Doy media vuelta en la cama y reprimo grititos de aflicción. No pude pegar el ojo en toda la noche. No hubo forma de apaciguar el dolor que después de media hora pasado el efecto del ibuprofeno, se me hizo insoportable. Repetí el proceso de ir al sillón frente al ventanal, acomodándome en él unos quince minutos y luego, volver a recostarme en la cama, al menos diez veces. Froté mis rodillas, masajee cada articulación e inclusive consideré atractiva la idea de arrastrarme hacia el dormitorio del captor acosador, para rogarle por otro calmante. Hecho que finalmente no llevé a cabo. El instinto rebelde, estúpido, orgulloso y defensivo, me impidió ir en búsqueda de su ayuda. De solicitar el auxilio de quién en primera instancia, me privó de algo tan hermoso, como es la libertad. Pues m

