Perpleja, me quedo como boba mirando la pantalla del celular, releyendo el bendito mensaje — ¡No lo puedo creer! — resoplo. Me cuesta creer que la composición de esa frase y mucho más que, haya tenido el descaro de escribirme en esos términos — ¡¿Qué demonios se cree?! — a medida que los segundos pasan me enervo sin control. Lo único que da vueltas en mi cabeza es su imagen melosa con la profesora “Regalona” — ¡Uych! ¡Es una resbalosa! — pienso mientras me desvisto de mala gana, no sin antes apagar el teléfono y olvidarme de su solicitud — ¡Que se pudra! No le voy a responder ¡Que se quede con ella! — arrojo con furia la camisa al cesto de ropa sucia y lo tumbo al suelo, incidente que solo desata mi mal genio. Cojo la almohada y me tapo la cara para ahogar mi grito de rabia, celos y fru

