—Isabella, por favor —dijo con un tono tan cansado que por un segundo me dio lástima. —No, no me “por favor”ees —le interrumpí—. No me hagas ese tono. Sabes que no funciona. Él se pasó una mano por el cabello, frustrado. —Eres imposible. —Y tú un mentiroso encantador. Hacemos buena pareja. —Le di una sonrisa sarcástica. —No estoy mintiendo —dijo. —Ajá. ¿Y entonces por qué te tiemblan los ojos cuando lo dices? Él se acercó un poco más. Mucho más. Su voz bajó. —¿De verdad quieres discutir esto así, vestida con mis pantalones y mis bóxers? Mi cara ardió. —¡No menciones mis bóxers! —dije alzando la voz. —Tus bóxers —repitió sonriendo apenas—. Interesante. —¡Ay, cállate! —le empujé el pecho, pero no se movió ni un centímetro—. No tienes derecho a burlarte. —Tienes razón —dijo, sin

