Reinaldo, sintiendo la necesidad de marcar su territorio, tomó la mano de Charlotte con firmeza. ―Adiós, y adiós, Claudia ―dijo, con su voz mezclando cordialidad con una nota de finalidad. ―Adiós ―respondió la niña, ya tirando de la mano de Lucas para llevarlo hacia donde vendían las golosinas―Papi quiero chocolatinas. Mientras se alejaba, quien después se soltó y fue corriendo alegremente hacia el área de dulces, Lucas se detuvo por un momento. Con un movimiento lento y deliberado, se volteó a mirar a la pareja, con sus ojos entrecerrados fijos en Reinaldo y Charlotte. La mente de Lucas era un hervidero de pensamientos oscuros y lascivos, un torbellino de celos, deseo y resentimiento que amenazaba con consumirlo y su mandibula se tensó. «De seguro... el muy maldito tendrá sexo con el

