Capítulo Dos: La pastelería.

1829 Words
Hanibell solía ser descuidada, sin embargo, tenía orden dentro de su desorden.  Ese día debía presentarse puntual en una pastelería donde trabajaría parte del verano como fuente de ingreso mientras estudiaba, al menos eso era lo que su madre le había recomendado hacer para poder obtener distintos puntos de vista acerca de la vida. Los lujos no eran lo que importaba, después de todo, tener una cuna de oro termina siendo lo mismo en la muerte, un ataúd de madera, y aunque estuviera pulida, no diferenciaba lo que contenía, solo cascarones que sirvieron como contenedores de almas.  Ginna siempre fue muy supersticiosa, de modo que le inculcó a sus hijos algo de esto, y ellos no se quejaban, puesto que la mujer era increíble en todos los aspectos. En esa oportunidad, le estaba enseñando a su hija menor a cómo ser puntual y responsable, por mucho que pudiera tener todas las comodidades, era importante que aprendiera a defenderse en el mundo real. Usualmente, las personas no tenían buenas intenciones, era por eso que la chica debía aprender a defenderse como le fuera posible, y la mejor manera de hacerlo era siendo independiente, pues mientras tuviera el apoyo moral y económico de su madre, todo le sería sencillo, en cambio, siendo realistas, nadie más que no formara parte de su familia le facilitaría las cosas. Caminó con rapidez hacia la entrada del pequeño local al que le serviría como cajera, pues a ella le apasionaban los números y los estudios científicos, era una chica muy aplicada a pesar de ser algo distraída y rebelde sin causa. Su estilo se encontraba en constante cambio, pero la representaba en cada faceta que quisiera llevar a cabo y dar a conocer sobre sí misma, a eso se refería Jayce, a que era auténtica y no le interesaba mucho si los demás no concordaban con sus gustos, pues seguirían siendo los mismos. Solía obsesionarse con distintas cosas por temporadas, es decir, si un mes quería vestirse de antaño, al siguiente quería ser emo, pero siempre buscaba la manera de hacerlo funcionar para ella, ya que creaba unas combinaciones excelentes. La mayoría de las personas que la rodeaban le preguntaban acerca de su estilo o la elogiaban debido a este, otros solo la miraban desde lejos como si fuera un ser de otro planeta o tuviera cinco ojos, pero incluso eso lo encontraba maravilloso, lo tomaba a modo de cumplido. En esa ocasión, se vistió con un par de jeans en tela gamusa color beige un poco acampanados, siendo estos combinados con una camisa blanca de mangas cortas unas cuantas tallas más grande que ella, esta se hallaba dentro del pantalón con un estilo muy retro, pero le encantaba, encima colocó un blazer en tono verde oliva y para acompañar aquello unas converse oscuras y un bolso de lado del mismo tono. Un par de gafas adornaban su rostro, teniendo una fuente cálida en vez de una oscura, como la mayoría de los lentes eran. Al bajar del transporte público, ya que su madre no quiso llevarla al trabajo porque quería mantenerla bajo perfil, todos los presentes en la plaza comenzaron a seguirla con la mirada, siendo que algunos hombres la miraban más de la cuenta con algunas interpretaciones fuera de lugar, pero a ella poco le importaba mientras pudiera continuar con su día con normalidad. Bajó por la cuadra en la que quedaba el local y llegó allí a pasos rápidos, siendo que sentía que llegaría tarde, aún cuando le faltaban unos diez minutos para llegar a la hora. Sentía su corazón acelerado y sus manos sudaban de los nervios, y aunque no era un trabajo demasiado fuerte del cual preocuparse por no saber ciertas cosas o no encontrarse preparada para otras, su nerviosismo no desaparecía. Empujó la puerta con la fuerza suficiente como para que esta se abriera y le mostrara una vista preciosa, pero cayó en cuenta de que no había nadie aún más que solo dos empleadas. ─Disculpe, aún nadie puede entrar, está cerrado─ le comunicó una de las chicas, quien tenía varias perforaciones en el rostro y el cabello en tono fucsia. La vergüenza azotó el rostro de Bell, convirtiéndola en lava ardiendo frente a las dos chicas. ─Lo siento, no vi el cartel en la puerta, venía muy rápido... Es que vengo a una entrevista─ comunicó ella, aún algo tímida por lo sucedido. ─¿Eres la chica nueva?─ preguntó la otra, quien tenía un bonito cabello que le caía a la cintura en tonos dorados, pero este lo tenía recogido en una coleta alta. Ella asintió, sin saber qué más decir, y entonces las extrañas comenzaron a explicarle de qué iba todo en aquel lugar, cómo se movía la clientela y qué preferían los jefes que hicieran al atender al público, cuáles eran las reglas y los pasos a seguir para cada procedimiento, de modo que una hora después, Hanibell ya se encontraba con un delantal y un gorro con el logo de la pastelería puestos. Las chicas la animaron a comenzar con su trabajo, debido a que el horario de apertura ya había llegado al principio. Sus manos temblaban mientras esperaba a que el primer cliente entrara por la puerta, y lo cierto fue que no tuvo que esperar demasiado, debido a que el primero en entrar fue un chico de rizos color chocolate y sonrisa encantadora. Este le pidió un americano sin edulcorante y un latte con doble crema y esencia de coco. En su mente registró lo pedido y comenzó a trabajar con sus manos en la pantalla táctil del negocio, creando una factura a nombre de Edel Franklin, así se llamaba el chico.  Hanibell tomó un poco de aire, pues la mirada verdosa encima de sus manos la ponía nerviosa mientras pasaba la factura a una de sus compañeras. ─Su pedido será entregado en breve, si quiere puede tomar asiento mientras espera─ ofreció ella con su mejor sonrisa, intentando ser amable. El chico sonrió a medias y tomó asiento en una de las sillas de la barra de desayunos, y al tiempo observó su reloj con algo de impaciencia, una que fue fácil de captar debido a su ceño fruncido cuando logró dar con las agujas en el lugar correcto. A la chica le agradó que no fuera un reloj digital, pues muy pocas personas tenían relojes de aguja. Unos pocos minutos después, su pedido estaba listo, y fue tiempo para él de marchar y la mirada de la ojiazul le siguió en todo momento, sin saber muy bien por qué. Hanibell pensó en que al salir de allí debía ir a una clase de física, su favorita, sonrió mientras pensaba en las buenas calificaciones que estaba obteniendo y continuó con su trabajo, solo hasta que sus ojos captaron a uno de los compañeros de esa clase, Owen Clark. Tragó con fuerza, pues seguro sería algo incómodo el tener que atenderle cuando se habían visto ya en varias ocasiones para jugar a partidas de ajedrez y hacer debates sobre temas intelectuales de distinta índole dentro de la gran secundaria privada a la que asistían. Sería algo extraño verla trabajando allí, pero no era que le molestara, solo que quizá fuera poco grato. El chico llegó a la caja y pidió una dona glaseada con relleno de fresa junto a un caramel macchiato.  Con gusto se lo facturó, sonriéndole amable, sin embargo, el chico parecía distraído, con el rostro turbio y lleno de preocupación, así que no le prestó demasiada atención, solo miraba su celular con extrema frecuencia y sus manos temblaron al hacerle llegar los billetes con los que pagó por el servicio. Quiso darle el vuelto con varias monedas y un billete de baja denominación, pero este no se lo aceptó, dijo que lo dejara de propina, de modo que eso hizo, colocándolo en el gran frasco que ponía en letras grandes "PROPINAS". Ella decidió que aquello estaba más que bien, pero un sentimiento extraño le revolvió el estómago, sin tener una respuesta concreta a lo que le sucedía al chico. Quería saber si podía ayudarlo de alguna manera, pero en cuanto este tuvo su pedido en mano, se marchó sin mirar atrás. Hanibell frunció el ceño, sin ser capaz de procesar todo lo que había vivido en apenas diez minutos de su primer turno. Suspiró, intentando calmarse y que el humor de sus clientes no afectara al suyo por nada del mundo, después de todo, estaba a prueba aún. Nunca le dijeron cuándo llegaría su supervisor o quién era, así que su deber era siempre entregar lo mejor de sí. Así continuó todo el día, atendiendo a quienes entraban con la mejor disposición que su ánimo le permitió. Sus compañeras de trabajo la felicitaron al finalizar la jornada, defendiendo que lo había hecho excelente para ser su primer día de trabajo. Ella solo sonrió con algo de timidez, pero agradeció las palabras bonitas de las chicas, y supo desde ese momento que se llevarían muy bien. Hanibell no era persona de tener muchas amistades, sino todo lo contrario, disfrutaba de la soledad, pero a veces era grato tener a alguien con quien conversar y con quien salirte de la monotonía.  Al finalizar el primer día de esa maravillosa experiencia, regresó a la residencia donde hacía vida de nuevo en transporte público, pero eso no le desagradaba, en realidad disfrutaba de los pequeños detalles de la vida. El camino duraba al menos veinte minutos, y en ese tiempo observó todo a su alrededor, queriendo conocer un poco más sobre el lugar donde vivía, viendo miles de letreros con distinta información. A su lado iba una mujer mayor con un carrito de la compra, ella se estaba durmiendo, pero pronto despertó justo en la parada donde le tocaba bajar, ese sí era un gran talento, pensó la chica de cabellos azabaches para ese entonces. Luego de la señora, un hombre se sentó a su lado, y debía reconocer que era extraño, pues su vestimenta se basaba en tonos oscuros y sus ojos parecían inyectados en sangre, olía bien a perfume, pero se veía como alguien a quien te gustaría evitar, por lo que se sintió muy incómoda cuando este le dirigió la mirada de lleno. Pasó saliva con fuerza y pocos momentos después llegó a la parada donde debía bajar para ir a su casa, pero cuando se levantó del asiento para pasar frente al hombre y bajar de allí, este tocó con su mano tosca una de sus nalgas, apretándola bien para sentirla a todo dar, de modo que la chica solo pudo ruborizarse de manera violenta y bajar de allí a toda velocidad. Una vez que estuvo fuera de ese autobús, su corazón no paraba de latir, pero aún estando fuera, el hombre le siguió con la mirada hasta que el medio de transporte arrancó. Ahí fue cuando comprendió que las personas tenían dentro de sí una maldad casi imposible de ocultar.
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