La Ruptura Del Equilibrio
El castillo tembló.
No fue un terremoto ni el impacto de un arma.
Fue la barrera.
- ¡Viktor! - gritó Markel, corriendo por el pasillo apenas sintió el pulso de magia soltarse como un latigazo eléctrico.
Aldren iba tras él y ambos se detuvieron frente a las puertas de madera maciza que se abrieron de golpe con un estallido de energía.
Viktor estaba de rodillas.
Sus manos hundidas en el suelo de piedra, los colmillos expuestos en una mueca que no era de hambre, sino de furia.
Sus ojos… no eran ámbar.
Eran como fuego blanco.
- ¡Aghhh! - rugió y las paredes vibraron otra vez.
La barrera mágica que siempre lo rodeaba se había disuelto como niebla al sol. Lo que quedaba ahora era crudo, salvaje. Y antiguo.
Tharion apareció entre las sombras, su andar imponente. Con un gesto, hizo señas para que lo llevaran de inmediato a la sala del anillo interior. Nadie debía verlo así. Nadie debía saber.
- ¡Ahora! - ordenó y Aldren y Markel sujetaron a Viktor entre ambos, aunque era como contener a una criatura hecha de lava. Aun así, se dejó llevar, apretando los dientes, el cuerpo tenso, el rostro desencajado por el dolor.
No suyo.
De ella.
Una vez dentro, Viktor fue dejado en el centro de la cámara circular. La energía que emanaba de él era peligrosa, inestable. Markel cerró las puertas con un sello y se quedó de pie mirando a su amigo de siglos, ahora convertido en un ser que apenas reconocía.
- ¿Qué demonios le está pasando…? - murmuró.
Tharion caminó hacia ellos, la capa arrastrando su sombra por el suelo pulido.
- No lo entiendes porque nunca lo habías visto así. - Se volvió hacia Markel - Es su energía combinada con la de Elira. Cuando ustedes fueron a la guerra, en 1847, la niña comenzó su entrenamiento, apenas podía controlar el aura. Tenía ataques como este. Su vínculo apenas se fortalecía.
- ¡Pero han estado separados antes! ¡Por años! Durante la guerra. Viktor jamás se desestabilizó. - insistió Markel - ¿Por qué ahora...?
- Porque ahora están completos. - intervino Tharion, su voz grave como las montañas - Han estado juntos doscientos años, compartiendo más que palabras o cama. Sus emociones se alinearon. Sus pensamientos. Incluso sus recuerdos se entrelazan.
- Se sincronizaron. - murmuró Aldren, entrecerrando los ojo - No solo como consortes... sino como una sola entidad.
- Exacto. - asintió Tharion - La niña ha desarrollado su poder al límite. Y Viktor… ha dejado de protegerse. El lazo ha profundizado. No hay escudo entre uno y otro. Lo que le afecta a uno le afecta al otro.
Markel frunció el ceño. Se acercó a Viktor, aún agitado, los ojos sin recuperar su color.
- Pero ni tú con tu consorte sufriste algo así, tío. Ni siquiera entre los registros antiguos se ha visto este nivel de conexión…
- Porque mi consorte era como yo. Un vampiro. Y porque jamás amé como el chico lo hace. - respondió Tharion con simpleza, como si hablara de una verdad inevitable - Viktor ha vivido entre los humanos demasiado tiempo. Ha aprendido a sentir como ellos.
- Los sentimientos humanos son como una maldición.- murmuró Aldren - Intensos. Impulsivos. Incontrolables.
- Justamente por eso. - dijo Tharion, con la mirada fija en Viktor - Los vampiros vivimos conteniéndonos. Por el hambre. La sed. La furia. Todo se reprime. Los humanos no. Ellos arden.
Un silencio pesado cayó sobre la sala.
- Y Viktor… - añadió con una sombra de tristeza - ama a su consorte más que a él mismo. Por eso el dolor que ella siente lo está destrozando. Y si no la trae consigo… si no la estabiliza pronto…
- ¿Podría perder el control? - preguntó Markel, temiendo la respuesta.
Tharion no respondió de inmediato. Solo clavó los ojos rojos en su nieto postrado en el suelo.
- Podría perderse para siempre.
El Aroma y La Llave
La primera cosa que Isabella sintió al despertar fue el olor.
Ropa vieja, humedad, el leve rastro de sudor... y algo más. Un aroma nuevo, masculino, que no le pertenecía a Viktor.
Abrió los ojos de golpe.
La habitación era estrecha, apenas iluminada por una lámpara de escritorio encendida. Reconoció una cama individual y paredes tapizadas con recortes, papeles, estanterías repletas. Una ventana abierta dejaba pasar el aire frío de la madrugada.
Su cuerpo estaba enredado en sábanas ajenas.
Y en el suelo, con la espalda contra la pared, un chico la observaba.
Willem.
No parpadeaba. No se movía.
Solo la miraba.
Isabella se incorporó de golpe, el sudor pegado a su cuello. No recordaba cómo había llegado. Solo un vacío n***o y luego… él.
Al verlo, el recuerdo fue como una cuchillada.
- ¡Tú! - susurró con la voz afilada como una daga.
En un solo movimiento, lo sujetó del cuello y lo alzó como un muñeco, con fuerza desproporcionada. Willem no luchó. Solo la miró, los ojos abiertos de par en par.
- ¡Por tu culpa él se fue! - escupió Isabella, el pecho agitado, la respiración irregular - ¡Por tu culpa estoy sola aquí!
“¿O es lo que quiero creer…?”, pensó con amargura al reconocer que su silencio fue el que lo alejó, pero el rugido de la rabia tapó cualquier razonamiento.
Willem trató de hablar, pero fue entonces cuando ocurrió.
La energía que rodeaba a Isabella se desplegó como un halo invisible. No era mágica en el sentido tradicional, era más antigua, más visceral. El viento que cruzó la habitación se arremolinó brevemente y el aire se volvió denso, eléctrico.
Los ojos de Willem cambiaron.
Solo por un segundo.
De su cálido marrón a un azul helado, con un destello interno que no era humano.
La sangre reaccionó.
Dentro de él, algo ancestral despertó como un eco. Y en su mente, sin entender del todo por qué, surgieron palabras que había leído una vez en un libro viejo, en el idioma prohibido que no debía pronunciar.
Pero lo hizo.
- “Su aroma será el preludio.
Su herida, la llave.
Su vínculo, el trono.
Su amor, la ruina o la redención del linaje.”
Isabella lo soltó. Dio un paso atrás, desconcertada.
- ¿Qué dijiste…? ¿Como sabes eso?
Willem la miró como si hubiese visto un milagro. O un castigo.
- Eres real... - susurró con la voz temblorosa - La leyenda... La del Vetraje Krvi. La Sangre del Viento.
Ella gruñó.
Un sonido bajo, animal, que llenó la habitación de amenaza.
- Y por tu culpa, - espetó, los ojos destellando en azul pálido - has puesto en peligro a mi gente.
El viento sopló con fuerza repentina desde la ventana. Las hojas de los libros volaron por el cuarto, la lámpara parpadeó. Willem tragó saliva. A pesar del miedo, no se movió.
Isabella se acercó, la mandíbula tensa.
- No tienes idea de lo que has desatado.
- Yo no quería… - balbuceó él - Solo… solo estaba buscando respuestas.
- Tus respuestas podrían costarnos la vida. La paz. A Viktor.
Willem la miró, confundido y aterrado.
- ¿Qué eres?
Isabella lo miró con una mezcla de rabia, tristeza y una pizca de compasión.
- Algo que los humanos traicionaron hace siglos. - susurró.
Y con un último vistazo, salió por la ventana sin hacer ruido, como un suspiro de viento en la noche.