RASHID —¡Nicci! —vuelvo a llamarla, en un alarido. Después de prácticamente dar las gracias; un desgarrador gracias, por la ayuda brindada, la veo desaparecer por el corredor. Cierro mis manos en puños, y con el dolor quemándome la garganta observo la pared que decora la habitación. Soy un idiota, lo reconozco. Y aunque tendré que quedarme con las ganas de explicarle lo que realmente pasa, creo que es mejor así. Frustra, enoja, y decepciona, sin embargo es mejor; mucho mejor. La rabia, el recelo, y la ira son mejores aliados que la tristeza, la angustia y un corazón roto. Tal vez debí prevenirla anoche, antes de entrar al cuarto. Seguramente debí ignorar su pedido de una tregua y decirle la verdad. Indudablemente, debí darle la posibilidad de decidir si realmente quería entreg

