible. Soñaba sin él, si, pero eran imágenes aterradoras. Desde su partida, las pesadillas habían vuelto. Imágenes vagas, resbaladizas, rostros que nunca alcanzaban a definirse, sombras que la perseguían por pasillos que no existían… o no todavía.
Durante el día vagaba por la editorial como una autómata. Los manuscritos no despertaban su interés. Las reuniones la exasperaban. Y los comentarios en redes sobre el escritor solo agravaban su mal humor. Esa cara, esa sonrisa nerviosa, esos ojos que no sabían lo que veían... Willem Redgrave estaba en todas partes. Reseñas en blogs de aficionados, videos en t****k sobre su proceso creativo, artículos sobre el talento emergente. Un nombre sin fuerza, pero con una voz que, para los oídos equivocados, podía significar una sentencia.
Viktor lo había advertido antes de marcharse:
- Si no entrega los derechos, habrá que encargarse de los archivos maestros. Aún estamos a tiempo de borrar lo que sabe, lo que intuye. Pero si el libro ya está a la venta… será más difícil erradicarlo sin hacer ruido innecesario.
Entonces ella aún pensaba que no sería necesario llegar tan lejos. Que el muchacho firmaría. Que se rendiría como todos. Pero los días pasaban y nada llegaba. Ni un mensaje. Ni un cambio en la decisión.
Y cada vez que entraba al sistema interno de la editorial, cada vez que buscaba ese manuscrito maldito, seguía ahí.
“Los Hijos del Hielo.”
Titulado así como una burla personal.
Isabella cerró los ojos. Su reflejo la observó desde la ventana, superpuesto a las luces de la ciudad. Se veía pálida. Más delgada. Casi transparente.
Se obligó a levantarse y cruzó el salón descalza, el eco de sus pasos deslizándose sobre los pisos de madera encerada. A veces recorría las calles de Londres al anochecer, con un abrigo sobre el camisón, buscando el murmullo lejano del mundo que una vez conoció. Aquél que compartía con Viktor. Cuando su sombra iba un paso delante de la suya, cuando sus dedos fríos se entrelazaban sin aviso y los monstruos se escondían, no porque no existieran, sino porque le temían a él.
Ahora no había dedos. No había sombra que la protegiera.
Sólo un muchacho que escribía verdades disfrazadas de ficción.
Y el tiempo corriendo.
La Inquietud De Viktor
El reloj no sonaba en ese lugar.
Las paredes del castillo Vodrak, levantadas en piedra negra y selladas con silencio antiguo, no daban lugar al paso del tiempo como lo haría una casa humana. Pero Viktor sabía que la noche había caído. Lo sentía en los huesos. En la forma en que la oscuridad parecía oprimir la estancia, más densa que de costumbre, como si esperara algo.
Y no llegaba el sueño.
La chimenea ardía sin calidez. Solo para iluminar los bordes de la habitación con un resplandor tenue y carmesí. Los candelabros goteaban cera con resignación. Él se había despojado del abrigo y caminaba descalzo por el salón abovedado, la camisa desabrochada hasta la mitad del pecho, el cabello aún húmedo del baño nocturno. Los libros, en montones abiertos sobre la mesa, no lo ayudaban. Ni los informes de Markel. Ni siquiera la absurda sonrisa de Willem, impresa en la portada digital de su blog, le despertaba rabia.
Solo una certeza.
Isabella no dormía.
Su angustia llegaba como una punzada sorda en el pecho. No era del todo física, ni del todo mental. Era más bien una g****a. Una presión constante, como si el vínculo que los unía vibrara con un llamado que se negaba a pronunciar su nombre. No necesitaba verla para saberlo: no comía, no caminaba de día, no dormía... no sin él.
La copa de vino tembló en su mano.
- Harás un surco en el suelo si sigues caminando de esa forma.
La voz resonó desde la sombra que custodiaba la biblioteca contigua. Tharion Vodrak, su abuelo, emergió con la parsimonia de un depredador milenario. Iba ataviado con una bata de terciopelo n***o, bordada con símbolos ya olvidados por el tiempo. Sus ojos ámbar centelleaban con esa mezcla peligrosa de sabiduría y sospecha.
Viktor no se giró.
- No puedo dormir. - admitió, dejando la copa sobre el alféizar de la ventana.
Tharion se aproximó con pasos medidos, como quien acecha sin declarar guerra. Lo estudió de perfil: el rostro tenso, los músculos del cuello rígidos, las venas ligeramente marcadas bajo la piel pálida. La mirada fija en el vacío.
- No puedes dormir. - repitió con un matiz pensativo - Extraño. Porque tú sí puedes dormir cuando te lo propones. Aún si el mundo se desmoronara.
Viktor alzó una ceja.
- ¿Qué quieres decir?
- Que no es insomnio. Es otra cosa. - Se cruzó de brazos - Esa muchacha... tu mujer. Elira ¿Está bien?
La mención de su nombre provocó una mínima reacción: los dedos de Viktor se cerraron sobre el alféizar.
- Ella está en Londres.
- Eso no responde mi pregunta.
Silencio.
Tharion avanzó unos pasos más, hasta quedar junto a él. Miró también hacia el horizonte invisible, más allá de los cristales, donde solo la noche se extendía.
- ¿Sabes por qué no interfirieron los ancianos cuando decidiste quedarte con ella? - inquirió y al no recibir respuesta, continuó - Porque esperaban que el vínculo se estabilizara con el tiempo. Que la novedad pasara. Que ella se quebrara. Pero no lo ha hecho. Y tú tampoco la has soltado.
Viktor cerró los ojos por un instante.
- No está comiendo. No duerme. Ha vuelto a tener pesadillas.
- ¿Y tú sientes eso desde aquí?
- Si. - Lo miró entonces y sus ojos ámbar brillaron intensamente - Puedo sentirlo.
Tharion lo observó largo rato. Luego, sin pronunciar juicio, dijo con tono grave:
- Si este lazo se vuelve más profundo, no solo tu poder cambiará. Cambiarás tú. Cambiará ella. Y ellos lo sabrán. No me sorprendería que ya lo sepan.
Viktor asintió lentamente.
- Lo sé.
- Entonces actúa pronto, antes de que se te adelanten.
Tharion se alejó, desvaneciéndose en la penumbra del castillo.
Viktor no se movió. Su mirada seguía clavada en la noche, en el punto invisible donde su vínculo tiraba con fuerza, como si algo al otro lado del mundo estuviera a punto de romperse.
Y esta vez, si se rompía, no iba a permitir que nadie la tocara.