Uno, dos, tres y cuatro, son los metalizados escalones que voy bajando en dirección a la pista de aterrizaje. Escalones que de una forma irrevocable terminan separándome de él. Del hombre tan hermoso, enigmático y cautivador, como cruel. Sobre todo eso, cruel. El que sin darse cuenta, cumplió al pie de la letra aquello que prometió al principio, por allá; durante mis primeras horas de cautiverio en Arabia: enamorarme de una manera dependiente, incomprensible e intensa, para después dejarme ir. Inspiro hondo, y a medida que lleno mis pulmones de oxígeno, noto cómo la desazón palpita en mi pecho. Debería haberlo entendido, haberme puesto en su lugar y ser menos pasional y más racional. Debería haber hecho muchas cosas, entre ellas darle mi último beso, pero no lo hice. Lo amo. Dios sabe q

