La Habitación Vacía
La ventana crujió al abrirse.
Willem entró con pasos lentos, casi reverentes, como si temiera profanar un santuario. La mansión estaba sumida en la oscuridad, con el aire helado de los muros viejos colándose por cada rincón.
Cuando llegó a la habitación, apenas una lámpara de luz cálida titilaba desde una esquina, revelando la silueta de Isabella sentada en una esquina de la cama.
Estaba envuelta en una chaqueta masculina, mucho más grande que su cuerpo. El cuero había cedido con el tiempo, pero aún conservaba el aroma inconfundible de su dueño. Entre sus brazos, contra el pecho, sostenía una bufanda de lana oscura. La apretaba como si fuera lo último que la anclaba al mundo.
Willem tragó saliva. No esperaba verla así.
Isabella lo miró sin expresión. Sus ojos grises, antes afilados, brillaban sin luz.
- No entres más de lo necesario. - murmuró ella, sin fuerza.
El joven se detuvo a un par de metros. De su bolsillo sacó un pequeño crucifijo de plata, temblando ligeramente al mostrarlo.
- Por si… bueno… tú sabes… - farfulló - Películas, instinto… precaución.
Isabella lo miró, parpadeando una sola vez. Luego, soltó una risa baja y seca.
- ¿Crees que un crucifijo funciona con algo como yo?
- No. Pero me hacía sentir mejor. Ahora no tanto.
La joven bajó la mirada. La bufanda resbaló un poco, dejando ver su clavícula expuesta, pálida, herida. Su voz salió apenas audible:
- Él se fue.
Willem la observó, genuinamente confundido.
- ¿Viktor?
- Todo por tu maldito libro. - murmuró - Lo único que podía ofrecerle: un nombre en la superficie, una vida… y arruiné incluso eso.
Se abrazó con más fuerza. La chaqueta de Viktor parecía tragarla.
- Llamé a mi antiguo hogar. No está. No hay rastros de él. Nada. Todo lo que podría ayudarme a encontrarlo… lo dejó atrás. Lo hizo a propósito. Para no ser seguido.
Willem bajó la mirada, incómodo. No por tristeza, sino porque por primera vez entendía que aquella criatura - tan temida por muchos - podía quebrarse.
- ¿Te duele? - preguntó con suavidad, sentándose en el suelo, junto a la cama.
Isabella lo miró. Sus ojos no tenían lágrimas. Sólo una melancolía que pesaba como una lápida.
- No como antes. Cuando deseaba morir y nadie me veía. Cuando Rowan me… - la voz se quebró brevemente, pero no terminó la frase - Esto es diferente. Es como… vacío. Como si la única parte viva de mí se hubiese ido… Sin él sólo queda el cascarón.
Willem asintió lentamente. Tomó el crucifijo, mirándolo y lo guardó sin decir nada. Luego la miró de nuevo.
- Puedo ayudarte a encontrarlo.
Isabella parpadeó.
- ¿Cómo?
- Hay registros. Libros. Menciones antiguas sobre un ducado perdido en las montañas del norte. Rastreé artefactos, detalles… Y tú… tú podrías estar conectada a eso. Y él también.
Isabella no respondió de inmediato. Lo observó largo rato, midiendo cada gesto, cada pulso de su aura. El viento en su sangre susurraba… y no sentía mentira en él.
- ¿Por qué querrías ayudarme? - preguntó al fin.
- Porque… - Willem suspiró - cuando fuiste a mi casa, vi algo que reconocí. Algo que estaba en mí desde siempre, pero nunca pude nombrar. Porque cuando te vi hoy, rota y vacía, entendí que no eres el monstruo que todos pintan.
Un largo silencio.
- Y porque tengo miedo de lo que se viene. Pero no de ti.
Isabella lo miró por un momento más y luego asintió, apenas con un leve gesto de la cabeza.
- Está bien. - murmuró - Partiremos mañana. A primera hora.
Willem se incorporó, sacudiéndose el polvo del pantalón.
- ¿Tienes alguna habitación libre? Dormiré allí.
La joven ladeó la cabeza.
- Puedes usar el sofá junto a la chimenea si prefieres. No hay calefacción y los cuartos del ala este están aún más fríos. No he tocado nada desde que se fueron...
Él esbozó una sonrisa tensa.
- ¿No hay problema que duerma aquí? Tu esposo parece algo posesivo.
- Cuando lo vea le explicaré...
- Eso espero... No quiero morir...
Isabella se quedó en silencio mientras él caminaba hacia el sofá. Justo cuando se acostaba, su voz lo alcanzó con un tono amargo y triste:
- Sabes… esta casa solía estar llena de luz. No porque hubiera lámparas. Porque él estaba aquí. Porque sus ojos dorados me iluminaban… incluso en la oscuridad.
Willem se detuvo, sin girarse. Y por un instante, supo que la tristeza de esa mujer era más peligrosa que cualquier cruz de plata.
- Cuando lo veas se lo dirás...
Luego se quedó en silencio y la mansión volvió a sumirse en su noche helada.
Tú Eres Mi Hogar
El viento susurraba contra las ventanas de la habitación.
Isabella se acurrucó bajo la chaqueta de Viktor, la bufanda aún entre sus manos. No intentó dormir. Sabía que el sueño no vendría por voluntad propia.
Pero entonces…
El eco de una voz cálida se deslizó en su mente. Como si brotara del rincón más profundo de su alma.
- No cierres los ojos aún… - le había dicho Viktor.
- ¿Por qué? - ella había respondido, burlona - ¿Tienes miedo de lo que haré mientras duermes?
- No. - Viktor había sonreído - Tengo miedo de que sueñes con alguien más.
El recuerdo la golpeó como una brisa cálida en pleno invierno.
Estaban en aquella habitación de la mansión, hacía apenas unos meses. Su esposo la había envuelto en una manta tras una discusión que terminó en risas y caricias. La tormenta había azotado los cristales aquella noche también, pero en sus brazos no sintió frío.
- Eres tan ruidosa cuando amas, - había susurrado él contra su oído, mientras sus dedos rozaban su nuca con sus cuerpos entrelazados después de hacer el amor - pero tan silenciosa cuando estás triste.
Isabella lo había mirado entonces, fingiendo indiferencia.
- No tengo nada de qué estar triste.
- Claro que sí. - La voz de Viktor, grave y envolvente - Tú cargas memorias como otros cargan cicatrices. Y duele… hasta que alguien se queda a mirar a tu lado.
En el recuerdo, sus dedos acariciaron su mejilla. Luego su boca rozó la suya con dulzura. No como un amante hambriento, sino como alguien que había encontrado algo sagrado.
- Isabella…
- ¿Qué? - había susurrado ella, los párpados pesados a punto de dormirse - Si alguna vez nos separamos, recuerda esto. Este instante. Porque aunque el mundo arda… siempre te encontraré en él.
De pronto, el frío de la noche la golpeó de nuevo.
La habitación oscura volvió a ser lo que era: un cascarón vacío. El sofá crujía en el piso inferior. Willem dormía.
Isabella no.
Sus dedos aferraron con más fuerza la bufanda. Acercó su rostro a la tela y aspiró hondo. El perfume seguía allí, mezclado con la esencia de Viktor: madera oscura, nieve y una promesa no dicha.
“Siempre te encontraré en él.”
Pero no estaba. La había dejado atrás.
Y la noche siguió su curso, callada y despiadada, mientras el recuerdo ardía en su pecho como un faro solitario.