El aire entre nosotros se puso pesado, como si la música y el ruido del club se hubieran apagado por un segundo. Desde lejos, vi a Sebastián mirándonos con una sonrisa traviesa, como si estuviera viendo una novela en vivo.
La música cambió a un ritmo más lento, más sensual, y antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, Lisandro me tendió la mano.
—¿Bailas? —preguntó, aunque por el tono de su voz sonó más como una orden que como una invitación.
Mi cabeza gritaba que no era buena idea, que mezclar trabajo y esto —fuera lo que fuera— podía terminar mal. Pero mi cuerpo ya estaba decidiendo por mí, sin decir nada, tomé su mano y dejé que me llevara a la pista de baile.
El baile fue intenso desde el primer segundo. Lisandro me sujetó con fuerza, colocó una mano en mi cintura y la otra entrelazada con la mía, nos movíamos al ritmo de la música, cada roce, cada mirada, era como jugar con fuego.
Sentía su respiración cerca de mi cuello, su cuerpo tan pegado al mío que podía notar el calor que desprendía, mi corazón latía como loco, y no sabía si era por la música, por él o por las dos cosas juntas.
—No sabía que bailabas tan bien —dije, intentando romper el silencio cargado entre nosotros.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, moverme bien es una de ellas —respondió, su voz baja, casi pegada a mi oído.
Un escalofrío me recorrió entera, quise decir algo ingenioso, algo que me devolviera el control, pero no encontré las palabras. Entonces, sentí a alguien más cerca, giré la cabeza y vi a Leonardo Varela, el cliente insoportable de la reunión, parado a pocos pasos con una sonrisa que me dio mala espina.
—Qué sorpresa verte aquí, Valeria. ¿Lisandro te convenció de que era mejor pasar tiempo con él que conmigo? —dijo, con un sarcasmo que me hizo sentir incómoda.
Lisandro se tensó al instante, su mano apretó mi cintura con más fuerza, como si quisiera protegerme o marcar territorio.
—No sabía que eras tan insistente, Varela —replicó, su voz fría como el hielo.
Varela soltó una risa baja, pero no se movió, yo me sentí atrapada en medio de algo peligroso, como si estuviera entre dos torres a punto de derrumbarse.
—Solo estoy siendo amable —dijo Varela, mirándome de una forma que me hizo sentir sucia.
Lisandro dio un paso adelante, poniéndose entre él y yo.
—Ella no necesita tu amabilidad —dijo, cortante.
Varela levantó las manos, como rindiéndose, pero esa sonrisa suya no se borró.
—Está bien, no quiero problemas, solo vine a pasarla bien —dijo, y se alejó, no sin antes lanzarme una última mirada que me dejó un nudo en el estómago.
Cuando se fue, Lisandro me miró, todavía serio, lentamente, soltó mi cintura y clavó sus ojos en los míos.
—Ten cuidado con él, no es alguien con quien quieras meterte —advirtió, con tono serio.
Yo, todavía confundida por todo lo que acababa de pasar, respondí:
—¿Y contigo? ¿Eres alguien con quien quiero meterme?
Lisandro me dio una sonrisa misteriosa.
—Eso depende de cuánto te atrevas —dijo, y se alejó, dejándome en la pista con el corazón a mil y la cabeza hecha un lío.
Me fui del lugar un poco después, solo envié un mensaje a Sebastián, no quería arruinar su cita con mi aburrimiento.
La mañana siguiente me desperté con el cuerpo pesado, como si no hubiera dormido nada, lo sucedido en el club seguía en mi cabeza, dando vueltas como una canción que no puedes quitarte.
Anoche había sido un desastre, o tal vez algo increíble, no sabrìa definirlo todavía, Lisandro me tuvo tan cerca mientras bailábamos, con sus manos firmes sobre mi cintura, su cuerpo duro rozando el mío.
Cada movimiento suyo me hacía temblar, y sus ojos oscuros me atrapaban como si no hubiera escapatoria, en ese momento solo existía él, su calor, su manera de hacerme sentir viva y pérdida al mismo tiempo.
Me levanté de la cama, con las piernas flojas y el pijama pegado a mi piel por el sudor, fui al baño y me miré en el espejo. Mi pelo estaba revuelto, mis mejillas rojas, y mis ojos tenían un brillo que me asustaba.
“Estás loca, Valeria”, murmuré, pero no pude evitar una sonrisa torcida, me lavé la cara con agua fría, intentando sacarme esas imágenes de la cabeza, pero no funcionaba. Cerraba los ojos y lo veía: jeans oscuros marcando sus piernas, camisa negra ajustada al pecho, esa forma de moverse que me ponía la piel de gallina.
Fui a la sala, decidida a dejarlo atrás, ahí estaba Sebastián, tirado en el sofá con un café en la mano y su típica sonrisa, cuando me vio, sus ojos se iluminaron como si acabara de encontrar oro.
—Buenos días, reina del caos —dijo, dejando la taza en la mesa con un gesto exagerado—. ¿Qué tal dormiste? O mejor dicho, ¿qué tal soñaste? Porque esa cara de “me acaban de prender fuego” no engaña a nadie.
Puse los ojos en blanco y me tiré a su lado, robándole un cojín para abrazarlo.
—No empieces, Sebas. Fue una noche larga, nada más.
Él soltó una risa tan fuerte que casi se cae del sofá.
—¿Una noche larga? Cariño, lo que vi anoche no fue solo una noche larga. Fue un incendio nivel nuclear, ese hombre te tenía pegada a él como si fueras suya, y tú no estabas diciendo que no. ¿En serio vas a fingir que no pasó nada?
Crucé los brazos, intentando parecer tranquila.
—Fue un baile, Sebastián, no hagas una novela de esto.
Se acercó más, apoyando el codo en el sofá y mirándome como si fuera a sacarme la verdad con pinzas.
—¿Un baile? ¡Já! Valeria, soy gay, no ciego, la forma en que te agarró, cómo te miraba como si quisiera comerte viva ahí mismo en la pista... Eso no fue un simple bailecito. Y tú, mi amor, estabas temblando en sus brazos. Dime la verdad: ¿qué sentiste cuando te tuvo tan cerca?
Sentí que mi cara se ponía roja, pero no podía escapar de él.
—No sé de qué hablas —mentí, mirando el cojín como si fuera lo más interesante del mundo.
Sebastián chasqueó la lengua y se inclinó más, bajando la voz como si me contara un secreto jugoso.
—No me vengas con eso, te vi, Valeria, te vi derretirte como helado en pleno verano, vamos, suéltalo: ¿qué pasó por tu cabeza cuando Lisandro te tuvo pegada a él? ¿Te puso nerviosa? ¿Te dio calor? ¿Querías arrancarle esa camisa sexy que llevaba?
Lo miré, sorprendida, pero no pude evitar reírme.
—¡Sebastián, por Dios! ¿Qué te pasa hoy?
Él se encogió de hombros, sonriendo como un diablillo.
—Nada, solo quiero los detalles calientes, no tengo un jefe guapo con quien fantasear, así que vivo a través de ti, anda, cuéntame: ¿qué tan mal te tiene?
Suspiré, rindiéndome un poco.
—Okay, sí, sentí algo, fue algo intenso, no sé cómo explicarlo, cuando me tocó, fue como si todo lo demás se apagara. Solo estábamos él y yo, y no podía pensar en nada más.
Sebastián aplaudió como si hubiera ganado un premio.
—¡Lo sabía! Sabía que ese hombre te había puesto patas arriba, ahora dime, ¿qué tan intenso? ¿Te dio cosquillas? ¿Te imaginaste saltándole encima ahí mismo?
Le di un empujón suave, riendo.
—¡Para, loco! No voy a darte un relato porno, ero sí, fue mucho. Sus manos, su mirada... Todo,, hasta soñé con él después, ¿contento?
Sus ojos se abrieron enormemente y soltó un grito exagerado.
—¡Ay, Dios mío! ¿Un sueño subido de tono con el jefe? Esto es mejor que una telenovela. Cuéntame todo, no te guardes nada. ¿Qué hacía? ¿Qué sentías? ¿Estabas desnuda?
Le tiré el cojín a la cara, riendo más fuerte.
—¡Eres un enfermo! No te voy a contar eso, pero sí, desperté sudando y con el corazón a mil. Y ahora no sé cómo voy a mirarlo en la oficina sin ponerme como tomate.
Sebastián se puso serio por un segundo, algo raro en él.
—Escucha, Valeria, no hay nada de malo en sentir eso, es tu jefe, sí, pero también es un hombre que te sacude entera. Y por lo que vi anoche, tú también lo sacudes a él, la forma en que te miraba... No sé, había fuego ahí, algo caliente y peligroso, solo ten cuidado.