1. El vendedor

1521 Words
[Fecha de estreno: 01 de abril de 2022] Haarón estaba un poco confundido con la situación. Quizás había escuchado mal, porque de ninguna manera una mujer desconocida, que había aparecido de la nada, le había propuesto que se casara con ella; eso no tenía sentido alguno. Nadie iba por la vida diciéndole a un extraño, para que se unieran en matrimonio. Había tardado varios años en pedírselo a su novia; era inconcebible e injusto. Ella inclinó su cabeza hacia atrás y endureció las facciones de su rostro. No le gustaba repetir lo mismo dos veces, pues por eso hablaba con volumen alto y nítido, para que todos la oyeran, pero esta era un evento imprevisto, que estaba fuera de sus cálculos, por lo que haría excepciones. —Cásate conmigo, ahora mismo. Eso es lo que he dicho, Haarón. Haarón frunció el ceño y se sintió confundido. Entonces, no había sido producto de su imaginación y sí le había sugerido matrimonio. Pero, enseguida, entendió lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era que se atrevía a proponerle que se casaran sin inmutarse, sin mostrar ni una señal de nervios? ¿Y cómo era que sabía su nombre? ¿Era una acosadora o algo por el estilo? No parecía serlo, pero algunas personas aparentaban cosas que no eran. —¿A caso te estás burlando de mí? Es una broma, ¿cierto? Porque sí es así, eres alguien cruel y malvada que… —Yo nunca bromeo y tampoco me gustan los chistes —comentó ella con gesto de rabia, interrumpiéndolo e impidiendo que siguiera hablando—. ¿Tengo cara de estar burlándome? Haarón tragó saliva al ver el semblante enojado de ella; no daba la impresión de que se estuviera mofando de él. Pero, ¿por qué motivo le insinuaría matrimonio a un desconocido? Eso no tenía lógica, por cualquier lado que se analizara, ninguno daría una respuesta acertada. O, ¿era otra alucinación producida por su cerebro? ¿Había perdido la cordura? Ya no sabía ni si lo que veía era auténtico, o nada más, una hermosa ilusión. Lo averiguaría, solo tenía que comprobarlo. Alzó sus manos y las puso en las mejillas de aquella hermosa mujer de cabello rubio, ondulado y ojos avellana. Si no sentía nada, era una fantasía de su cabeza. —¿Qué haces? —preguntó ella. Se había sorprendido por el avance de Haarón, pero también la había molestado. Se enojaba con facilidad—. ¿Por qué me tocas el rostro? —Me aseguro de que en verdad existas o si solo eres un delirio —confesó Haarón y se percató que era tangible y que la piel de ella era muy suave, como tela de terciopelo. —Soy lo más real y genuino que has podido tocar —respondió ella con arrogancia. Una media sonrisa de altanería se moldeó en sus finos labios rosados—. Nadie puede tocarme a mí, a menos que sea mi esposo. Solo, entonces, lo consideraría. Haarón retiró las manos; la existencia de ella era verídica. Agachó su cabeza. No tenía la menor de idea de qué hacer ante esta situación. Luego levantó su rostro y la miró directo a los ojos. —Ni siquiera sé quién eres —dijo él, desanimado. En estos momentos lo que más deseaba era irse a su departamento y encerrarse, para que nadie lo viera en este día tan lamentable. Estaría sufriendo y llorando, para aliviar sus penas, mientras trataba de superar el desplante por parte de Jessica. Tardaría una semana, tal vez dos, quizás tres, o, incluso, varios meses, pero debía superarla y entonces no volvería a confiar en las mujeres. —Te equivocas —respondió aquella mujer de aura arrogante y facciones preciosas—. Ya nos habíamos conocido. Haarón arrugó el entrecejo, era cierto que ella se le hacía conocida. Pero, ¿dónde había sido? Estaba a punto de recordarlo, sí, nada más un poco más y la reconocería. Sus pupilas se ensancharon al instante en que supo quién era la hermosa mujer que le insinuaba que se casaran. Ella era… Haarón estaba parado cerca de la entrada de la enorme tienda de ropa de marca, de la cual era vendedor gracias a su amigo Oliver, quien era el jefe y dueño de una variedad de almacenes con gran prestigio a nivel regional y en menor medida, de forma nacional. Estaba junto a varios de sus compañeros. Vestía el atuendo establecido, para identificarlo como un vendedor. Llevaba puesto un pantalón de sastre de tonalidad negra y una camisa blanca de mangas largas, que era cubierta por un chaleco oscuro que, combinaba con su piel morena, clara. Además, también tenía un carnet que colgaba de su cuello y reposaba en su pecho. Sus ojos eran cafés y su cabello era marrón azabache, con un corte a la moda; lo tenía rasurado por los costados y por la parte trasera, pero, en la zona superior, era abundante. Un ligero y controlado vello depilado, le adornaba la cara. Las facciones faciales le otorgaban un evidente atractivo. Pero no estaba interesado en otras amantes, pues la que había cautivado su corazón, pronto se convertiría en su esposa. Estaba distraído, pensando en su maravillosa ceremonia de boda. No podía creer que se casaría en tan solo una semana y el tiempo pasaba volando, por lo que solo un pestañeo estaría esperando a su novia en el altar de la iglesia, para aceptar los votos nupciales. Sí, pero ahora estaba el trabajo, por lo que sacudió su cabeza de un lado a otro; debía concentrarse. Se concentró y dirigió su mirada los clientes que entraban, para atenderlos. Poco a poco se fue quedando sin compañía, ya que sus colegas se habían ocupado. Observó a través del vidrio del establecimiento, como se detuvo un auto de color azabache. De inmediato se bajó del vehículo un hombre con traje de chofer, y primero le abrió la puerta a una mujer de melena rubia ondulada, y luego, a otra que lo tenía castaño, claro. La muchacha castaña fue la que intercambió palabras con el guardia y, este último, le hizo señas a Haarón, para que caminara hasta donde estaban ellos. —¿Tú eres el mejor vendedor de esta tienda? —preguntó la chica con voz altanera. Ella lucía un traje de oficinista azul turquí que le llegaba hasta las rodillas y era de mangas largas. Haarón distinguió el azul de los ojos de la mujer y la forma del rostro era fina. Era linda, pero la rubia era aún más hermosa. Aunque ella estaba enojada y aburrida al mismo tiempo; tenía una expresión de pocos amigos, como si quisiera matar a cualquiera que la fastidiara. Esta, a diferencia de la castaña, llevaba puesto un traje de empresaria de dos piezas: un pantalón y un saco de color beige, y por dentro una camisa blanca. El cabello lo tenía recogido, y dos mechones le adornaban la cara, dándole un encanto superior. Era preciosa, pero para él nadie era más hermosa que su prometida. —No sería modesto de mi parte afirmar eso, señorita—respondió Haarón de manera cordial. Cruzó miradas con los ojos avellana de la misteriosa mujer que, todavía, se mantenía en silencio, sin decir ni una sola palabra. Los ojos de ella brillaban con viveza; debía ser un delito ser tan hermosa. Era como la chica popular e inalcanzable para los simples mortales como él. —No es momento de modestias. ¿Eres o no eres el mejor? No pueden hacer esperar a mi señora —dijo la castaña, aún más fastidiada que en la ocasión anterior—. Llama a tu jefe, quisiera realizar una queja. Haarón palideció ante ese comentario, lo menos que quería era reclamo y poner a su amigo en una situación comprometedora, y menos a sola una semana de su matrimonio. Sintió un frío en los dedos, pero podía controlar la situación. ¿Su señora? ¿Estaban casadas o algo por estilo, nada más era un honorífico? En estos tiempos no se podía estar seguro. La mujer rubia alzó su dedo índice y la castaña agachó la cabeza, mientras se colocaba detrás de ella. —No, eso no es necesario… Haarón intentó hablar, para calmarla, pero antes de que lo hiciera, escuchó una voz refinada, grave, pero a la vez seca. —Hazlo tú —dijo la rubia, sin mostrar mucho interés en lo que sucedía, pero vio el nombre del vendedor en el carnet que llevaba colgando del cuello—. Si no me gusta, entonces acabaré con esta tienda y cualquier otra que sea de este dueño, Haarón. Las pupilas de Haarón se dilataron en acto de reflejo; eso era mucho peor que presentar una queja. Pero, ¿quién era esa mujer? Tenía un aura pesada y no había ni pizca de que estuviera bromeando, y de manera superficial, parecía tener los medios para cumplir lo que decía. ¿En qué momento habían llegado a estas instancias tan desfavorables? Nada más tenía que atenderla como a cualquier otro cliente, aunque era más que claro que, no era una compradora ordinaria.
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