Sentía que mis piernas temblaban.
Y es que la escena que ocurría frente a mí era tan absurda, tan surrealista, que por un segundo no supe si estaba en medio de una pesadilla o si de verdad la madre de Lisandro me estaba acusando de algo que claramente había iniciado ella.
—¡Fue ella! —gritaba Elisa, con su rostro deformado por una mezcla de furia y drama barato, mientras las lágrimas fingidas rodaban por sus mejillas.
Lisandro no decía nada.
Solo me miraba, confundido, entrecerrando los ojos como si tratara de ver a través de mí.
—No es cierto —murmuré al fin— ella me abofeteó primero, frente a todo el restaurante, yo solo me defendí.
Elisa se llevó una mano al pecho, como si mi afirmación estuviera por provocarle un ataque al corazón, era muy buena en su actuación.
—¡Mentira! Esa m
