Recuerdos Sobre Rieles
El vagón del tren se mecía suavemente, con ese vaivén rítmico que invita al pensamiento. No había muchas personas a bordo y la hora aún pertenecía a la penumbra que antecede al amanecer. Las luces del interior lanzaban un resplandor tenue, suficiente para ver los rostros, pero no tanto como para desvanecer del todo la sombra de los recuerdos.
Willem se acomodó en el asiento frente a ella, su mochila entre las piernas. Había estado en silencio durante la primera hora del trayecto, dándole espacio. Habían tomado un tren de alta velocidad desde Londres St. Pancras hasta Bruselas y luego tomarían un tren hasta Viena. Los trenes Eurostar te llevaban de Londres a Bruselas, donde podías conectar con trenes de alta velocidad a Austria. La duración total del viaje puede ser de 12 a 17 horas.
- Aún no entiendo por que no tomamos un avión... Son dos horas de viaje y llegamos directo a Viena... - le dijo, inquieto.
- Los aeropuertos están muy vigilados... Además no te gustaría tener a un vampiro en una caja llena de humanos a 10.000 metros de altura. Sin Viktor a mi lado, no sé si podría estar estable.
- Entiendo... Te sigo...
Willem la observó un momento. La joven observaba el paisaje, perdida en lo que pasaba a su lado. Pensó en usar su teléfono, pero Isabella rompió ese silencio sin proponérselo, mirando por la ventana como si las montañas a lo lejos pudieran devolverle algo perdido.
- Hice este viaje antes… - murmuró de pronto, sin girarse - Pero en dirección contraria.
Willem la miró, curioso.
- ¿A qué te refieres?
- En el siglo XIX - respondió con suavidad, como si hablara consigo misma - Viajamos desde el ducado hacia Londres para la Gran Exposición. Era… todo tan distinto. Los vagones eran de madera barnizada, los asientos rígidos, pero elegantes. Y había un murmullo constante, una emoción casi infantil entre la gente… todos querían ver los inventos del mundo moderno.
Sonrió, apenas. Esa sonrisa frágil que tiembla entre el pasado y la nostalgia.
- ¿Y Viktor fue contigo?
- Siempre va conmigo. - dijo, como si fuera la única respuesta posible - No importa si es otro siglo o si es sólo un viaje a la ciudad. Es… protector. Mucho. A veces demasiado. - agregó con una risita leve - Pero me hace sentir segura.
Se giró entonces, mirando por primera vez a Willem, aunque sus ojos parecían aún fijos en algo lejano.
- Recuerdo que insistía en reservar un vagón privado porque no quería que ningún humano con intenciones torpes me mirara más de lo necesario. Decía que mi rostro podía causar accidentes ferroviarios si alguien se distraía viéndome.
Willem se rio por lo bajo, pero no interrumpió.
- Y cuando caminábamos por las plataformas, él siempre iba a un paso detrás. Vigilante. Con ese gesto serio que espanta a los atrevidos. Pero a mí me sonreía… como si el mundo no tuviera importancia mientras yo estuviera cerca.
La voz de Isabella se quebró apenas al final. Bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas, los dedos apretando la bufanda que aún olía a él.
- Cuando Viktor está cerca, todo lo demás se silencia. Como si el mundo… respirara mejor.
Willem tragó saliva y, por primera vez, sintió que esa mujer de mirada perdida, que no parecía temerle a nada, era también un mar lleno de grietas. Un mar que estaba conteniéndose para no ahogarse del todo.
- Vas a encontrarlo. - dijo con una firmeza que ni él sabía que tenía - Y cuando lo hagas, vas a gritarle, golpearle el pecho por haberte dejado y luego vas a abrazarlo tan fuerte que no lo vas a soltar en cien años.
Isabella alzó la mirada, sorprendida. Sus ojos se habían humedecido, pero no dejaron caer lágrimas.
- ¿Eso crees?
- Lo sé. - respondió Willem, encogiéndose de hombros con una sonrisa torcida - Porque si alguien me mirara como tú hablas de él… yo tampoco querría dejarla ir.
Hubo un silencio cálido entre los dos. Fuera del tren, el paisaje cambiaba lentamente; la ciudad quedaba atrás, y los primeros suspiros de las montañas se asomaban entre la niebla.
Isabella se acomodó contra el respaldo, cerrando los ojos.
- Despiértame cuando estemos cerca. A veces los recuerdos duelen menos si los soñamos un rato.
Willem asintió. Y mientras ella dormitaba abrazada a su bufanda, él vigiló el vagón entero con ojos alerta, como si, por un breve momento, le correspondiera a él cuidar de la mujer que viajaba con el corazón roto… pero con una esperanza que aún ardía, callada, bajo la ceniza.
La Mansión De Los Vodrak
Viena tenía una belleza melancólica bajo la luz invernal. La arquitectura imperial parecía respirar historia en cada rincón y al avanzar en dirección a la mansión Vodrak, las calles parecían alargar sus sombras, como si intuyeran el regreso de alguien que nunca terminó de marcharse del todo.
La casa, más bien una pequeña fortaleza rodeada de árboles centenarios dentro de un amplio territorio sobre una pequeña colina, se alzaba majestuosa entre altos muros cubiertos de hiedra marchita. Willem bajó del coche con una mezcla de curiosidad y tensión contenida. Aunque intentaba mantener la calma, su oído se agudizaba como si esperara que algo surgiera de la oscuridad.
Isabella, en cambio, avanzó sin titubear. Tocó el llamador de hierro forjado cerca de las rejas que separaban el terreno con la calle con la familiaridad de quien conoce el sonido que provoca. No tardó mucho antes de que la puerta lateral de la reja se abriera con un leve chirrido.
Ambos subieron por el sendero hasta la mansión y la joven sonrió al ver a la mujer aparecer.
- Elsa... - dijo Isabella, antes de que el rostro que apareció en el umbral terminara de hablar.
La mujer parecía de unos cuarenta años, con cabellos recogidos en un moño perfecto, ojos grises como acero pulido y una elegancia severa que no necesitaba palabras para imponer respeto. No obstante, cuando vio a Isabella, su expresión se suavizó de inmediato y una emoción contenida llenó sus ojos.
- Mi lady… - susurró, como si la visión frente a ella fuera un fantasma querido - Por los cielos…
Elsa la abrazó con fuerza, aunque con cuidado, como si temiera quebrarla.
- Te extrañamos tanto… La casa no volvió a sentirse igual desde la última primavera.
Isabella sonrió, nostálgica, aceptando el abrazo.
- Vengo de paso, Elsa. Necesito provisiones y un coche. Quiero llegar al ducado antes de que caiga la noche.
Elsa asintió, sin hacer preguntas, pero su mirada se desplazó por un instante hacia Willem, que se mantenía junto a la entrada con una mezcla de incomodidad y fascinación.
- ¿Y él?
- Es Willem. Un amigo.
Elsa inclinó la cabeza con la formalidad de otra época.
- Bienvenido a la casa Vodrak, señor Willem.
El joven sólo asintió y siguió en silencio a las mujeres mientras lo guiaban por los pasillos amplios y alfombrados, entre vitrales de tonos gélidos y candelabros que aún guardaban el olor a cera vieja.
En una de las salas, un retrato colgado en la pared capturó su atención de inmediato. Se detuvo, casi sin darse cuenta.
Isabella lo notó al segundo.
Era un óleo de gran tamaño, perfectamente conservado. Viktor posaba erguido con su uniforme austriaco de gala: dorados, azul marino, con el sable descansando a un costado. Isabella, a su lado, vestía un traje de corte imperial, con guantes de encaje y un abanico cerrado en la mano con una tiara que la hacía parecer una princesa. Su expresión era tranquila, altiva, aunque sus ojos miraban parcialmente a Viktor, no al artista.
Willem suspiró, casi con una reverencia inconsciente.
- Ustedes… - comenzó y luego se interrumpió. Sus pensamientos eran demasiados - No sabía que eran… así.
- ¿Así? - preguntó Isabella, acercándose con una sonrisa amable, aunque triste - ¿Nobles? ¿O simplemente reales?
Él la miró. Ella estaba tan cerca que podía ver los detalles del retrato reflejados en sus ojos.
- No todos somos peligrosos. - añadió Isabella en voz baja - Nuestra casa tiene prohibido alimentarse de humanos desde hace más de diez siglos. Fue el abuelo quien instauró esa regla. Aunque no todos estuvieron de acuerdo… él lo mantuvo. Y los que no podían obedecer, fueron castigados.
Willem tragó saliva. Sus ideas previas sobre los vampiros eran ahora un castillo de cartas que se derrumbaba en silencio.
- Entonces… ¿Ustedes eran como una corte? ¿Como una familia imperial?
- Más o menos. - Isabella bajó la mirada al retrato - Aunque, a veces, fue más una familia que una corte. Con todas las tragedias que eso conlleva.
Elsa regresó en ese momento con una pequeña bolsa y unas llaves antiguas.
- Comida para el viaje. He mandado preparar una caja con sangre envasada para el camino. - dijo, mirando a Willem con firmeza - Y el señor Conrad puede llevarla hasta la frontera de los Cárpatos. Más allá… bueno, ya sabes, Milady. Tendrás que continuar por los senderos ocultos.
Isabella asintió.
- Gracias, Elsa. Cuida de la casa y de todos.
Elsa la abrazó una vez más, susurrándole algo en el oído que Willem no alcanzó a oír.
Cuando salieron al patio, la luz del día ya comenzaba a desvanecerse. El coche los esperaba con el motor encendido. Willem se acomodó al lado del conductor, mientras Isabella subía en el asiento trasero, con la mirada fija en el cielo anaranjado.
Sabía que estaba más cerca. Que lo encontraría. Y que cuando lo hiciera… tendría muchas palabras que decirle.