CAPÍTULO 6.

2020 Words
Miro a Cannon, David, Alex y Morris sentados en mi oficina. —Estás diciendo qué. ¿Quieres que ataquemos de frente? —inquiere Cannon asustado. Suspiro. Alex, a su lado, le da una palmada en el hombro —Muchacho —su tono en sarcástico—. ¿Qué crees que hacemos? Jugar al parchís. Él lo mira con el ceño fruncido y, yo reprimo la sonrisa. A Cannon le queda un camino largo antes de que sea lo que esperamos, pero necesita armarse de valor o no va a durar mucho en este negocio. —Señores —levanto la mano llamando su atención desde detrás del escritorio—. Lo que necesitamos, es darle un golpe. —Mis informantes dicen que las casas del ruso están protegidas, al igual que el laboratorio —comenta Morris, sentado en uno de los sofás al fondo. —Está su club de Miami —comentó con una sonrisa depredadora—. No se lo esperará. Él me considera alguien insignificante en este juego y vamos a usar eso a nuestro favor. Será como darle un poco de su propia medicina. Los hombres asienten e intercambian una mirada entre ellos. —Voy a preparar todo y que podamos dar el golpe lo más pronto posible —Morris dice antes de ponerse de pie y salir de la oficina. —Nosotros, iremos a montar guardia en la habitación blanca. —Las palabras son de Alex. —Está bien—murmuró. Cuando se han ido. Me quedo sola, mirando a través de la ventana desde mi sillón. Hoy estuve a punto de morir y la verdad. No sentí nada. Es como si me hubiese muerto en vida hace mucho. La puerta se abre llamando mi atención y volteo para ver al irlandés de pie observándome. —Se te ofrece algo—inquiero. Entra y cierra detrás de sí. —Me preguntaba si estabas bien. —Y, ¿quién te dio la confianza de venir a saber si estoy bien? —inquiero al tiempo que arqueo mi ceja. —Pensé que después de salvarte el cuello, me habría ganado algo de ese derecho. Me pongo de pie. —¿De verdad, crees eso? Se acerca hasta mí sin inmutarse. —Vamos, Aurelia—murmura y nos vemos de hito a hito. La electricidad que siento cuando estoy frente a él es sin precedente y sé que él la siente. Entonces, como si fueran un maldito imán, se inclina y rosa mis labios de manera suave, antes de tomar mi boca en un beso hambriento. La acción me deja sorprendida unos segundos y mi cerebro hace corto circuito antes de que le devuelva el beso con la misma intensidad. Desde que lo vi en el club de pelea, sentí algo que hace mucho no sentía. Deseo. Desde que tomé las riendas de la organización, he hecho del sexo una herramienta para un propósito. Sin embargo, muchas veces, ni siquiera siento placer. En cambio, con un solo beso el irlandés es capaz de calentarme. Antes de que lo piense, lo empujo contra el sofá del fondo, donde minutos antes estuvo Morris, y me siento a horcajadas de él mientras sus manos me masajean el trasero con propiedad. Mis manos en sus hombros se aprietan cuando siento la dureza de su erección debajo de los vaqueros. Yo, aún llevo el vestido que llevé al club, así que. El irlandés lo sube hasta dejarlo en la altura de mi cintura. Y me acaricia con posesión encima de la tanga. Deja mi boca y baja por mi cuello. Cuando llega a mis pechos, se mete uno de mis pezones erguidos a través de la fina tela mientras muelo mis caderas contra su pretina, pero sus manos me detienen y él comienza a moverse, haciéndome poner los ojos en blanco y jadear. —¿Quieres que te folle, Aurelia? —dice dejando mi pezón—. ¿Quieres que te la meta? ¿Aquí y ahora? Es crudo y visceral lo que está por suceder, lo es y lo deseo. —Sí —siseo cuando se detiene. Con las manos en mi cadera me mueve de adelante hacia atrás. Baja una de sus manos y me acaricia entre las piernas, antes de detenerse. —Quítate las bragas. Lo miro a los ojos con severidad. —Nadie me manda—digo. —Quítate las bragas, Aurelia —repite en tono frío y demandante. En vez de molestarme su demanda. Endurece más mis picos. Sin dejar de verlo a los ojos, me levanto y, con toda la sensualidad que puedo, salgo de la tanga observando cómo se abre el botón de los pantalones y se baja el cierre. Levanta el trasero y sale de sus vaqueros y botas al mismo tiempo, dejándolos a un lado con un ruido sordo. Su v***a dura, gruesa y venosa está lista para mí. —Sobre el sofá —demanda, levantándose después de sacarse la camisa, dejando ver su trabajado torso. —Irlandés—digo en tono de advertencia. Él, da un paso hasta mí y me saca el vestido, dejándome desnuda. Me recorre con la mirada intensa y siento que estoy a nada de correrme. Me rodea y se detiene en mi espalda y me acaricia los costados con sus manos grandes y algo ásperas. —Súbete al sofá, Aurelia, y nos daré a ambos lo que queremos. —Respiro profundo ante su tono seductor, y con los tacones todavía puestos, doy un paso al frente y me subo al sofá con mi pecho pegado al respaldo, mientras yazco de rodillas. —Manos sobre el respaldo. Lo hago. Escucho que saca algo de sus vaqueros antes de acercarse. Me recorre la espalda y cuando llega a mi trasero, me sorprende al azotarme. —irlandés—digo en modo se siseó, pero sintiendo placer. Se mete entre mis piernas y su aliento me barre la parte baja de la oreja. Su mano va a mi cabello donde toma un puñado llevándome hacia atrás. —Eres una puta diosa Aurelia —gruñe en tono ronco—. Tu cuerpo, en una incitación al pecado y a quemarme en el infierno —una sonrisa tira de mis labios, antes de sentir otro azote ¡Plas! —Y con gusto me quemaré. —Fóllame —susurro en un tono que apenas reconozco y siento más que veo su sonrisa. —Créeme, lo haré. Sus manos me recorren desde atrás. Una se instala en mi v****a haciendo círculos alrededor de mi clítoris. Y, el segundo, pellizca mis pezones casi dolorosamente. Eso, junto a la dura erección que siento pegada a mi trasero, me tiene al borde. Bajo una de mis manos y me atrevo a tomar su erección. Pero, me toma la mano y la coloca donde estaba. —Si me tocas, no voy a durar y, quiero que sea bueno para ambos. —Solo métemela ya—digo sin ceremonias y casi rogando en un tono indignado. Siento su sonrisa pegada en mi cuello. Sube y me besa. Esta vez me entrego al beso. Una de sus manos me deja y escucho el distintivo sonido del preservativo. Se separa de mis labios. —Ponte sobre tus manos y rodillas—susurra. Lo hago y espero a que me folle. En cambio, siento su lengua, recorrerme, haciéndome ahogar un gemido contra el sofá. —Sí. Eres una maldita delicia —susurra antes de tomar con sus manos mi trasero. Me inclino un poco más y él me abre a su asalto. Me come como un profesional y en menos de cinco minutos estoy gritando mientras me corro y mis piernas tiemblan amenazando con hacerme desparramar sobre el sofá. ¡Mierda! Irlandés no me da tregua y, sin dejarme bajar del éxtasis, se entierra hasta las pelotas en mí. Jadeo y él hace lo mismo. Sus manos me acarician la espalda antes de salir de mi humedad y volver a entrar. Al principio, es lento y, poco a poco, los movimientos se vuelven más certeros y rápidos. —¡Maldición! —sisea a la vez que sus manos me toman con fuerza de las caderas. Sé que tendré marcas, pero no me importa. Necesito esto y él también. La mezcla de placer bordando el filo del dolor es algo que no había sentido antes. Todos mis sentidos están despiertos. Me muevo contra sus embates y él me azota descargando una corriente que me recorre. —Córrete —de nuevo me ordena, como si con esa orden presiona un interruptor. Me sostengo sobre mis manos, mientras lo aprieto con mis músculos cerca del orgasmo y, le escucho maldecir y decir palabras en un idioma que no entiendo. El segundo orgasmo me atraviesa, haciéndome caer inerte sobre el sofá, ahogando un grito y claramente escucho un gruñido cuando se corre mientras su v***a pulsa en mi interior. Me siento en un estado líquido. El sudor me cubre, el cabello lo tengo pegado al rostro y la espalda y mi respiración es superficial. Irlandés cae sobre mí, respirando de la misma forma que yo. Me mordisquea la oreja, haciéndome soltar un suspiro de satisfacción. —No me equivoque, Aurelia —susurra con voz baja y ronca—. Eres una maldita diosa. ** Nunca había rebasado los límites personales con alguno de los hombres dentro de mi organización. Me he construido una apariencia de ser inalcanzable. Sin embargo, el irlandés la traspasó y caí rendida como nunca antes. No me había sentido tan visceral, desde Ciaran. Él, sacaba esa parte salvaje en mí. Juntos, éramos como el fuego que crepitaba en medio de la noche. Cuando termino mi encuentro con irlandés. El silencio se hizo presente, hasta que le ordené que se fuera con el resto de los hombres que resguardan la casa. Sé que mis palabras no le gustaron mucho, pero no me importa. Traspasé la línea imaginaria que había trazado desde que tomé el puesto de Yizmal. —Aurelia. —¿Sí? — digo mirando a Morris que, me mira con interés. —¿Sucede algo? Estoy sentada detrás del escritorio, mis ojos se desvían cada cierto tiempo al sofá y no puedo evitar que mi cuerpo se estremezca al recordar lo ocurrido. Niego y miro al frente donde está sentado Morris. —No. ¿Qué decías? —hago un gesto con la mano para que continúe. —Te decía que Eros, hermano de Arslan, llamó esta mañana. Lo miro con sorpresa porque hace un rato que no sabemos de ellos. Arslan es la cabeza de la organización criminal que dirige Nueva York. No éramos amigos cercanos, pero tampoco enemigos. De hecho, compartimos una vez y puedo decir que la pasamos bien. Pero fue solo eso. Rascarnos la comezón del momento. —¿Qué quería? —Replico, reclinándome en la silla. —Arslan, quiere saber qué sabemos de un tal London —frunzo el ceño ante sus palabras. —No era ese el perro de Yannick— Morris asiente. Yannick es el líder de una organización que compite por el poder en Nueva York. El detalle es que Yannick es el fiscal del distrito. Toda una joya. Arslan le ganó la guerra y se hizo con el poder absoluto de la ciudad. —La verdad, no sé mucho —digo meditando sus palabras. —Quiere saber si hay alguna conexión con nuestros problemas. Asiento entendiendo a dónde quiere llegar Morris. Si logro ayudarle en algo. Él, me debería un favor y eso en este negocio es sumamente importante. —Creo que puedo ir a Nueva York un par de días y hablar con Arslan. Morris me da una mirada sabedora. —Sería bueno tener a Arslan de aliado. Alex puede mantener el frente. —Perfecto, iremos los dos. También llevaremos a uno de los hombres. —Me podré en eso —entonces se pone de pie y se aleja hacia la puerta de mi oficina. —Morris—le llamo. Este se detiene y me mira expectante. —Avísale al irlandés que nos va a acompañar en este viaje. Asiente sin decir nada antes de dejarme sola.
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