Sin embargo, su rostro se transformó en una sonrisa encantadora. Con sutileza, tomó el brazo de Lucas, con sus dedos aferrándose con una familiaridad calculada que hablaba de años de conocimiento mutuo. ―Bueno, me alegra que hayas venido, querido ―ronroneó Anna, con su voz mezclando afecto y una sutil advertencia que flotaba en el aire como un perfume caro―. Es una lástima que Reinaldo no esté aquí para saludarte. Lucas, plenamente consciente de la complicada historia con su amienemigo Reinaldo, respondió con una sonrisa que no llegó del todo a iluminar sus ojos. Una sombra de algo indescifrable cruzó por su rostro antes de desaparecer. ―Sí, me encantaría saludarlo pronto ―su tono era cortés, pero con un dejo de hipocresía apenas velada―, y tomarnos algo para molestarlo a que deje el ci

