Recurro al mayor esfuerzo posible y con sacrificio, desesperación, agobio, giro lentamente mi cabeza a un lado. ¡Dios! Es como si mi esencia y mi cuerpo no fuesen uno; como si hubiese perdido la facultad básica del ser humano que es la movilidad; y aunque entiendo que ello se debe a los interminables días que estuve postrada en una cama, inconsciente; el miedo a no volver a mover mis pies, las piernas, o los brazos, recorre cada terminación nerviosa de mi sistema. —¿Qu-quién es ese hombre? —balbuceo temerosa—. ¿Doctor? Evita mirarme y, concentrado en los resultados que el monitor ubicado a un costado de la cama provee, contesta—. Señorita Leombardi; lo primero que necesitamos comprobar es su estado de salud y, realizar varios chequeos. Le aseguro que es una paciente afortunada. Sus p

