La casa en la costa era un sueño, pero también una trampa. Después de esa noche en la terraza, donde Lisandro me había consumido con su intensidad y luego me abrazó como si temiera que me escapara, algo cambió.
Su frialdad, era como una máscara que solía llevar, y se rompía a veces, podía notarlo en sus ojos cuando se me quedaba viendo, y en la forma en que me acariciaba, lentamente, tenía la impresión que tenía miedo de perderme, y eso me hacía perder el control.
Esa noche, después de perdernos entre susurros y caricias, Lisandro se quedó dormido, su respiración era suave, tranquila, tenía su brazo sobre mi cintura, me quedé mirando el techo, sintiendo un nudo en el estómago. Con Lisandro todo era demasiado intenso, confuso.
— ¿Sigues despierta? —murmuró, con la voz ronca por el sueño
