Capítulo Ocho: Secuestro.

1792 Words
Renedit se hallaba en el suelo, en un estado de shock, aún no procesaba que alguien como Marcus, a quien según él había rescatado de una vida miserable cuando era más joven, le hubiera traicionado de tal manera luego de ser su mano derecha por tanto tiempo. Se tocaba el costado punzante y sangrante como si de él dependiera la decisión entre la vida y la muerte. Por supuesto, no lloró, pero tenía todas las intenciones de hacerlo, no por el dolor físico, eso era harina de otro costal. Con su teléfono móvil llamó a los refuerzos, exigiendo que entraran de inmediato. ─¡No se queden ahí pasmados, pedazos de bestias! ¡Entren ya!─ fue lo que pidió, pero las fuerzas le fallaban, sobre todo porque ya había pasado al menos veinte minutos procesando lo ocurrido. Cuando llegaron sus hombres, él se encontraba a punto del desmayo, entonces ellos tuvieron que hacer lo posible por mantenerlo despierto hasta curarlo en alguno de los autos que llevaron al club nocturno. Obviamente supo que le habían desobedecido en cuanto a que no quería a nadie siguiéndolos, pero eso poco importaba cuando era él quien había salido herido. Ya no podía dar nada por sentado. ─Quiero a ese traidor muerto cuanto antes, ya no me interesa ser bueno con él, le di suficientes oportunidades para recapacitar y no lo hizo─ fueron sus palabras llenas de odio, las cuales sus secuaces nuevos se encargarían de llevar a cabo. Si antes no sentía, nada, ahora lo único que quería su corazón era venganza, una que pudiera perdurar en el tiempo para recordarle día a día a sus enemigos de lo que era capaz de lograr para salvar no solo su vida, sino su reputación. ─Señor, debemos entregar un cargamento al buque de carga esta tarde. No creo que esté en condiciones de ir, si me permite decir─ le habló su principal al mando de los demás, con aire de preocupación al ver la herida de bala en el cuerpo ajeno. ─Tengo que estar dispuesto, he pasado por cosas peores que esta, así que estén tranquilos, ese buque zarpa lleno hoy─ comentó serio el ojiazul, viéndose cual gato malvado, teniendo una mirada calculadora en los ojos que no indicaba nada bueno. Los secuaces asintieron, y al terminar de vendarle la herida y haber sacado los fragmentos que quedaran de la bala, emprendieron camino hacia el lugar donde se reunían, que no era otro que una de sus casas. Al llegar allí, también le preguntaron por lo que pasaría con Jayce, su hijo, a quien tenía ún cautivo. ─Por ahora hay que mantenerlo con vida, que crea que solo está en mis manos para mantenerlo seguro, pero una vez que pueda atraer a Bell, él será el primero en caer─ dijo sin tener aunque fuera una pizca de compasión. Todo lo que le quedaba de empatía se lo llevó Marcus cuando lo enfrentó, y ya no iba a dar segundas oportunidades, se cansó de tener que pedir las cosas por favor a personas que solo le querían ver muerto. Admitía que en la vida de sus hijos no estuvo muy presente, pero fue algo que no planeó, una vez que se divorció de Ginna, todo dentro de sí dio un cambio brusco, lo que le produjo cierto repelús en cuanto a sus propios hijos, dejándolos de lado poco a poco, pero vaya que los tenía presentes todo el tiempo. No era como si pudiera escapar de sus propios pensamientos, y estos lo torturaron hasta ese día en el cual logró capturar a su hijo mayor. Aquel día en su cumpleaños todo se volvió una locura, pero agradecía que todo haya conspirado a su favor.  Ese grandioso día asistió a la fiesta bien vestido, haciéndole saber a todos que iba en son de paz, pues estaba siendo bastante amable, aún más que cuando vendía alguna casa, y eso era decir mucho.  Los que asistieron quedaron pasmados al verle actuar tan coherente y sin ningún cometnario lleno de burla, al contrario, solo fueron elogios y los demás comenzaban a creer que era una nueva persona, alguien que no sería capaz de herir a nadie, y que por supuesto, era probable que no estuviera metido en negocios turbios. Vendió una muy buena imagen, pero aunque no hayan hecho público el divorcio entre aquella familia, se rumoreaba entre los invitados como la mismísima pólvora.  Esto le molestó en demasía, ya que nadie tenía el derecho a opinar sobre su vida y las decisiones que tomaba en ella, pero tuvo que mantenerse con una sonrisa y un comentario cálido a pesar de sentirse como la peor escoria, hirviendo en ira.  Tenía muy claro el por qué iba a esa fiesta, no era solo para desear buenas cosas en el camino de su hijo, era para llevarlo consigo.  Ya una vez hubo amenazado a Ginna con llevarse a Bell si esta no aceptaba ser la próxima dueña y señora de la red de mafia que hubo construido, era un imperio total. Como su hija no quiso aceptar nada que proviniera de él, todo se tornó mucho más oscuro. Si ella no quería ir, haría que quisiera, por las buenas o por las malas, pero que saliera de su voluntad, y en el juego de la vida él era un experto. Cuando Jayce se acercó a él en la fiesta, lo abrazó, diciendo cuánto lo había extrañado y que le habría gustado compartir más juntos, tiempo de calidad como en sus primeros años de vida. "Estaremos juntos ahora más que nunca, querido Jayce, de eso no tengas ni la más mínima duda" le comentó, con una sonrisa maliciosa que el contrario no notó en absoluto debido a la felicidad que tenía por estar de cumpleaños y de paso que su padre fuera a verle, algo que no sucedía a menudo. El hombre sabía cómo manejar a la gente, siempre tuvo una estrella para convencer a los demás, y se aprovechaba de ello, de que no se veía como un hombre traicionero, alguien mentiroso, pero sí que lo era. Durante años quiso perfeccionar su técnica, y lo logró con satisfacción, podía convencer al propio presidente si se lo proponía, y el engaño era un arte que se desarrollaba con con el tiempo, con paciencia y con inteligencia, la táctica era lo más importante, pero no todo el mundo comprendía aquello, quizá si supieran de sus planes lo tildarían de loco antes de siquiera pensar en por qué lo hizo, en si tenía motivos de peso o si la realidad que vivía era así de desgraciada como para querer hacerle daño a los demás. Nadie nunca le preguntaba a los criminales sus versiones, no confirmaban lo que sentían, y por eso las cárceles estaban repletas de gente inocente, entonces él que tenía el don, no se dejaría vencer por nadie más, si tenía una oportunidad, la tomaría sin dudar. Cuando las luces se apagaron para el baile en tendencia, las cosas tomaron color, diversión para los ojos de Renedit, quien sintió en la oscuridad y convenció a su hijo de ir hasta la entrada de la elegante casa. "Pero papá, esta es mi parte, debo estar adentro" pidió Jayce, algo preocupado por el show que quería dar. "Estarás allí en el momento indicado, tenlo por seguro" le dijo el hombre, haciendo que el chico asintiera aún sin estar muy seguro. Le siguió por el costado de la casa, viendo cómo en el jardín habían varios autos con vidrios polarizados, lo cual no le generó demasiada confianza. "Querido, todo lo que ha dicho tu madre sobre mí es cierto, incluso que soy un cretino, pero lo más importante es que soy dueño de la mafia de esta ciudad, y por mucho que quisiera que tú fueras mi sucesor, no puedo permitirlo, quiero que Bell lo sea" comentó Renedit cuando estuvieron alejados del ruido de la música de dentro. "Pero si eso es así, Bell todavía es menor, no pretenderás llevarla contigo hasta que al menos pueda ser dueña de sí misma ¿No? Esto es tan raro, yo siempre te defendí ante mi mamá, y ahora que me confirmas esto... Yo no sé qué pensar..." respondió el chico, algo aturdido por tanta información. "Bell crecerá pronto, dejará de ser una cría, y cuando eso suceda, tomará mi puesto a mi retiro. Ahora necesito que vengas conmigo, Jayce" insistió el mayor, haciendo amago de abrir la puerta de uno de los autos para él, pero este se negó. "Déjame solo" pidió, caminando de nuevo dentro de la casa. Renedit no permitiría que eso sucediera, por supuesto, de manera que lo siguió muy de cerca, y cuando el chico llegó al momento indicado para que los focos se concentraran en él, su padre vio la oportunidad, tomándolo del cuello por detrás mientras lo apuntaba con un arma, y sus secuaces lo respaldaban, habiéndose hecho cargo de llevar abajo la seguridad de la residencia. Los presentes se quedaron de piedra, de inmediato parando la música y encendiendo las luces nuevamente para ver cómo el hombre apuntaba la sien de Jayce, como si fuera algo común para él. "Jayce, mi querido hijo, hoy en tu cumpleaños te hice un ofrecimiento de venir conmigo, pero no quisiste por la buenas, de modo que me toca actuar como el malo de la película hoy, has hecho que sea así. No quiero que lloren, señoras, no le pasará nada, estará seguro conmigo" fue su promesa, y entonces así desapareció con el chico entre sus brazos. Subieron a uno de los autos y de inmediato iniciaron la huida hacia donde lo tendría retenido, y a pesar de llevarlo de manos atadas y apuntado en la sien, Renedit se encontraba feliz de tener a su hijo cerca. Sonrió al verle la cara de miedo a su propio hijo, y aunque pudieran decir que eso era cruel, para él no, pues le estaba dando una nueva oportunidad de servirle, así no fuera el sucesor. También le dio información importante que no podía salir de allí, así que solo le quedaba llevarlo consigo o eliminarlo, y lo segundo no era divertido por el momento. De repente en vez de miedo e ira, en los ojos de Jayce se observaron lágrimas cayendo, algo que a cualquier persona le destrozaría el alma. "Eres un monstruo, mamá tenía razón" no paró de repetir eso en susurros durante todo el camino, haciendo que los ecos en la mente de Renedit se volvieran más y más fuertes, haciéndolo sentir algo culpable, pero nada comparado con la emoción de haber cometido un secuestro más con efectividad. Eso era lo que su mente recordaba mientras su herida le hacía delirar por la fiebre que le provocó.
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