La habitación del hotel estaba sumida en una penumbra que me alteraba los nervios. La luz tenue de una lámpara en la mesita apenas alcanzaba a iluminar la cara de Lisandro, que estaba frente a mí. Sus palabras seguían dando vueltas en mi cabeza: alguien de su pasado, alguien que iba a pagar caro. ¿Quién? ¿Qué le había hecho? Mi mente era un remolino de preguntas que me apretaban el pecho hasta dejarme sin aire. Quería gritarle, sacarle la verdad a la fuerza, pero algo en su mirada, esa mezcla de furia y cansancio profundo, me hacía dudar. Por primera vez, no sabía si quería saberlo todo. Se acercó a la cama, quitándose la camisa con movimientos bruscos, con prisa, su torso quedó al descubierto, firme, perfecto, como siempre, pero esa noche, no podía perderme en él. No podía ignorar la

