La Conversación Con la Abuela
El tren serpenteaba entre colinas y campos viejos, desdibujados por la niebla. Willem no sabía bien por qué iba, solo que necesitaba respuestas. Desde la feria, todo se había vuelto cada vez más irreal. Pesadillas, susurros en el espejo, un nombre grabado en el vapor del vidrio… y una sensación helada, constante, como si alguien lo observara desde lo más profundo de la tierra.
Cuando bajó en la estación solitaria, el viento tenía ese sabor a invierno temprano que no pertenecía a la fecha. Caminó hasta la casa de su abuela, una construcción antigua con tejado inclinado y jardín sin flores, pero con una presencia sólida, casi obstinada. Como ella.
La anciana abrió la puerta antes de que tocara. Lo miró con ese rostro seco y sabio, como si llevara horas esperándolo.
- Entremos. - dijo sin más.
Willem la siguió en silencio. Se sentaron en la sala, como otras veces, pero el aire tenía algo distinto. Más denso. Más frío. La tetera humeaba sobre la mesa, pero él no tocó la taza.
- Necesito saber quién era mi padre. - dijo por fin, sin rodeos.
La anciana alzó la vista y por primera vez en años, Willem notó el miedo en su mirada.
- Lo sabrás. Pero debes prometerme que, al escuchar su nombre, no correrás a buscarlo.
- Ya es tarde para eso. - murmuró Willem.
La anciana cerró los ojos, respirando hondo.
- Lucian. Ese era su nombre.
Willem sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
- ¿Lucian?
- Sí. Lucian. Era un nombre extraño. Tu madre lo amaba, pero él tuvo que marcharse y nunca regresó.
- ¿Qué significa eso?
- Que no era como ellos. Lucian amó a tu madre, mi hija, pero tuvo que irse. Era una criatura extraña. Casi no comía y evitaba a la gente. Pagaba las cosas, pero no trabajaba. Pero cuando tu madre enfermó, ella me dijo que no era humano. Y esas criaturas... no sueltan a los suyos. Nunca.
Willem se dejó caer en el respaldo del sofá. Todo el aire le parecía ajeno.
- ¿Y por eso te escondiste? ¿Por eso me diste otro apellido?
La anciana asintió lentamente.
- Tu madre murió joven. Muy joven. Cuando supe la verdad, cuando ella me lo confesó, sentí el hielo entrar en esta casa. Comprendí que no podíamos seguir cerca de ellos. Te oculté para salvarte. Cambié todo para que no te encontraran. Pero ahora…
- ¿Qué?
- Ahora has removido lo que debía seguir dormido. Has escrito sobre ellos. Has pronunciado nombres que estaban malditos incluso antes de ser olvidados. Has hecho que vuelvan los ojos hacia ti.
Willem apretó las manos. El colgante de su madre que su abuela le había dado años atrás seguía en su bolsillo. Lo sintió más pesado ahora.
- ¿Qué son?
La abuela lo miró fijo, con una expresión dura.
- Son seres de las sombras, Willem. Hielo eterno, sangre inmortal, ojos que ven a través del tiempo. Bestias envueltas en seda, condenadas a conservar lo que el mundo debería haber perdido. Y tú… tú eres su herencia. Pero no eres uno de ellos todavía.
- ¿Todavía?
- Escúchame bien. - dijo y su voz tembló por primera vez - No te acerques de ellos. No los sigas. Y no confíes en la compasión de un Vodrak. Si puedes, no dejes que ese libro siga.
Willem no respondió. Se quedó allí, mirando su reflejo débil en la ventana, mientras la noche caía y algo - muy antiguo, muy paciente - parecía respirar al otro lado del vidrio.
- Existen... Y los otros que vienen detrás.
- ¿Y qué hago ahora?
La anciana le tendió algo envuelto en tela negra. Era un colgante antiguo, con una piedra roja como la sangre, grabado con un símbolo que no reconoció.
- Sobrevive. - dijo ella - Y recuerda que el hielo no mata... Solo preserva. Pero la sangre… la sangre siempre llama. Y ellos no olvidan a quienes les hacen daño.
Viejos Nombres, Viejos Juegos
La noche avanzaba despacio sobre la casa silenciosa. Apenas el tic suave del reloj de péndulo en el pasillo marcaba el paso del tiempo, amortiguado por los muros gruesos y la oscuridad bien cuidada del lugar.
En el salón contiguo a su habitación, Markel tecleaba con agilidad. Su rostro estaba iluminado solo por el resplandor azul de la pantalla y un vaso de cristal oscuro donde la sangre reposaba, intacta. Las cortinas estaban corridas y los libros, perfectamente alineados. Cada cosa en su lugar.
Una notificación parpadeó de pronto en la esquina de la pantalla. Luego otra. Y otra más.
Alerta de búsqueda: Viktor Von Draak.
Nombre: Viktor Draak / Variaciones: V. Draak, V. Draackenwald / Año de nacimiento... no encontrado.
Fuente: Universidad - Biblioteca digital / IP: Usuario :W. Redgrave Campus.
Markel alzó una ceja, cruzando los brazos. Luego sonrió con esa lentitud que tienen los depredadores cuando huelen algo inevitable.
- Chico tonto… - murmuró con desgano, como si hablara con un insecto que no ha aprendido aún a evitar el fuego - Apenas rozaste el hielo y ya quieres nadar en él.
Deslizó el dedo por el panel táctil y la base de datos interna se desplegó como un archivo militar: nombres, fechas, documentos falsificados, genealogías imposibles. Identidades construidas para durar siglos.
- ¿De verdad crees que puedes encontrar algo? - siguió murmurando mientras sus ojos recorrían los registros - Las identidades que crea el viejo escribano Jasper Emmerich son más sólidas que el concreto. Si alguien pudiese falsificar una vida entera desde el siglo XIII hasta hoy… es él.
Hizo una pausa para tomar un sorbo del líquido. Sus ojos ámbar, debido a su linaje puro, ahora expuestos sin filtros, brillaron en la penumbra.
- Incluso yo olvido a veces cuál fue mi primer nombre. - dijo, como si se hablara a sí mismo - Pero Jasper… él lo recuerda todo.
Una nueva alerta titiló, esta vez con una nota adjunta del rastreador:
“Interés inusual en la línea Vodrak. Texto consultado: ‘Linajes Nobles desaparecidos del siglo XIX’.”
Markel soltó un suspiro, pero no de cansancio. Era más parecido a la decepción. Como quien ve a una presa salir del escondite demasiado pronto.
- Estás escarbando en huesos que no deberían tocarse, Willem Redgrave. Pero tranquilo... - esbozó una sonrisa torcida mientras cerraba los documentos y cifraba los rastros - Pronto tendrás todas las respuestas. Aunque no te guste la sangre con la que vengan escritas.
Se recostó en la silla, mirando el techo por un momento. Luego murmuró:
- ¿Verdad, mi señor?
Del otro lado del muro, como si el eco le respondiera, un cuervo graznó.