El suave resplandor del sol del mediodía se filtraba a través del gran ventanal, iluminando el espacio, Reinaldo, con una sonrisa amplia que prometía más lujuria y aventuras por descubrir, miró a Charlotte con ojos llenos de pasión. ―Perfecto, me encanta que ya quieres dar ese paso, sé que te va a gustar ―respondió, con su voz firme y melodiosa resonando en el aire cálido, como si cada palabra marcara un compás de deseo. En ese instante, Reinaldo sintió cómo su corazón latía al unísono con la palpitación de su gran miembr0. Sus manos, firmes y ardientes de anhelo, comenzaron a desabrochar la bata de seda que caía delicadamente sobre la piel de Charlotte. Con un movimiento casi reverencial, la prenda se deslizó por sus hombros y, cayó al suelo, dejándola a ella totalmente desnuda frente a

