En La Ruta Hacia Lo Desconocido
La carretera se deslizaba entre colinas cubiertas de niebla, como si el paisaje mismo quisiera esconder los secretos del mundo al que se dirigían. El coche avanzaba en silencio, solo el motor y el golpeteo ocasional de las ramas contra la carrocería interrumpían la calma.
Willem estaba en silencio con la vista fija en el camino, pero sentía los ojos de Isabella sobre él. Ella no hablaba mucho y cuando lo hacía, sus palabras tenían un peso que le era imposible ignorar.
Finalmente, fue ella quien rompió el silencio.
- Willem… - dijo, suave, casi en un susurro - ¿Por qué nos buscaste?
El joven tardó en responder. Sus manos se apretaron un poco más en su regazo y sus labios se curvaron en una mueca de duda.
- No fue… una decisión racional. Al principio, ni siquiera sabía qué buscaba. - Respiró hondo, como si sacara algo que llevaba tiempo guardado - Siempre me sentí extraño. Desde niño. Había cosas que no encajaban.
- ¿Cosas? - preguntó ella, girando el rostro hacia él.
- Soñaba cosas que no habían pasado. O.… que pasaban después. Visiones, tal vez, pero no sé cómo llamarlas. A veces eran confusas, otras veces tan nítidas que me despertaba con el corazón latiendo como loco. Además… me curo más rápido que los demás. Una vez me fracturé la muñeca y al día siguiente ya no había nada. Nadie me creyó. Dijeron que exageraba, que lo inventaba.
Isabella asintió lentamente, reconociendo los signos.
- ¿Y tu madre? ¿Ella…?
Willem frunció el ceño, y por un momento su mirada se oscureció.
- Murió cuando yo era muy pequeño. Apenas recuerdo su voz. Pero mi abuela… ella me crió. Y un día, cuando pregunté por mi padre, se quedó en silencio por tanto tiempo que pensé que no me respondería. - Hizo una pausa y su voz bajó aún más - Me dijo que él no era humano.
Isabella sintió un escalofrío recorrerle los brazos. No de miedo, sino de algo que no sabía cómo nombrar aún. Tal vez un presentimiento.
- ¿Y lo odias por eso? - preguntó con dulzura.
- Lo odiaba. - respondió Willem, sin pensarlo - Creía que era un monstruo. Que la mató. Que la dejó sola con un hijo… como si yo mismo hubiera sido el error.
- Willem… - empezó ella, pero él negó con la cabeza.
- Lo sé. Ahora sé que hay cosas más complejas. Pero durante años fue más fácil pensar que alguien tenía la culpa. Me obsesioné con saber. Busqué nombres, registros, libros… rastros. Y finalmente encontré uno. El apellido Draackenwald y la palabra Vodrak aparecían en ciertos textos extraños, en archivos privados, en cartas que se negaban a desaparecer del todo. Y ahí comencé a sospechar…
- ¿Sospechar qué?
Willem tragó saliva. Le costaba decirlo en voz alta.
- Que mi padre… era uno de ustedes.
La confesión quedó suspendida en el aire, como un cristal delicado que apenas se atrevía a vibrar.
Isabella mantuvo la mirada fija en él, serena.
- ¿Tu abuela te dijo algo más?
- Sí. Dijo que sus ojos a veces cambiaban… se volvían de un azul casi blanco. Como si se encendieran por dentro. Nunca lo entendí… hasta que vi a Viktor por primera vez. En esa reunión en Londres. Lo vi apenas unos segundos, pero sus ojos... eran iguales. Y lo supe.
Isabella desvió la vista al ventanal, el paisaje avanzando en sombras junto a ellos.
- Los ojos son una herencia muy poderosa entre los nuestros. Especialmente en algunas líneas de sangre.
- ¿Entonces…?
- No lo sé. - admitió ella - Pero hay algo en ti, Willem. No solo en tus ojos o en tu sangre. En tu esencia. Lo siento cuando hablas… cuando callas también. Tal vez no sea odio lo que te trajo hasta aquí.
Willem respiró hondo. El silencio volvió por unos minutos, pero esta vez era distinto. No era incómodo. Era como si ambos estuvieran escuchando el eco de algo más profundo, algo que aún no se revelaba por completo.
- ¿Y si mi padre sigue vivo? - preguntó al fin, en voz baja.
Isabella lo miró, sin suavizar la intensidad de sus ojos grises.
- Entonces encontraremos la verdad juntos.
El coche siguió avanzando, llevándolos no solo hacia el ducado, sino hacia un pasado que aún respiraba en las sombras, esperando ser descubierto.
El Sendero de los que Guardianes del Hielo
El vehículo se detuvo al borde del camino de tierra, donde el bosque se espesaba y las sombras se alargaban, aún a plena luz del día. El aire olía a humedad, a corteza y a piedra vieja y el canto de las aves se silenciaba cuanto más cerca se estaba del corazón del valle.
Conrad bajó primero. Su porte sobrio y elegante contrastaba con la rusticidad del entorno. Caminó hacia el costado del coche y abrió la puerta trasera.
- Hasta aquí puedo llevarlos, mi señora. - dijo con una reverencia ligera - Más allá de este punto, los caminos no aceptan máquinas.
- Gracias, Conrad.
Isabella descendió con gracia, sujetando su mochila con ambas manos. Su abrigo de lana oscura ondeó suavemente al viento. Willem bajó tras ella, lanzando una mirada escéptica hacia el bosque cerrado que se abría ante ellos, como una boca entreabierta.
- ¿Y ahora hay que subir a pie? - preguntó él, ajustando su propia mochila.
- O a caballo. - respondió Isabella, con una pequeña sonrisa - Pero a esta hora… es más discreto caminar.
Willem murmuró algo que sonó a queja, pero no insistió.
El hombre los observó un instante más, luego se inclinó levemente hacia Isabella.
- Los cuidadores diurnos están despiertos. Si hay ojos en los pasajes ocultos… sabrán que están aquí.
- Cuento con ello. - replicó ella con serenidad, como si la idea no le preocupara en lo más mínimo - Su lealtad permanece intacta, ¿No es así?
- Así es mi señora… aún recuerdan a su maestra.
Isabella asintió. Hubo una chispa de emoción, breve, en sus ojos grises.
- Gracias. Regresa a casa con cuidado.
- Bienvenida a casa, mi señora.
Con una última mirada cargada de significado, el hombre subió al coche y desapareció entre la bruma del sendero, dejando tras de sí el eco de un motor que se fue apagando hasta que el único sonido fue el susurro del bosque.
Isabella dio el primer paso. El sendero era empinado, cubierto de raíces y hojas húmedas, pero lo conocía por los mapas de Viktor. Cada curva, cada cruce invisible entre los árboles, cada señal grabada en las rocas.
Willem la siguió, mirándolo todo con una mezcla de fascinación y recelo.
- ¿Estamos siendo vigilados?
- Sí. - respondió Isabella sin voltear - Siempre lo están. Nadie llega al ducado sin que los cuidadores diurnos lo sepan.
- ¿Y si no les agrada nuestra presencia?
- Entonces sabré que los recuerdos se han vuelto débiles… o que la sombra de Viktor ya no basta para protegerme.
- ¿Y eso no te asusta?
La joven se detuvo un momento y lo miró por encima del hombro. El viento hizo que su cabello castaño se deslizara como seda sobre su mejilla.
- Me asusta más no regresar. Me asusta olvidar lo que fui… lo que fuimos.
Willem tragó saliva. El peso de esas palabras era más denso que el aire húmedo de la colina.
Siguieron avanzando y pronto comenzaron a aparecer las primeras señales: una piedra tallada en forma de espiral entre el musgo, una raíz torcida que formaba un arco natural. Para Willem eran elementos del paisaje. Para Isabella, eran las marcas de un antiguo lenguaje de advertencia y bienvenida.
Cuando pasaron bajo una roca inclinada, una corriente de aire helado sopló entre las hojas. Isabella se detuvo un segundo, luego alzó la voz apenas, como si hablara al bosque mismo.
- Soy Elira Vodrak. No vengo a perturbar el equilibrio. Solo busco regresar. A mi sangre, a mi compañero.
El viento pareció calmarse.
- ¿A quién le hablabas? - murmuró Willem, desconcertado.
- A los que nos observan. A los que aún recuerdan mi voz.
Más arriba, entre las piedras cubiertas de líquenes, una figura se movió sin sonido. Oculta en la vegetación, los ojos atentos de un cuidador diurno parpadearon apenas antes de desaparecer entre las sombras.
La colina los esperaba.