Al día siguiente me desperté sintiendo el cuerpo pesado, como si hubiera corrido un maratón, la comida con Leonardo Varela me había dejado un mal sabor de boca, y sus palabras seguían dando vueltas en mi cabeza como un eco, “Lisandro no es un santo, y los hombres como él siempre esconden algo”. Me levanté de la cama,después de cepillarme fui a la cocina, donde Sebastián ya estaba preparando café, me miró y soltó una risita. —¿Qué? ¿Otra noche soñando con tu jefe sexy? —dijo, pasándome una taza humeante. Puse los ojos en blanco y tomé el café como si fuera mi salvavidas. —No empieces, Sebas, ayer fue un día largo, y hoy tengo un evento de la empresa, no estoy para bromas. Él se apoyó en la barra, cruzando los brazos con esa sonrisa suya que me saca de quicio a veces. —¿Evento? ¿Con L

