Capítulo 3

1208 Words
Muchos de sus amigos le habían dicho que nunca dejara a Tae ya que él representaba un futuro estable. Eso la enfurecía, porque podían llevar años juntos y las personas seguían cuestionándose su relación y pensando que ella estaba con él por el dinero, cuando no era así. Era un ser especial. —    Te amo —susurró y pasó una de sus manos por la ventanilla, antes de escuchar cómo la azafata pedía que prestaran atención a las medidas de seguridad para el vuelo. Lo que Amber no sabía, era que un Tae afanado se encontraba manejando directo al aeropuerto para poder despedirse de ella antes de que se fuera. Su auto rugía en las calles y estaba seguro de que tendría que pagar algunas infracciones por ello, pero no le importaba, solo quería llegar para despedirse de ella. Había pensado toda la noche y se había decidido por esperarla. No estaría con nadie más que no fuera ella. Esperaría hasta que ella volviera a Seúl para que estuvieran juntos. —    ¿Dónde abordan las personas para Estados Unidos? —Respiró con rapidez el castaño, apenas descendió de su auto. —    En la puerta 4V. —    Gracias —trató de sonreír, pero nuevamente comenzó a correr. Su vista se dirigió con prontitud hacia las direccionales y buscó el lugar que le decían, hasta que se dio cuenta que era en el otro lado del aeropuerto. —    j***r… Su labios se apretaron y comenzó a caminar hacia allí. Ni siquiera sabía la hora del vuelo, solo había revisado un poco por la página de internet de las aerolíneas y decidió ir cuando salía el vuelo más barato de todas. Sus pasos eran largos gracias a su altura y revisó la hora. Ni siquiera eran las tres de la tarde cuando él decidió detenerse. No podía respirar bien y si continuaba de esa manera, podría desmayarse. —    Vuelo AS424 con dirección a Estados Unidos, abordando. Tae tocó su pecho, sintiendo cómo su corazón se iba a salir de su pecho y nuevamente sintió el nudo formándose en su garganta. Sin pensarlo, tomó su celular y marcó el número de Amber, pero lastimosamente, ya no se encontraba activo. Ella ya se había ido. —    No, no… —musitó y pasó una mano por su cabello para después volver a marcar—… no, por favor. Sus piernas de debilitaron y cayó al suelo de rodillas. Todo a su alrededor parecía haberse detenido y cualquier esperanza se había acabado con lo que estaba sucediendo. Ella se había ido y él no había podido decirle todo lo que había querido. Ni siquiera sabía si abriría sus r************* allí o si activaría su número nuevamente. No entendía cómo esperaba que le avisara si volaba a Estados Unidos ya que todo lo había cerrado. No había dejado ningún rastro de su vida y él estaba completamente roto. Sin perder tiempo, el castaño se volteó y caminó fuera del aeropuerto viendo cómo uno de los aviones que iban a despegar, lo hacía. —    Adiós, mi amor —sonrió de medio lado y levantó la mano. Y precisamente, allí iba ella. Amber. La chica se encontraba sola en la fila de sillas que había escogido. No muchos las preferían porque estaban demasiado cerca del baño y por encima de todo eso, era lo mejor.  Aunque se había hecho del lado de la ventana para no tener que hablar con muchas personas, de todas maneras, no faltaban los hombres que se acercaban a cuestionarle lo que estaba sucediendo con ella. Después de algunas horas decidió levantarse al baño y pudo darse cuenta lo que estaba sucediendo con ella. Sus ojos eran rasgados y por las lágrimas estaban más pequeños de lo usual. Ni siquiera se podía reconocer su iris. Se sentía horrible y así lo proyectaba. —    ¿Estás bien? —Un hombre se asomó y ella se asustó. Había olvidado cerrar la puerta del baño. —    Si, perdón. —    ¿Perdón? —    Dejé abierto… —trató de escucharse arrepentida—… me asusté. —    No te preocupes. ¿Estás bien? —    Si. El hombre asintió y se volteó para volver a su asiento sin ningún comentario más. ­ Amber volvió a mirarse en el espejo y tragó saliva. Había decidido desaparecer de la faz de la tierra para Tae. Era lo mejor para él y así, podía encontrar una persona mucho mejor que ella que se preocupara por ser lo que su padre quería que fuese y no lo que ella era. Él necesitaba una persona de su estatus social y con la misma cantidad de dinero que él. Alguien que su padre quisiera y así, pudiesen tener ese tipo de cenas en familia que se veían en la televisión y ese tipo de cosas que solo hacían las familias adineradas y que ella, nunca había podido tener. Cuando era una niña había odiado con su vida lo que tenían varios de los niños que veía en el parque, pero en ese momento, en donde ya era una persona adulta, solo le causaba gracia lo injusta que podía ser la vida con las personas y lo raro que estaba dividido el dinero, donde unas familias podían ser dueñas de grandes cantidades de empresas —como la familia de su ex—, y otras no poseían más que una renta básica para sobrevivir. Como había sido su vida. Ella no criticaba a su madre por eso. Al contrario, estaba muy orgullosa de lo que había logrado hacer por ella y por la misma razón era que había decidido encargarse de pagar ella sola sus estudios. Porque sabía que entre más quisiera la mujer, era imposible que lo hiciera por sí sola. Luego habían decidido las dos que ella podía ir a trabajar a otro país para enviar algo de dinero, pero las cosas habían cambiado un poco y había tenido que volver deportada porque no había legalizado su estadía en aquel lugar. Así que, en su casa la única fuente de ingresos era ella. Amber. Un nudo se formó en su garganta recordando la manera en la que su madre se despidió de ella y cómo decidieron mantenerse en contacto apenas llegara a Estados Unidos. Estaba segura de que podría enviarle buenas cantidades de dinero para que ella comenzara a ahorrar y comprar una casa para las dos. Eso era algo que no le había dicho a Tae, y era que sí, volvería a Corea. Pero cuando estuviese segura de que tenía dónde llegar y que no se preocuparía por el arriendo que debería pagar o que en cualquier momento pudiesen amenazarlas para sacarlas del pequeño apartamento. Eso les había sucedido bastantes veces durante su vida y el solo recordarlo hacía que el nudo se apretara más. Muchas veces habían tenido que dormir en la calle porque no tenían manera de responder donde vivían y por eso al final, habían decidido arrendar lugares amoblados para que, si volvía a suceder algo parecido, no tuvieran que pensar en las cosas que tenían consigo, sino que, por el contrario, solamente en las prendas de ropa que habían comprado y nada más. Era algo triste, pero lo más inteligente para el tipo de vida que llevaban.
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