4. El resort

2509 Words
—Mi señora, ya he avisado a los que me ha mandado —respondió Lila con prontitud. —Además de eso, envía cinco limusinas a la iglesia para los invitados y una quinta para el señor Harry y la señora Abigaíl. Llévalos al resort y aparta una habitación para las diferentes parejas o a los grupos. Haz que los atiendas y que les deseen, hasta que llegue la hora de la ceremonia —dijo Honey con semblante y tono altanero—. Que todo vaya a mi cuenta y diles que es por cortesía de Haarón Dewitt y su prometida. —Entendido, mi señora. ¿Alguna otra cosa? —respondió Lila con amabilidad. Este día debía ser el mejor para su venerada jefa. —No… —Algo más, haz que Webster Jarvis se suba en la limusina de mis padres, será el padrino —dijo Haarón, interrumpiéndola. —Ya escuchaste, Lila, que Webster Jarvis venga con en el señor y la señora Dewitt —dijo ella y terminó la conversación—. Ya puedes encender el aire acondicionado. Honey le había dicho a su chofer que lo apagara, cuando vio a Haarón sofocado. Pero ya se había reposado lo suficiente. Una de sus virtudes era la observación y no quería que su prometido se viera afectado por el cambio brusco de temperatura. Haarón percibió el viento gélido, era refrescante y tranquilizador. Por algunos segundos miraba por el vidrio de la ventana y observa a los demás automóviles, motocicletas y peatones que transitaba por la carretera; cada persona recorría su propio camino en la vida. ¿Qué era lo que haría de ahora en adelante? No lo sabía, pero iba rumbo a su destino y era más confortable que haberse lanzado al dolor que le había provocado Jessica. Miró a Honey para verla de nuevo. No lo graba explicarse cómo una mujer tan preciosa y de un nivel social mucho más elevado que la de él, hubiera aparecido de la nada para proponerle matrimonio. La analogía de una reina y un plebeyo, que había utilizado con anterioridad. Ni siquiera se le ocurría como iniciar una conversación con ella, no tenía la confianza para hacerlo. Eran dos desconocidos que se iban a casar. Su semblante se entristeció, pero giró su rostro, para Honey no lo viera. Estuvieron viajando por media hora. Casi se quedaba dormido el coche, pero llegaron al parqueadero donde se llevaría a cabo la ceremonia de boda. Había espacio suficiente para una gran cantidad de autos. Estaba decorado por verdosas plantas ubicadas en distintos sitios. Hizo la cortesía de abrirle la puerta a Honey, después de todos se volvería marido y mujer, lo menos que podía, era ser caballeroso con ella. Un grupo de empleados del resort, los estaban esperando. —Bienvenida, señora Honey. Lila nos ha dicho lo que teníamos que hacer —dijo una de las trabajadoras del hotel de cinco estrellas, destinados a los más ricos de la ciudad. —Pronto vendrán mis invitados. Encárguense de ellos —dijo ella de forma altiva. —Por supuesto, señora Honey, deje todo en nuestras manos. Honey acostumbraba a visitar ese resort, además de que era inversionista mayoría, pues el turismo era una de los fuertes del estado y por ende, tenía influencias en los mejores hospedajes. Pero no se limitaba a esa sola área; la tecnología, la manufactura y la salud eran excelentes para ella; también había pensado en el deporte, pero esa era muy movido y estresante. Haarón caminaba junto a Honey. Admiraba el césped verde y los altos árboles de palmera que, había sido plantados para adornar el camino a la entrada del mediano edificio, que era más ancho que grande. Había una hermosa fuente de agua, ubicada en el centro; elegancia y belleza, eran las palabras indicadas para describir al hotel. Subieron por escaleras y entraron al resort. Allí Honey habló con la recepcionista. Le colocaron una pulsera tyvek, debido a que su estancia, nada más sería por la ceremonia, y, esa manilla, se la colocarían a todos los invitados; no significaba ningún problema, puesto que, se podía esconder en las mangas del saco y de la camisa. Luego subieron por el ascensor, en trayectoria a su suite. Estuvieron pocos segundos en el elevador y hubo un silencio en todo el transcurso. Honey abrió la puerta de la habitación más lujosa del resort; la que era exclusiva para ella. Parecía un departamento de gama alta y era muy espacioso. Había muebles lujosos acomodados con visita al mar y a la piscina; todo estaba ordenado y limpio. Desde que venían en el carro, no hubo mucho intercambio de palabras entre ellos y eso podría ser un problema; él estaba dolido por lo que había sucedido y cuando lo vio en la catedral estaba anonado, como si estuviera en otro mundo; no le extrañaría que imaginara cosas que no habían sucedido o estuviera susceptible a perder la cordura. El olor de los aromatizantes de flores en el cuarto, lo ayudarían a relajarse. Era como transportarse a un jardín en el campo, por lo que se transmitía paz y armonía. Antes habían platicado de modo fluido, pero él se había apagado. —Siéntate donde quieras —dijo Honey de manera acogedora. Haarón se sentó en el sofá que estaba más cerca; lo hizo timidez—. ¿Quieres tomar algo? ¿Jugo, Martini, agua, vino, té o manzanilla? —Té verde descafeinado, entonces —dijo Honey, pero cuando intentó avanzar al comunicador del cuarto, se detuvo al instante, tambaleándose sobre sí misma. Haarón observó como ella parecía perder el equilibrio y en un veloz acto de reflejo, se levantó y le puso su mano derecha en la espalda y con la zurda la sostuvo por el brazo. Esta situación la permitió ver aún más cerca que en la iglesia. Detallaba a la perfección la blanquecina piel y los hechizantes ojos avellana de su prometida. Su corazón se agitó y sintió angustia. Después de todo, ahora era su novia; el instinto básico de cuidado se activó en él, y se encontraba alarmado. Ni siquiera entendí como había corrido tan rápido hacia ella. Aunque no se conocieran, Honey se convertiría en su esposa y no permitiría que nada la pasara, al menos, no en su presencia. Al haberse comprometido, de manera inconsciente, había desarrollado un débil vínculo, que no era amor, afecto o pasión, nada más protección. —¿Estás bien? —preguntó Haarón, intranquilo. Honey percibió las manos de Haarón en su cuerpo y se sintió compensada. —No es nada, solo pisé mal —dijo ella, restándole importancia a lo sucedido, pues había fingido tropezarse, para colocarlo a prueba. En verdad, lo había sorprendido con la rapidez en que la había asistido—. Pediré las bebidas, y gracias, fuiste atento. —No fue nada —contestó Haarón, entrando en más confianza con Honey; en la tienda ella tenía un aura pesada, arrogante e inalcanzable, pero ahora la actitud que mostraba era más accesible. —Dos tés verdes descafeinados —dijo ella, después de acercar su cara al comunicador. —En un momento se lo llevaremos, señora Honey —respondió una voz femenina. —¿Podría hacerte preguntas rápidas? —interrogó Haarón, con cierta timidez. Haarón tenía curiosidad sobre Honey, y era que, todo en ella era interesante; desde la punta de una hebra de ese ondulado cabello rubio, hasta la punta de los dedos, y lo más sugerente eran las causa, por lo que una mujer así de rica, bella y poderosa, le había propuesto matrimonio a un vendedor desconocido, del cual solo había cruzado palabras en una ocasión. —No veo motivo para negarme. Yo también quisiera hacerte algunas a ti —dijo Honey. Agarró su bolso—. Pero iré al baño primero. —Está bien. Haarón asintió con su cabeza y ella fue hasta el baño. Estaba solo y se acercó a la ventana, para admirar el hermoso paisaje. El mar azulado se veía maravilloso, complementado por la blanquecina arena de la orilla. Algunas personas y yates se bañaban y navegaban con normalidad en la playa. También se podían distinguir muchas casas y otros edificios. Era una vista espectacular y elegante, que cualquier amante de los viajes le gustaría mirar. ¿Cuánto costaría hospedarse en este resort? Además, que no estaban en un cuarto ordinario, si no, en una suite, que eran las más costosas de todas. ¿Cuán rica era Honey? ¿Lo acusarían de ser un interesado? ¿Por qué otra razón un hombre humilde intentaría seducir a una mujer multimillonaria? —Ya he terminado. —Escuchó la fina voz que le hablaba a su espalda y se dio la vuelta. Ella lucía aún más hermosa y resplandeciente—. ¿Qué quisieras preguntarme? Pero antes, tomemos asiento. Haarón se acomodó en el sofá y apretó sus puños y bajó la mirada. Se llenaba de valor, para que las palabras salieran de su boca. Ahora, nada más quería saber una cosa, aunque ya se la había pregunta, ella no la había respondido. Levantó su rostro y su expresión rebosaba de determinación, pero transmitía tranquilidad. —¿Por qué me has pedido que me case contigo? —interrogó él con voz entristecida y al mismo tiempo, como una súplica. Honey se había sentado en una de las sillas, frente a él, con sus piernas cruzadas como una distinguida dama. Había evitado responderla la primera vez, usando su astucia. ¿Por qué le había pedido que se casara con ella? No tenía una respuesta contundente; todo había ocurrido tan rápido. Recordaba que había visto a un gentío afueras de la catedral y quiso saber qué había sucedido. Entonces su chofer fue a averiguar y le informó que la boda, que estaba por celebrarse, se había cancelado; debido a que la novia no había aparecido. El novio la había llamado varias veces al celular y las horas pasaron, hasta el prometido empezó a llorar en lágrima viva, por causa del desplante de la futura esposa. Pero, ¿cuál era la razón por la que le había propuesto casarse de manera repentina? Ni siquiera ella lo sabía. Solo que cuando se disponía a marcharse de la iglesia, divisó entre llantos a aquel extraño, pero hábil vendedor de la tienda de ropa, que la había atendido una semana atrás. Sintió el impulso de evitar que siguiera sufriendo y que no sufriera la humillación del desaire, de haber sido traicionado y abandonado el día más especial de un hombre y una mujer. O, ¿había otro motivo? —Me gusta hablar de forma directa y con la verdad. Así que te lo diré —dijo Honey con seguridad e inclinó su cabeza hacia arriba—. No sé por qué lo hice, solo lo hice. —Ya veo —respondió Haarón, desanimado. Ella no parecía ser una mujer que actuara de modo impulsiva y en estas dos ocasiones, se había percatado que era alguien calculadora y que le gustaba tener todos bajo control—. Te agradezco, entonces, porque en estos momentos no sabría donde estaría bebiendo, llorando y abatido por la tristeza. Tú me diste una nueva oportunidad. ¿Qué quería preguntarme? —¿Te arrepientes de haber aceptado? Aún puedes cancelarlo —dijo ella, al verlo decaído. —Ya he tomado una decisión y no daré marcha atrás —dijo Haarón, firme en su declaración—. Tú eres la única que puede terminarlo, no yo. —Soy alguien obstinada, cuando empiezo algo, no me detengo hasta concluirlo. Eso me ha llevado a donde estoy —comentó Honey con expresión arrogante—. Me mantendré hasta el final con mi proposición y soy muy puntual en mis pendientes. Nunca he llegado tarde, ni tampoco me he ausentado de una reunión y menos lo haré de mi boda. Haarón entendió el mensaje que Honey trataba de darle a entender. Era muy confiable su declaración. El aura que transmitía era poderosa e indubitable. —Quisiera saber, ¿qué es lo que te gusta? —preguntó él, sonando más sereno. —¿A qué te refieres? —interrogó ella, curiosa. —Algo como, tu color favorito, comida, perfume, pasatiempos, helados —dijo Haarón, apenado; eso eran cosas de adolescentes y no de dos adultos. Así, que, lo más probable era no le resultara relevante. —Me gustan el blanco, el n***o y el beige —respondió Honey, complacida por poder interactuar con su prometido. Solo recordaba tratar asuntos de negocios, número y estadísticas de las empresas y proyectos; le serviría para distraerse un rato—. El sabor vainilla, la zanahoria, el tomate, avena y el té verde descafeinado. Los dos continuaron charlando sobre sus gustos, hasta que los empleados del resort le trajeron las bebidas que Honey había pedido. —Servicio al cuarto —dijo una femenina por el comunicador. —Iré yo —dijo Haarón y se puso de pie. —Un momento —dijo Honey, deteniéndolo. Agarró su bolso y sacó una tarjeta de crédito de color n***o; la cual era la más exclusiva del mundo, destinada a los más ricos y poderosos—. Toma. La necesitarás. La contraseña es… Haarón caminó hacia la puerta. Le sorprendía la facilidad en que le había dado la clave. Eso demostraba que tenía plena confianza. Al abrir la puerta se encontró con un hombre y una mujer, con el mismo atuendo, que de las que lo habían recibido. El chico cargaba una bandeja metálica, cubierta por una servilleta blanca metálica, que tenía dos pocillos de porcelana con dos pequeños platos debajo. —Buenos días, señor. Hemos traído el pedido de la señora Honey —dijo la chica, de forma amable. Tenía un objeto tecnológico en sus manos, era parecido a un teléfono con una notable pantalla, que poseía una ranura delgada, justo en la que cabría algo como una ficha bancaria—. Mi compañero pasará a dejarla en la mesa. —Extendió el lector hacia él. Haarón de manera automática, deslizó la tarjeta por el estrecho canal y tecleó la contraseña que Honey le había dicho. —Ya —dijo él, liberando un suspiro. Era su primera vez usándola en estas circunstancias. —Muchas gracias. Si necesita algo más, con gusto lo atenderemos. El hombre salió del cuarto y los dos empleados se marcharon. Cerró la puerta y se acercó a la hermosa rubia de cabello ondulado, para devolverle lo que le pertenecía. —No —dijo Honey, rechazando la tarjeta de crédito. Sonrió con arrogancia—. Ahora es tuya. Haarón acercó la tarjeta de crédito a su cara y observó mejor los grabados en ella. Era muy pronto, para aceptar un regalo de tal magnitud. No quería verse como un interesado. —No puedo aceptarlo. Esto es… —Todo lo mío será tuyo y todo lo tuyo será mío —respondió Honey, interrumpiéndolo—. Ahora es tuya, no importa si lo hago antes o después de casarnos. Guárdala. Haarón no podía objetar contra las palabras de Honey y la guardó en su billetera.
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