La mujer, Elisa Duvall, me ignoró deliberadamente, su mirada estaba fija en Lisandro como si yo no existiera. Sus labios se curvaron en una sonrisa fría mientras hablaba con él. Lisandro, a mi lado, apretó los dientes, y noté cómo su mandíbula se tensaba. —Si no vas a saludar a mi novia, al menos ten la decencia de no ignorarla —dijo, en voz baja, cortante. ¿Novia? Mi cabeza dio un vuelco, y sentí que el aire se me escapaba. No tenía ni la más mínima idea de qué éramos. ¿Era algo serio? ¿O solo su amante, alguien que llenaba un espacio en su vida hasta que se cansara? Nunca habíamos hablado de etiquetas, de compromisos, de nada. Y ahora, frente a esa mujer que me miraba como si fuera una intrusa, me presentó como su novia. Me sorprendí y a la vez me sentí incómoda, sin saber cómo rea

