Fernando La vi cruzar frente a la cocina. Su falda larga se movía suave con cada paso, y por un segundo, se me olvidó respirar. Mi pecho se llenó de un calor extraño. Era una sensación tan intensa que tuve que apartar la mirada. Cerré los ojos, intentando orar mentalmente para expulsar esa imagen de mi mente, pero era inútil. Todo de ella me sacudía. “Concéntrate, Fernando”, me regañé mientras seguía ayudando al padre Sebastián a mover un costal de harina. Pero justo entonces, escuché un grito. Agudo. Femenino. Mi corazón se detuvo. Solté el costal, que cayó al piso levantando un poco de polvo. Salí corriendo como alma que lleva el diablo hacia la cocina, pero me detuve en seco en la puerta. “Tranquilo… puede ser otro grito por agua fría, como la otra vez…” Intenté calmarme, aunque la

