«Ah, quisiera que me dieras otro beso, así sea corto, pero no se puede»―pensó Charlotte, con su cuerpo tenso por el esfuerzo de no moverse, para establecer la distancia entre ellos y no perderse nuevamente en sus brazos. Reinaldo llegó a la puerta, su mano en el pomo. Por un momento, pareció que iba a volverse, a ceder ante el deseo que ardía entre ellos. Pero con un esfuerzo visible, giró el pomo y salió, cerrando la puerta tras de sí con un suave clic que sonó como un trueno en el silencio de la habitación. Charlotte se quedó inmóvil, escuchando los pasos de Reinaldo alejarse por el pasillo. Cuando el sonido se desvaneció, soltó un suspiro tembloroso que no sabía que estaba conteniendo. Se acercó a la cama y se sentó, tomando la taza de té ahora tibia entre sus manos. «Ah, ese hombre

