Capítulo Quince: Smoking.

1768 Words
El teléfono pitaba cuando Marcus intentaba comunicarse con Bell, pero esta no contestó, por mucho que insistió, de modo que se rindió cuando alcanzó las diez llamadas, ya las vería y seguro sabría de qué trataría aquello, pero por el momento, solo le quedaba esperar un poco más y mantenerse oculto como fuera posible. Llevaba huyendo de la gente de Renedit durante un buen rato ya, pero estos eran tan tontos que no se daban cuenta de si lo tenían justo al frente o no, así que no esperaba mucho en cuanto a que lo descubrieran.  En esa oportunidad se encontraba en una tienda de clase media-alta escogiendo algún traje que le sirviera para ocultarse mientras sabía que podía ser libre en cuanto el físico no le delatara, y por su parte, jamás vistió muy elegante que se dijera, por eso buscaba algún smoking de diseñador que pudiera brindarle ese toque que nunca tuvo en toda su vida, ya que los lujos no eran parte de él, pues prefería vestir como veterano de guerra, un militar sin remedio, ya que al estar varios años en una academia del ejército, le dio la fuerza necesaria para vivir de esta forma siempre, sin necesidad de vestir para ninguna ocasión con diseños costosos, a pesar de que tenía disponible en su cuenta casi el mismo dinero de Renedit. No quería malgastar aquello, por eso decidió no tocarlo hasta que tuviera algo realmente importante por hacer o algo en lo cual invertir con seguridad, y ninguna de las dos opciones se le había presentado hasta el momento. Tenía su propia familia, pero ellos vivían en otra ciudad, siendo que tenían un solo hijo de nueve años que iba cada seis meses a visitarlo y compartir tiempo de calidad con él, pero eso fue decisión de su mujer, pues no quería vivir tan cerca de él y estar en el ojo del huracán junto a su pequeño, pues no era la idea exponer a un menor de edad solo porque sí. Marcus sabía que era cierto aquello, por eso no le gustaba admitir que tenía familia, eso lo delataría y le haría sentir vulnerable frente a cualquier enemigo. Ni siquiera Renedit sabía que tenía un hijo, ese era su mayor secreto, y la mujer con la que mantuvo una relación tampoco fue expuesta ante las garras de ese demonio, algo que agradecía inmensamente, ya que de lo contrario, perdería la cabeza mucho antes de siquiera enfrentarse a su superior. Gracias a que el hombre de ojos azules no tenía idea de la existencia de su pequeña familia, él podía tener un poco más de libertad en cuanto a sus decisiones, así que no le importaba mucho si vivía o no, allí sabía que el secreto moriría consigo. Cuando su hijo lo visitaba, por lo general, Marcus lo llevaba a casa de Ginna, la ex-esposa de Renedit para que compartiera tiempo de calidad con Hanibell y Jayce, sin embargo, ese mes no sería posible debido a la situación peligrosa que estaban viviendo, y no lo pondría en medio de todo eso solo por el capricho de verlo y estrecharlo entre sus brazos. Era cierto que extrañaba tener una vida en familia, en donde llegar a los brazos de su mujer y besar la tierna cabecita de su hijo recién nacido, pero eso ya no sería posible desde que supo los alcances que tenían las fuerzas de su jefe, que fue capaz de asesinar a una familia completa solo porque no le gustaba su forma de ser. Así de fácil era para él eliminar a las personas, solo que consigo le estaba siendo un poco más difícil al haber compartido tantos años juntos, así que el cerebro le traicionó de la peor manera que pudo.  Quiso dispararle, pero no pudo, vio en sus ojos que no fue capaz de acabar con su vida de una vez por todas, y eso, aunque no le aseguraba que el hombre tuviera sentimientos, por lo menos le dejaba saber que tenía algo de suerte para no morir en las situaciones más bizarras. Caminó entonces alrededor de la tienda en busca de algún traje color blanco o crema, y encontró uno con detalles en dorado y rojo, este le pareció perfecto a la vista, así que lo tomó y le hizo saber a la encargada que lo quería llevar. Esta le sonrió de una manera educada y lo llevó hasta la caja para que pudiera pagar por el, al hacerlo, le envolvieron aquello en una bolsa cuadrada. Salió de la tienda dentro del centro comercial más exclusivo de toda la ciudad, y entonces se dirigió de una vez hacia alguno de los servicios para hombre. Entró en este y asimismo al cubículo desocupado de la izquierda, casi al final de la fila. Se cambió como pudo, sabiendo que aunque no quedara perfecto, al menos haría el intento de lucir como un hombre millonario. El traje iba a juego con un sombrero en tono crema con una sola línea en color marrón con detalles en dorado, de modo que lo tomó sin preguntar y se lo colocó también, ya que mientras más artículos tuviera sobre sí, menos se vería como el antiguo Marcus. También tomó en cuenta que si quería que no lo reconocieran, debía cambiarse el look, y eso lo haría entrand a alguno de los salones de belleza disponibles en ese lugar. Paseó por alrededor de una hora en busca de alguna que le convenciera lo suficiente como para dejarlo totalmente ditferente. Tenía sus cabellos algo lagos y encrespados, pero ya era hora de darle un corte con estilo, más allá de lo que una máquina de afeitar pudiera hacer en un centro militar. Al entrar en aquel salón, más de una mujer se le quedó viendo con mirada coqueta, sin embargo, ninguna de ellas le llegaba siquiera por los talones a su querida mujer, quien daba todo por él y su hijo, esas eran las cosas que valían la pena, no el ver a una mujer de cuerpo escultural hacerse un cambio mínimo en el cabello una vez por semana. Allí varias estaban atendiendo sus uñas, y ni siquiera eso fue inconveniente para evitar que le saludaras de una manera atrevida y llena de coqueteos. Marcus estaba harto de que solo por vestir caro y elegante, las mujeres parecían tener un imán para ver el dinero, pero si lucías como un simple militar o si el atuendo no iba acorde, entonces todo se daba por perdido y no te miraban, solo eras un adorno más en la decoración de cualquier lugar, un sirviente, en vez de un patrón, cosa que era de despreciar en toda extensión. Se sentó en una de las sillas cuando le fue indicado por un encargado hombre, el que le atendería, este parecía tener la bandera de Italia en un broche en su traje de marca, esto le dio a entender que allí solo acudía la gente con dinero de sobra, y no le molestaba tener que gastar esa locura en dinero si al menos lograba que no le descubrieran, pues debía proteger a sus hijos adoptivos, así les decía a Hanibell y Jayce, pues eso no significaba un problema, sino todo lo contrario, en realidad amaba que ellos pudieran confiar en él como si nada.  La vida entera la tuvo dispuesta para ellos desde que vinieron al mundo, y no se arrepentía ni por un segundo de haber cuidado de ellos también, aunque fuera más que con su propio hijo. Este creía que ellos eran sus hermanos debido a la conexión tan grande que había entre todos cuando estaban juntos, y a ninguno le ofendía que creyeran algo como eso. A Renedit nunca le interesó en demasía compartir tiempo de calidad con sus hijos, poniendo de excusa el trabajo, algo que era despreciable, pero eso le dejaba tiempo a su mano derecha de no abandonar a las criaturas que necesitaban una figura paternal que les guiara en la vida. Con gusto hizo posible que a la fecha, los chicos fueran personas excepcionales con todos a su alrededor. Cuando pudo, todo lo que hizo fue brindarles apoyo, algo que faltaba en muchas familias, y también faltó en la suya propia, cuando sus padres lo abandonaron a su suerte al cumplir los diez años. Tuvo un pasado oscuro, eso era cierto, pero eso no significaba que no supiera cómo hacer las cosas bien, cómo arreglar sus conflictos internos de una buena manera, y lo había intentado ya varias veces. Cuando el hombre comenzó a trabajar en sus cabellos, sintió cómo el peso de los años se desprendía con este, cosa que se sintió estupenda, muy liberadora, y casi nunca solía sentirse así de libre. El hombre le hizo un corte bastante elegante con degradado en la parte inferior y larga en la parte superior, con un tratamiento para alisar el cabello que lo dejó muy parejo y liso, algo que nunca antes había visto en sí, y no le disgustó. También se encargó de arreglar sus cejas, limpiándolas un poco, ya que al ser tupidas, podían despeinarse con facilidad, sumado a eso, pintó sus cabellos con tinte para tapar las canas, y su barba la hizo ver más abundante y limpia con una técnica de aerógrafo que le informó venía de los países árabes, siendo que cuando acabó el tema de arreglar su apariencia, se observó en el espejo sin saber muy bien qué decir, ya que no parecía él en absoluto. Sonrió al espejo y colocó unos lentes de sol con reflejo en rojo. Salió de allí luciendo como todo un galán de telenovela, como el típico millonario que era capaz de hacer cualquier cosa por obtener el amor de la protagonista. Salió triunfal de aquel salón de belleza, sabiendo que la gente le miraba exclusivamente a él. Nada de eso le molestaba, sino al contrario, generaba en él un poco de ego, sin embargo, no era nada del otro mundo, y de cierta manera sentía asco por su manera de comportarse, ya que jamás habría pensado tener que verse costoso para poder huir de alguien, le parecía absurdo, pero si no cambiaba, no tendría la libertad para moverse como quisiera por toda la ciudad sin ser reconocido, un beneficio que podía obtener cualquiera menos él. Supo que nadie se imaginaría que hace unas horas se veía como un veterano herido en guerra, y eso le agradó aún más. Luego seguiría insistiendo para comunicarse con Bell, pero por el momento, lo justo era vivir el ahora, los cinco minutos de fama que le quedaban.
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