Charlotte, con el corazón acelerado y las manos temblorosas, dejó caer la tableta sobre la gruesa alfombra color crema. El dispositivo aterrizó con un leve sonido que pasó desapercibido en el tenso ambiente se.xual que envolvía a la pareja. Sus labios, suaves y ligeramente húmedos por la excitación, se entreabrieron instintivamente. Años de besos con el pervertido de Alexander Craig habían moldeado su boca en un instrumento de placer, y ahora esa experiencia se manifestaba en una invitación silenciosa a Reinaldo. El aroma de Reinaldo, una mezcla embriagadora de perfume caro y un toque de whisky añejo, inundó los sentidos de Charlotte. Podía sentir el calor emanando del cuerpo de él, tan cerca del suyo que casi dolía no estar tocándolo. Con lentitud, las manos ahora libres de Charlotte a

